Médico intensivista: lo más duro es elegir quién tiene la oportunidad de vivir
Daniel Zhunio ha atendido a pacientes con Covid-19 durante los peores días de la pandemia. Debido a la gran carga de trabajo no frecuenta a su familia como quisiera.
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Desde que el Covid-19 se desató en el país a inicios de marzo de 2020, el médico intensivista Daniel Zhunio ha atendido a miles de pacientes en el área de cuidados intensivos del Hospital IESS Quito Sur.
Según datos del hospital, más de 62.000 personas se han internado allí por complicaciones respiratorias en el primer año de la pandemia.
Algunos de ellos vencieron la enfermedad, pero muchos fallecieron tras una larga lucha.
Aunque Zhunio dice que no tiene miedo de la enfermedad, reconoce que lo más difícil ha sido elegir las personas que son internadas y quiénes deben esperar por una cama o morir en esa espera.
El médico contó a PRIMICIAS la experiencia que ha sido enfrentarse al virus en la primera línea de batalla. Este es su testimonio:
"Los pacientes que llegan a cuidados intensivos tienen la oportunidad de vivir. Es pequeña y es a lo que los médicos nos aferramos para que una familia no se quede incompleta. Ponemos todo nuestro esfuerzo para que todos superen la enfermedad. Lamentablemente, la mortalidad es muy grande.
Pocas personas saben lo que se vive en una sala de cuidados intensivos. Lo más triste es que debemos decidir quién sube a la cama y quién no. Prácticamente le estamos condenando a fallecer porque no hay espacio.
Y pensamos en qué haríamos si esa persona fuera mi padre, si fuera mi abuelo. Le estoy negando la oportunidad de vivir y por eso creo que estar del lado de la familia también es una situación muy triste, muy difícil.
Este año ha sido muy agotador. Estamos atendiendo a más pacientes de los que deberíamos. Se ha ampliado la capacidad hospitalaria, pero es insuficiente y las jornadas de trabajo son largas.
Normalmente trabajamos 24 horas seguidas. Antes de la pandemia eran de ocho o 12 horas. Al salir del hospital lo único que queremos es llegar a descansar.
Y es más duro llegar a casa y no ver a mi familia. Soy de Cuenca y allá viven mi esposa y mis dos hijas. Mi hija hoy cumple ocho años y es triste por no estar con ella.
En Navidad no pude ir a mi casa como la mayoría de personas por estar en el hospital. En esos días muchas personas hicieron fiestas y reuniones. Dan ganas de botar la toalla y rendirse. Después, uno piensa en que nuestro trabajo es ayudar a las personas y las fuerzas regresan.
Antes viajaba a Cuenca cada semana o cada 15 días. Con la enfermedad no he visto a mi familia como quisiera. Ahora viajo una vez al mes o más, pero no es suficiente.
Mi esposa es enfermera y también es difícil para ella cuidar sola a mis hijas.
Mis padres también son una fortaleza. Siempre están preocupados por mí y piden al Señor que me cuide. Yo también siempre pido que no me pase nada.
Cuando mis padres se contagiaron fue un momento terrible. Uno no sabe cómo actuar a pesar de ser médico. Pude ir a visitarlos para ver su estado de salud, pero había temor de que la enfermedad evolucione y pueda terminar en lo peor. Por suerte, los dos vencieron la enfermedad
Toda esta situación ha hecho que los médicos tengamos una sobrecarga laboral que desgasta física y anímicamente. Como médicos debemos reponernos y recargar fuerzas día a día.
La llegada de la vacuna es una esperanza para todos. Aunque quisiéramos que el proceso de vacunación sea más rápido para que las personas dejen de morir".
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