"A veces me despierto mojado, pues del cansancio no siento que ha llovido"
José Perdomo ha recorrido tres países con su peluquería ambulante.
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José Antonio Perdomo es uno de los 4,3 millones de venezolanos que han salido de su país huyendo de la profunda crisis social, política y económica que soporta Venezuela.
Él es un joven de 28 años que retrata muchas de las dificultades que sufren sus compatriotas en Ecuador.
Salió de Caracas en 2018 con el dinero justo para comprar hojas de afeitar, tijeras, lociones y otros insumos necesarios para su trabajo: la barbería. Usando conexiones informales empezó a trabajar en la calle y decidió llamarse 'Barbero Express'.
Desde entonces se gana la vida recorriendo calles y parques en busca de clientes.
Prefería ahorrar al máximo -incluso en el alquiler de una habitación- para cumplir su propósito de traer a su hija. "Con esa ilusión es más fácil dormir a la intemperie", dice.
Luego de Barranquilla fue a Bogotá y terminó en Quito.
Llegó al sector de La Marín en busca de un empleo. Le ofrecieron trabajo como estilista, pero sin contrato ni beneficios. Lo que ganaba dependía del número de cortes de cabello que hacía, menos un 50% para los dueños del negocio.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en Ecuador viven 371.913 venezolanos. De ellos, apenas el 22,6% lo trabaja en relación de dependencia. La mayoría labora como independiente, usualmente en la informalidad.
Frente a esa única propuesta decidió regresar a su oficio de barbero en los parques. Compró un generador eléctrico para poder ganarse la vida sin depender de las redes públicas de energía. Se instaló en el parque de El Ejido.
El fuerte sonido del generador llama la atención de los transeúntes. Es amigo y barbero de los comerciantes, lustrabotas y comediantes que trabajan en el parque.
Pero el trabajo no es tan rentable, por cada corte de pelo cobra USD 1 y USD 0,50 por cada afeitada. Perdomo logra afeitar y peluquear a unos 10 clientes diarios, lo que no le alcanza para llegar al salario básico de USD 394.
La OIM señala en su encuesta que el 86,2% de hombres y el 89,3 % de las mujeres venezolanas que viven en Ecuador perciben ingresos por debajo del salario mínimo.
El portal de una iglesia fue su cama
Cuando su jornada termina, alrededor de las 19:00, se dirige hacia la Iglesia de San Francisco, o hacia un parqueadero en el Centro Histórico. Esos dos lugares han sido su hogar desde que llegó a Quito.
A veces duerme sobre las piedras del portal de la iglesia y a veces en el garaje donde guarda sus herramientas de trabajo. Un oficio agotador, "a veces me despierto mojado porque del cansancio no siento que ha llovido".
Como él, otros 55.786 venezolanos que viven en Ecuador no tiene acceso constante a una habitación, baño o cocina. Los que sí lo tienen viven habitualmente en un espacio arrendado.
El barbero sigue con su lógica de ahorrar todo lo posible, eso incluye la alimentación, que ocurre una vez al día y en cualquier puesto de comida callejero.
Hace cinco meses eso le costó infección intestinal que llegó acompañada de fiebre y deshidratación.
Su única opción fue automedicarse y esperar que la enfermedad ceda, algo que ocurrió siete días después. "No fui a un médico porque no tengo seguro ni dinero para eso", se lamenta.
Apenas el 2% de los venezolanos que vive en Ecuador tiene seguro social y solo el 1,7% un seguro privado. El 96% de venezolanos radicados en el país debe acudir a hospitales públicos, sin garantías de atención, según la OIM.
Perdomo sabía que por un dolor de estómago no iba a ser recibido en un hospital público. Pero asegura que no sufre de achaques constantes, pues su cuerpo se acostumbró a dormir en la calle y a comer una vez al día.
El 59,5% de los venezolanos que viven en Ecuador solo cuentan recursos para tener alimentos por dos días a la semana o menos. Por lo que les toca racionar su alimentación.
"Hay días en los que algunos amigos que trabajan en el parque me regalan algo de comida y con eso me alcanza para estar sano y seguir trabajando", agrega.
Perdomo está a punto determinar su jornada laboral y piensa en su hija, la razón por la que dejó su país hace más de dos años. "Es lo único que me motiva a seguir adelante".
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