La historia de tres hermanos asesinados en la peor masacre carcelaria del país
Han pasado 40 días desde la peor masacre carcelaria de Ecuador, los familiares hablan sobre quiénes eran realmente los hijos y nietos que murieron asesinados en la Penitenciaría del Litoral, porque cada vida cuenta.
Adela Bastidas, abuela de los jóvenes asesinados en la masacre de la Penitenciaría del Litoral, 5 de noviembre de 2021.
Carolina Mella
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La casa de doña Adela Bastidas se distingue entre las pequeñas villas de ladrillos o con cerramiento de hierro de la Cooperativa Reinaldo Quiñónez, al noroeste de Guayaquil.
La vivienda de Adela es la más pequeña, es de caña y techo de zinc. Además, las cañas se han abierto por efecto del calor, de la lluvia y del tiempo; por lo que dejan colar la luz y el agua en el invierno.
Mientras que las ventanas están cubiertas por un pedazo de madera, y lo primero que se encuentra en la entrada de la casa es una conexión de agua que se origina desde el piso de tierra y un tanque verde debajo de la llave esperando que las gotas caigan.
Sus nietos Deiby, Jonny y Darwin Villacís iban a visitarla y a dejarle “cualquier cosita para la comida”, recuerda su abuela a la que llamaban 'Yeya'.
"Ellos eran comerciantes, desde niños se ponían a vender el pescado en tachitos en Chanduy", dice Adela.
"Los metieron a la cárcel y nos los devolvieron en pedazos", cuenta esta abuela que intenta no quebrarse y llorar.
Adela despierta a Daniel Villacís, su hijo, y quien descansa antes de salir al trabajo. Mientras, ella acomoda unas sillas blancas de plástico cerca de la puerta, a la orilla de la cama. Allí recibe el viento de la calle para no ahogarse de calor.
Daniel saca su teléfono y muestra las fotos de sus hijos. Los tres fueron asesinados en la masacre de septiembre de 2021 en la Penitenciaría del Litoral, en Guayaquil.
Los hermanos Villacís cumplían sentencia por delincuencia organizada y tenencia de armas, son parte de los 119 presos masacrados en medio de la crisis carcelaria que vive el país.
Los tres eran padres
"¿Dígame si no eran bien guapos mis nietos?", pregunta Adela, mientras recuerda con indignación que no pudo velarlos como mandan sus costumbres. Además el padre, Daniel, tampoco estuvo en los entierros porque estaba en el doloroso trámite de reconocer los cuerpos en la morgue.
"Un día me dieron el cuerpo de Deiby (28 años), al día siguiente el de Jonni (23 años) y dos días después me dieron el de Darwin (27 años), los iba dejando para que los enterraran enseguida, pero yo no podía quedarme, solo pude enterrar al último y debimos hacerlo todo rápido porque el cuerpo estaba demasiado descompuesto", cuenta afligido Daniel.
"¿Y si sabe que la chica con la que estaba Deiby se acaba de enterar de que está embarazada?", le cuenta las últimas noticias Adela a Daniel.
Los tres eran padres. Dejaron siete niños menores de 10 años en la orfandad y el que está en camino a quien ya planean bautizarlo con los nombres de los tres hermanos.
El Estado no se hizo cargo de los servicios exequiales de los hermanos Villacís y de los otros internos asesinados en las cárceles que, según la ley, deberían estar bajo la protección del Servicio de Atención de Personas Privadas de Libertad (SNAI).
Tampoco ha existido un seguimiento de ayuda psicológica para los familiares, ofrecida por el Gobierno.
Incluso al momento Daniel está endeudado en alrededor de USD 2.500 que pidió prestados para pagar los entierros de sus hijos.
Debe pagar mensualmente una cuota que proviene de su salario de USD 15 que gana cada día. "Elegí las cajas más sencillas, porque no se podía para más", señala.
Tenían un sueño: ser músicos
Daniel busca en el teléfono recuerdos y pone una canción. El sueño de los hermanos Villacís era componer y cantar. Se hacían llamar 'Los mensajeros de la calle'.
“Escuche esa voz… ¡Qué linda!”, exclama orgulloso el padre, que compartía la pasión de sus hijos por la música.
“Salieron a él” replica enseguida Adela, “hacía música con lo que encontraba. Convertía las ollas en tambores o hacía sonido con el plato y la cuchara cuando comía, hasta participó sin mi permiso en un concurso en la televisión cuando tenía nueve años”. Al escucharla, Daniel sonríe por primera vez.
Reproduce la canción de sus hijos, y suenan unas notas parecidas a las de una tradicional canción de cuna, mezcladas con el ritmo de hip hop.
“Gabrielita está llorando, el dolor la está destrozando. Gabrielita, qué está pasando, la mamá está preguntando, silenciosa queda mirando la muñequita con la que estaba jugando”, dice la letra.
"Compusieron una canción después de que se enteraron del caso de una niña de 10 años que había sido violada por su propio padre en Bastión Popular. Y la mamá le decía que le cuente lo que pasaba a través de la muñeca".
Daniel Villacís, padre de los hermanos asesinados en la Penitenciaría.
Dice que sus hijos dejaron por lo menos 300 canciones inéditas y espera, que algún día, un productor musical pueda grabarlas en un disco y que el público las escuche.
En realidad eran cuatro hermanos en la Penitenciaría del Litoral, pero uno estaba en otro pabellón, y no en el lugar en que ocurrió la masacre.
"Escuchó desde su pabellón los gritos de auxilio que pedían los que estaban siendo masacrados. Fue terrible, sé que podemos demandar al Estado, pero Dios hará justicia", dice Daniel.
"Por lo menos ya salió el cuarto hermano", dice Adela con esperanza. "Pasa encerrado porque tiene miedo de salir".
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