Tres "trabajadores de primera línea" cuentan cómo vencieron al coronavirus
Julieta Sagnay en el Hospital Bicentenario de Guayaquil, el 12 de junio de 2020.
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El término de "primera línea" hace referencia que, por la naturaleza de sus ocupaciones, no pueden hacer cuarentena y están más expuestos a contagiarse de covid-19, pues están en contacto directo o con enfermos, o con personas que no conocen.
Y eso fue exactamente lo que les pasó: los tres se contagiaron.
Y más que eso, Sagnay y Báez estuvieron, como lo relatan a PRIMICIAS, al borde de la muerte. Sánchez tuvo síntomas leves, pero tuvo una larga y penosa recuperación alejada de su hija de dos años, por el temor a contagiarla.
"Veía a la gente morir junto a mi cama"
Julieta Sagnay es una psiquiatra guayaquileña de 48 años. Trabaja en un hospital privado, en las unidades hospitalarias móviles del Municipio y en el hospital Bicentenario.
No está segura de la fecha en la que se contagió de covid-19, pero cree que fue un 16 de marzo de 2020, después de haber atendido a uno de sus pacientes que llegó a la consulta con un resfriado.
Tres días después empezaron los primeros síntomas: fiebre, tos seca y malestar corporal. Su cuadro clínico empeoró hasta que empezó a sentir dolor de las articulaciones, espasmos corporales y dificultad para respirar.
Con esos síntomas acudió al hospital de Los Ceibos, del IESS, pero en esos días Guayaquil era el epicentro de la pandemia y el sistema estaba colapsado. No recibió atención en Los Ceibos y fue a una clínica privada.
Una tomografía confirmó sus sospechas: tenía coronavirus y debía internarse de urgencia. Gracias a unos amigos médicos fue recibida en el hospital del IESS del vecino cantón de Milagro.
Allí pasó 11 días, que ella los describe como "los peores de su vida". "Las personas no dejaban de toser y las veía morir en las camas cercanas", recuerda. Además, temía contagiar a los colegas que la atendían.
Esos 11 días pasó conectada a una máquina de oxígeno y como no había aún un protocolo para la administración de medicamentos, le dieron azitromicina, hidroxicloroquina, paracetamol, antirretrovirales, corticoides y hasta antiparasitarios.
Cada nueva receta significaba para sus familiares recorrer la ciudad en busca de las medicinas, que para esos días escaseaban y eran materia de especulación.
Sagnay aún tiene dificultades para respirar y acude todos los días a terapia respiratoria con la que busca vencer totalmente a la enfermedad. Mientras tanto ha vuelto a atender a sus pacientes, pero por vía virtual hasta saber que está totalmente curada.
"Pensaba que si me quedaba en un hospital moriría"
El martes 28 de abril de 2020, el fiscalizador de tránsito Jorge Báez cumplía su labor en el sector de San Carlos, en el norte de Quito. En un momento se descuidó y tras revisar los documentos de un conductor se llevó las manos a la cara.
Él cree que ese momento fue cuando se contagió. "Fue la primera vez que toqué mi cara sin lavarme las manos", se lamenta.
En todo caso siguió trabajando hasta el domingo 3 de mayo. Ese día, el dolor se apoderó de su cuerpo y la fiebre no cedía. Dos días después tenía dolor de espalda y la fiebre había alcanzado los 38,5 grados centígrados.
Inicialmente se aisló en su casa, pero ante la dureza de los síntomas fue al hospital Carlos Andrade Marín, donde su madre es enfermera. Ahí le dijeron que sus pulmones estaban muy dañados y que tenía covid-19.
No quiso hospitalizarse, así que se fue a convalecer en casa con las medicinas que le recetaron. Nada funcionaba, "no podía respirar, me ahogaba". Para entonces su fiebre ya era de casi 40 grados centígrados. Altísima.
"Pensaba que si entraba a una sala de emergencia no viviría".
Jorge Báez, agente de tránsito
Los médicos, compañeros de su madre, le recomendaron tomar paracetamol, vitamina C, vitamina D, azitromicina y hacer ejercicios respiratorios. Así lo hizo por 23 días. El 21 de mayo recibió los exámenes que le confirmaban que ya no era portador del virus. Aún le quedaba una larga convalecencia.
Apenas el 7 de junio, el fiscalizador pudo regresar a las calles paa trabajar. Lo hace con mucho más precauciones que antes y con la satisfacción de que no contagió a nadie en su familia.
"Fui a vivir en un cuarto para no contagiar a mi hija"
Un fuerte resfriado, acompañado de náuseas y pérdida de apetito fueron los síntomas que tuvo la cabo segundo de la Policía Nacional, Adriana Sánchez, luego de haberse contagiado de covid-19.
No sabe cuándo se infectó pues trabaja como secretaria en el Comando de la Policía de la Zona 8, en Guayaquil, y cada día está en contacto con decenas de compañeros que llegan hasta ahí para coordinar operativos u otras acciones.
Pudo haber sido cualquiera.
Su enfermedad no fue muy grave, sus síntomas fueron leves. Para esta polícía lo más difícil de la enfermedad fue alejarse por 30 días de su hija de apenas dos años de edad.
"Durante el aislamiento fui a vivir a un cuarto de alquiler de mis suegros para o contagiar a nadie".
Más difícil que la sintomatología física, fue la psicológica. La soledad le provocó estrés, preocupación y ansiedad, "eso complica la recuperación", sostiene.
Luego de un mes de aislamiento se sometió a una prueba PCR de coronavirus que dio negativa. Apenas entonces pudo volver donde su hija.
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