Los ecuatorianos se integraron a la nueva sociedad española
Dani Pucha, violinista ecuatoriano que emigró a España.
Meri Chillealviento.
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Los migrantes de segunda (y hasta tercera) generación en España, son un híbrido heterogéneo, difícil de resumir en un perfil único o de etiquetar con los estereotipos que definieron a sus padres.
Hablamos de españoles de origen ecuatoriano, pero también marroquí, rumano, venezolano, chino, boliviano, que nacieron o crecieron en España y que, pese a ser fruto de un fenómeno migratorio joven, han logrado una integración paulatina.
Eso se deduce de la Investigación Longitudinal de la Segunda Generación en España, del Instituto Universitario Ortega y Gasset y la Universidad de Princeton.
Según el estudio, que compara entre resultados de los periodos 2007-2008 y 2012-2013, un 50% de los casi siete mil jóvenes encuestados –todos con al menos un padre o madre extranjeros- ya se sentían españoles.
Cuando se actualizaron los datos de la misma encuesta, en 2017, este coeficiente subió a 79,1%.
Los ecuatorianos no son la excepción. Si bien la primera gran oleada que llegó a España, y que alcanzó el medio millón de personas, formó un grupo muy cerrado, sus hijos e hijas parecen haber saltado esa barrera.
Son músicos, artistas, estudiantes universitarios de distintas ramas, profesionales. Viven en grandes ciudades o en pueblos pequeños. Algunos tienen nostalgia de un país que dejaron de pequeños; otros, ganas de conocer ese paisaje tan lejano.
Menos, pero más integrados
Hay que decir que el número de ecuatorianos en España se redujo drásticamente en esta última década (ver tabla), pues muchos regresaron al país o se mudaron a otras naciones de Europa, a partir de la crisis española, un terremoto económico y social que tuvo lugar desde 2008 a 2014.
Pero los que se quedaron –y sobre todo, sus hijos, y sus nietos- ya son parte de la sociedad de acogida y, en su mayoría, aprovechan la riqueza que implica la influencia de dos culturas.
Son los “nuevos españoles”, que con sus acentos, su color de piel, sus claves de socialización, llenan de matices la sociedad española.
Maricarmen Salcedo, comunicadora de origen colombo-ecuatoriano, residente en Barcelona hace 26 años, perfiló esta segunda generación en el estudio Migra. Salcedo, que trabaja temporalmente en Alemania, como coach de mujeres inmigrantes, aclara que hay una diferencia entre la segunda y tercera generación.
“Es la tercera la que ya está completamente integrada”, dice.
“La segunda vivió un cambio muy drástico, problemas en el colegio o de socialización. Llegaron pequeñitos o adolescentes. Sus padres tampoco se habían adaptado y en estos chicos había incluso un rechazo a sus raíces. Fue un shock del que derivaron casos extremos como las bandas tipo Latin Kings. Ahora, estos niños van camino a los treinta años y varios tienen hijos”.
Mitad y mitad
Una educación distinta, más autónoma, menos tradicional, con menos solemnidad o jerarquías (sobre todo en la familia), es la que matizó –y matiza- el crecimiento de estas dos generaciones.
“Tienen visión más amplia del mundo, más influencias culturales. En el caso de Catalunya, manejan tres idiomas: catalán, castellano e inglés”, dice Salcedo. Y sostiene que a las jóvenes, sobre todo, vivir en Europa les ha permitido tener más libertad en varios aspectos, incluso el económico.
Ella es un ejemplo de este contraste generacional. Su hijo Enrique Bouyat Salcedo, de trece años, es catalán. Con ambas nacionalidades (su padre es de Barcelona), este adolescente, lúcido y de palabras justas, dice sentirse “mitad y mitad”.
“Tengo rasgos ecuatorianos y una parte de esa educación. Pero también soy español, pues nací aquí, vivo aquí y he sido educado más respecto a la cultura de este país”.
Enrique vive y se desenvuelve como uno más en Barcelona, aunque a veces su madre sienta nostalgia de verlo crecer entre primos y amigos o jugando en el barrio y arropado por la familia en Ecuador. Como creció ella.
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Marcela y Nicolás
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[caption id="attachment_190515" align="alignleft" width="300"] Marcela y Nicolás[/caption]
Dejar a sus hijos fue lo más duro que ha hecho en la vida. Como tantas ecuatorianas, Marcela Carrillo, ambateña de 47 años, residente en Madrid hace quince, podría contar muchas historias de desarraigo. Prefiere hablar de su hijo Nicolás Aldás, estudiante de segundo año de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, un joven talentoso y completamente integrado en su círculo. Con inquietudes por la música, Nicolás trabaja los fines de semana limpiando en un lugar de eventos, con una finalidad: pagar sus clases de guitarra.
El escenario para él es distinto al que encontró su madre, quien trabaja en hostelería. Él sabe que tiene más opciones.
“No recuerdo Ecuador porque llegué a los dos años, pero sí tengo nostalgia. Me gusta la comida y conservo algunas palabrotas”, bromea. Imaginar cómo hubiera sido su vida si se quedaba se le hace difícil.
“Quizás sería más limitado en cuanto a oportunidades de estudio. Tal vez más influenciado por el medio, pero yo soy de una nueva generación y tengo la mente abierta”.
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Bernardita, Dani y Mercedes
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[caption id="attachment_190513" align="alignleft" width="300"] Bernardita y sus hijos.[/caption]
Apátrida. Así se siente Dani Pucha, lojano de 34 años, residente en España desde los once. Su madre, Bernardita Maldonado, poeta y literata afincada en Barcelona, lo trajo a España, tras cinco años separados. Ella fue parte de la ola migratoria de los noventa. Debió hacer de todo para buscarse la vida. “Llegamos a trabajar en lo que sea. No importaba nuestra historia”.
Su hijo se siente libre de etiquetas. Músico de formación sólida, violinista de distintos proyectos, miembro del trío Blue Zebra, director de Anka Big Band, y docente, Dani enfrentó, en su día, el reto de integrarse.
Llegó a Benidorm, Valencia. “Es una zona de gente abierta. Supongo que la experiencia de cada uno está condicionada por el sitio al que arriba”.
La música le abrió puertas y le ganó afectos. Su vocación lo llevó a estudiar en Barcelona, a incursionar en nuevos géneros y abrirse a la improvisación. “Vengo de familia de músicos, pero de un contexto clásico. Aquí conocí otros lenguajes”, dice Pucha.
"¿Qué sería de mí, si me hubiera quedado? Tendría que vivir dos vidas para saberlo. Quizás estuviera tocando en la Orquesta Sinfónica de Loja”, especula. Lo que sí sabe es que tendría una mentalidad menos tolerante. Y quizás, bromea, hablaría más bajo. “No me siento de ningún lado”.
Su hermana Mercedes Carrasco, española, de 18 años y con padre chileno, en cambio se siente de los tres sitios. Nació en Benidorm. Las historias de trabajos duros, discriminación, precariedad laboral, las ha escuchado de sus padres. Su realidad es nueva y desafiante.
Dani, un maestro con el violín
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