Luz y oscuridad, la doble cara de la avenida Amazonas
En las mañanas, la tradicional avenida Amazonas, en el sector La Mariscal de Quito, atrae a oficinistas y a turistas por sus comercios y sus restaurantes. En la noche, proliferan el microtráfico y el trabajo sexual.
En las mañanas, las personas caminan con tranquilidad. Hay varios locales y restaurantes.
Emerson Rubio / PRIMICIAS
Autor:
Actualizada:
Compartir:
Hugo Caicedo -con bastón y sombrero de ala ancha- mira con nostalgia la avenida Amazonas, desde una cafetería al aire libre. "Era muy interesante esta calle. Ahora hay tanto sinvergüenza", sentencia el quiteño de 80 años.
Recuerda que en 1980, cuando la Amazonas era de doble vía en el sector de La Mariscal, la bautizaron como el tontódromo, pues llegaban los jóvenes que recorrían en sus autos la calle de arriba a abajo, una y otra vez. Querían ser vistos.
Encendían los faros delanteros. Se miraban. Coqueteaban.
Caicedo asegura que en esa época la calle era muy agradable. La Amazonas fue el primer eje de recreación de la zona norte y por ella hasta rodó el primer kart que trajo a Ecuador el piloto Pascal Michelet.
Pero de aquellos años solo quedan las fotografías y las historias de los testigos que alguna vez anduvieron por la avenida que entonces estaba de moda.
Hoy, la avenida Amazonas tiene una doble cara. Durante el día es el cielo de los oficinistas y el comercio. Pero en la noche se ciernen sobre sus veredas arboladas la prostitución y la venta de drogas.
Caicedo lo sabe bien. Todas las tardes viaja desde Carcelén hasta la cafetería de siempre -que bien podría ser la nueva plaza de las palomas muertas- para conversar con hombres de su edad. Ríen. Fuman. Añoran. Beben café.
Y no olvidan lo que fue la Amazonas en el siglo XX.
Llueven las ofertas
Es jueves 29 de septiembre.
Un mendigo cubierto de hollín pide monedas en la puerta de un banco. Una mujer anuncia que la lotería millonaria está por jugarse.
El ruido de los buses martilla los oídos. Y el sol pega directo en la coronilla: es un calor picante de páramo: 20 grados centígrados.
Así empieza el tramo más popular de la Amazonas, en La Mariscal, que conecta a las avenidas Colón, por el norte, y Patria, por el sur. Es, por supuesto, de una sola vía. Y hay un carril exclusivo para las bicicletas.
Con 1,10 kilómetros de longitud, la vía está flanqueada por árboles, edificios y casas patrimoniales.
Además, alberga a la Plaza de los Presidentes, donde se desataca un descuidado busto de José María Velasco Ibarra, y al tope de la Patria se levanta el histórico Arco de la Circasiana, que ahora es la puerta del parque El Ejido.
En 2008, con una inversión de USD 400.000, el Municipio restauró las veredas de cemento y colocó adoquines de colores y jardineras. Se ampliaron los pasos peatonales. Y en 2012, los cables de luz fueron soterrados. La Amazonas recuperó parte de su brillo.
Los chinos abrieron decenas de locales. Las barberías se multiplicaron. Y los restaurantes -no todos- colocaron pizarrones en las aceras para desplegar el menú.
A las 13:25, los oficinistas van y vienen. Como hace 40 años, la vía aún parece un tontódromo, pero no para exhibirse en un auto, sino para elegir qué almorzar.
Huele a pescado, a fritada, a higos con miel. Un local ofrece sancocho de gallina y seco de pollo por USD 2,99. Las mesas están repletas.
En otro local, que ofrece locro de mote y papas con cuero por USD 3, no hay nadie.
A las 14:30, cuando los oficinistas vuelven a sus puestos de trabajo tras haber devorado el almuerzo, retorna la calma. Ya no se escucha el murmullo de la gente, sino la música de las peluquerías.
“¡Atención!, les habla la policía del perreo. Sigan las instrucciones para pasar el control", sale por un altoparlante; es la canción de Nene Malo.
La zona comercial
En la Amazonas hay de todo: micas al por mayor. Sombras para ojos. Licuadoras. Zapatos de todos los colores. Correas. Mascarillas. Tiendas de accesorios para teléfonos.
Y también servicios como el que ofrece Joselino Chugchilán, de 61 años, un albañil que se hizo lustrabotas en la pandemia.
Pensó que en esta avenida, tan comercial y concurrida por turistas, encontraría algo. No pasó. A las 15:00 levanta su puesto para ir a casa. No hay más clientes por hoy.
Después de la pandemia quedan, en el tramo entre las calles Veintimilla y Foch, casas desvencijadas, fierros oxidados y locales cerrados, en venta o arriendo.
Oswaldo Gómez atiende un kiosko, en la esquina de la Jerónimo Carrión, vende ropa para muñecas.
"A las cuatro de la tarde me voy", dice mientras recoge las cosas. "Ayer (28 de septiembre) me quedé hasta más tarde y solo conseguí que me cayera la lluvia", se lamenta.
El lado oscuro
En una casa patrimonial, que más bien parece un castillo, está Elizabeth Peña, de 53 años. Detrás del mostrador, cuenta que su padre, Héctor Peña, empezó con el negocio del cuero en 1978.
Sus tres hijos han tratado de mantener a flote el local.
Peña recuerda que cuando era niña, la zona era mucho más comercial. No había tráfico ni inseguridad (drogas y delincuencia).
Cuando va atardeciendo, una mujer con una minifalda camina por la avenida como si fuera su pasarela. Los carros pitan. Ella no se inquieta. Y el cielo anuncia lluvia.
El capitán de Policía, Carlos Mosquera, encargado del circuito La Mariscal, al que pertenece la Amazonas, dice que pasadas las 18:00 aparecen los expendedores de drogas y las trabajadoras sexuales.
Asegura que sí arrestan a los microtraficantes. Pero pronto quedan libres y vuelven a caminar por la Amazonas al atardecer.
El oficial hace un operativo de control. Revisa documentos. Inspecciona vehículos. No halla nada. Poco después oscurece. Cae un aguacero. La Amazonas queda desolada, hasta las 21:30.
No se esconden
Tres mujeres que aguardan en una esquina, todas con cajas en las que tienen chicles y caramelos, reaccionan cuando pasa un vehículo. Se levantan. Hacen señas.
Más adelante, una trabajadora sexual se cubre de la lluvia con su paraguas. No quiere hablar. Vuelve el rostro. Y se pierde entre las sombras.
A solo unos metros de allí, cuatro hombres se toman de las manos, como si intercambiaran droga y dinero. No se esconden. Lo hacen delante de todos.
Son las 22:00. Es peligroso andar a pie. No hay turistas. Ya se han ido los comerciantes. Solo quedan los dueños de la cara oscura de la Amazonas.
Compartir: