Los comerciantes más antiguos del Centro Histórico de Quito
Unos 90 comerciantes son parte de la lista de los más antiguos del Centro Histórico
Jonathan Machado / Primicias
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Unos 420 comerciantes regulados llegan todos los días a las calles del Centro Histórico de Quito para trabajar, según las cifras oficiales. Ellos ofrecen de todo: ropa, artículos de aseo, celulares, relojes, electrodomésticos y hasta mascotas.
De ellos, 90 han estado en sus puestos de trabajo por más de 40 años. Cada año, el Municipio les entrega los Permisos Únicos de Comerciantes Autónomos (PUCA) que los acredita como los comerciantes más antiguos del sector.
Sandy Campaña, administradora de la Zona Centro, explica a PRIMICIAS que en 2017 había 350 comerciantes en esta categoría; en 2018 solo se renovaron 221 permisos y, en 2019 la cifra disminuyó a 90.
"La edad de muchos de los comerciantes antiguos no les permite seguir vendiendo, por lo que cada año vemos menos".
A eso se suma que, desde 2015, los PUCA no son hereditarios ni transferibles. Entonces, si una persona que tiene el permiso fallece, el municipio recupera el espacio entregado.
Los comerciantes más antiguos del Centro Histórico se dedican, sobre todo, a lustrar zapatos, vender caramelos, frutas, jugos, revistas y periódicos.
64 años como lustrabotas
Luis Gálvez es el comerciante que más años ha estado en el Centro Histórico de la capital: desde 1954 lustra zapatos en el Pasaje Arzobispal, a pocos pasos del Palacio de Carondelet.
Cada mañana sale de su casa, ubicada en el barrio de San Bartolo (Sur de Quito), a las 07:00. Llega a la Plaza de la Independencia a las 08:00 y empieza su jornada con un ritual: toma un café con sánduche y fuma un cigarrillo.
Lo que más recuerda de estos 65 años en la Plaza Grande son los abruptos cambios de Gobierno que terminaron con la salida de los presidentes Jamil Mahuad, Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez.
En esas jornadas, él se limitaba a observar cómo llegaban los manifestantes.
"Los primeros golpes de estado eran emocionantes, después se volvió una costumbre. Además, el país sigue igual", se queja.
A sus 85 años, Gálvez recuerda con claridad el rostro de sus clientes más fieles, aunque reconoce que cada día son menos. "Se ha perdido la costumbre de venir a a limpiarse los zapatos. Los pocos que vienen prefieren acudir a los lustrabotas más jóvenes", dice.
Cada cliente le paga USD 0,50. El precio también incluye la posibilidad de leer el periódico que el usuario prefiera.
Con un cigarro en los labios, este histórico lustrabotas confía en que la tradición de limpiarse los zapatos vuelva con las nuevas generaciones o, por lo menos, hasta que él pueda trabajar.
Una tradición familiar
María Paguay vende revistas y periódicos desde hace 35 años en un puesto ubicado en las calles Sucre y Venezuela.
Con orgullo cuenta que es la segunda comerciante con más años en el Centro Histórico. "Mi mamá empezó con el negocio desde hace 64 años. Uno de mis hermanos también trabajó aquí, pero solo yo me he mantenido por este tiempo".
Para no perder clientes y ganar unos cuantos más, Paguay abre su negocio a las 07:50. Además, ya no solo vende revistas y periódicos, también ofrece ollas, juguetes y libros.
El suyo es un trabajo sacrificado. Calcula que, de los USD 100 que vende diariamente, USD 20 son su ganancia. Aunque dice que le alcanza para cubrir sus gastos diarios, dice que la peatonización de algunas calles del Centro, así como el aumento de la delincuencia, han bajado las ventas.
Ella pide a las autoridades que realicen mayores controles para que los clientes no se alejen del Centro Histórico.
Comerciante y estudiante
Durante años, desde 1974, Miguel Almache recorría las calles del Centro Histórico con una charola llena de dulces y cigarrillos. Lo hacía de la mano de su tía.
Cuando ella falleció, en 2004, el Municipio le entregó un quiosco en el Pasaje Arzobispal como reconocimiento por ser uno de los vendedores más antiguos. Desde entonces ya no vende solo caramelos y cigarrillos, también tiene gaseosas, aguas, papas, chifles, maíz de dulce y chocolates.
Almache dice que cuando empezó no solo trabajaba, sino que estudiaba Administración de Empresas en la Universidad Central, aunque tuvo que retirarse por una causa que se niega a contar.
"No me quedó más remedio que dedicarme a vender en este lugar. Lo bueno de este trabajo ha sido ver de cerca a presidentes, ministros y autoridades internacionales", dice con una sonrisa.
Ahora, él también es conocido por ser uno de los comerciantes más alegres del Pasaje Arzobispal: saluda con sus vecinos lustrabotas y les saca una sonrisa con una broma.
Los helados más famosos
Por su antigüedad es uno de los puestos de helados más conocidos de la Plaza de San Francisco: fue inaugurado en 1955.
En 2014, Fernanda Palacios heredó la carreta de su madre, quien tuvo que dejar de trabajar por su delicado estado de salud. Al ser mamá soltera, vio en este trabajo la posibilidad de tener un ingreso económico para el sustento de sus dos hijas.
Palacios dice que, en verano o cuando el sol golpea con fuerza, puede vender entre USD 30 y USD 40. Pero cuando el clima no es favorable, el monto no supera los USD 15.
Al igual que la mayoría de comerciantes del Centro Histórico, ella llega a las 08:00 y cierra la carreta a las 16:00.
Pero su trabajo empieza desde las 05:00 cuando recibe en su casa, ubicada en San Roque, el hielo proveniente de Machachi. Luego, prepara los helados en dos sabores: mora y guanábana. Cada uno se vende en USD 0,50.
Terminada la jornada tiene dos opciones: regresar a su casa empujando la carreta o contratar una camioneta. La mayoría de ocasiones se inclina por la primera opción porque significa un ahorro de USD 5, que le ayudan a solventar las necesidades de sus hijas.
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