Las clases virtuales se volvieron un estrés para los padres de familia
Cada familia de Quito vive este nuevo período de clases virtuales, causado por la inseguridad, entre correcorres y líos con la tecnología.
Daniel Mora, durante sus clases virtuales de quinto de básica.
Cortesía
Autor:
Actualizada:
Compartir:
Alguien escribió, medio en broma, medio en serio, que uno de los 'castigos' de ser padre o madre es... ¡regresar al colegio!
Con las clases virtuales, vigentes desde el 9 de enero de 2024 por el conflicto interno armado que vive Ecuador, hay padres de familia que se sienten castigados, pero sobre todo abrumados por el reto de lograr que sus niños se eduquen online.
Cada casa y cada familia de Quito afronta una realidad particular, un caos propio que es imposible de prever en reglamentos y planes de contingencia.
Raquel Escorcia, por ejemplo, vive una especie de déjà vu. Durante la pandemia por Covid-19, ayudó a su nieto Rafael cuando se produjo el confinamiento y se decretaron las clases telemáticas.
Hoy, Rafael tiene seis años y se desenvuelve autónomamente frente a la computadora. Son las destrezas que adquirió por haber sido niño-pandemia. El problema está en que ahora Rafael tiene un hermano, Luis David, de año y medio.
Raquel lo cuida y atiende, tal como hizo en la pandemia con el mayor. Pero el escenario es diferente.
El pequeñito, apenas escucha la voz de su hermano mayor en clases, se lanza a buscarlo. Escucha a su madre, que está trabajando virtualmente desde casa, y quiere un abrazo. Se fastidia porque no puede llegar a ellos. Llora en plena clase de Rafael. Grita para que mamá se aparte de su reunión por Zoom y lo cargue.
Y Raquel desea convertirse en Durga, la invencible deidad de múltiples brazos, para abarcarlo todo.
Ana Jaramillo, la madre de Rafael y Luis David, es psicóloga en una escuela y también imparte clases de Desarollo emocional a niños de dos a 10 años. Su esposo labora presencialmente. Por esta emergencia nacional ella trabaja desde casa, pero la jornada laboral le impide atender a Rafael y a Luis David en las mañanas.
Por eso se apoya en Raquel, llena de amor pero también de estrés.
Cuando llega la tarde y las computadoras se han apagado, todos recuperan algo de normalidad. Los niños están cargados de emociones, así que es el momento de los abrazos, de hacer algo en familia y de renovar eso que se llama esperanza.
Chicos hiperconectados
Lo mismo anhela Ángela Mora. Su hijo Daniel tiene nueve años y, como otro niño-pandemia, también maneja el aula virtual con soltura. Hubo un percance: la cámara se dañó. Y los profesores exigen cámaras encendidas, sobre todo porque es época de sumativas y quimestrales, y hay que vigilar a los niños.
Se intentó colocar una cámara externa en la computadora de Daniel, pero no funcionó. Por fortuna, sus profesoras de quinto de básica se portaron comprensivas con ese tema y ha bastado con que Daniel conteste "¡presente!" cuando se pase lista, que esté atento a la clase y que entregue los trabajos.
Solo hubo un problema con la materia de Educación Física. "Ni modo, Danielito, te evalúo cuando regresemos a la presencialidad", le dijo el profesor.
El verdadero problema de Daniel es que ahora pasa hiperconectado. Hace tiempo se le detectó un leve síndrome de deficiencia auditiva, así que el especialista recomendó que la exposición a las pantallas no supere las dos horas diarias.
Ahora pasa conectado de 07:30 a 13:30.
En los intervalos entre clase y clase, el niño juega en línea con algunos de sus compañeros, que han cambiado las canchas de fútbol por los escenarios de Kaiju Universe o FNAF: Coop.
Clases en eterna reconexión
Gabriela Velásquez, empleada privada que trabaja presencialmente, también ha detectado que su hijo Matías, de ocho años, juega en línea con la computadora durante las clases.
Pero el gran problema que ha sufrido proviene de la negativa del colegio a utilizar cuentas de videochat de pago. La razón: para qué pagar si los niños regresarán. Porque van a regresar, ¿cierto?
Por eso, las clases han sido una vorágine, pues los profesores deben reconectarse cada vez que la plataforma Zoom da por terminada la videoconferencia, a los 40 minutos. A veces, Matías tarda hasta 10 minutos en retomar la clase y algunos compañeros ya no se toman la molestia de regresar. Este constante on/off causa desconcentración y fastidio.
El chat de Padres de Familia del curso, que normalmente debía servir para coordinar la mañana deportiva o preguntar por un deber atrasado, se transforma en un hervidero de intercambio de links de acceso.
A veces, Matías llama a su madre porque algo pasó, una clave olvidada, un link trunco, un archivo extraviado o un wifi que dejó de enlazarse a la computadora. La empleada doméstica es más analógica que el Betamax, así que no queda otra que atender la emergencia desde el trabajo.
Gabriela Velásquez y todas las familias de Quito han vivido este tiempo a la espera del anhelado anuncio del Ministerio de Educación para regresar a las clases presenciales. Como van las cosas, deberán armarse con la paciencia del bíblico Job.
Compartir: