Los cementerios no alcanzan a atender a todos en Guayaquil
Los familiares y ataúdes se acumulan en las entradas de los camposantos, que solo logran atender a las familias de 50 fallecidos en cada jornada.
La parte frontal del cementerio Jardines de la Esperanza donde los familiares esperan terminar los trámites para sepultar a su fallecido el 9 de abril de 2020.
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La fila no rueda desde hace horas y eso impacienta a los ocupantes de las 10 carrozas fúnebres esperan ingresar al cementerio Parques de la Paz.
Segundo Malavé, un trabajador de la funeraria San Jacinto, de la provincia de Santa Elena, cree tener una explicación: “parece que en la noche entró un contenedor con muertos, entonces están ocupados con eso”, dice.
Es tal la demanda que funerarias de cantones aledaños están trabajando en Guayaquil. La funeraria de Malavé hacía un viaje semanal a Guayaquil, pero desde el inicio de esta crisis sanitaria ha transportado 80 féretros.
Las puertas de Parques de la Paz, en su camposanto de La Autora, están cerradas. Un guardia custodia que nadie ingrese. Pero tras las rejas se observa movimiento: marinos cargan ataúdes de cartón hasta un camión. Hay al menos 40 cajas.
El guardia aclara que están vacíos y que van al lugar donde el Gobierno construye un camposanto para las víctimas de Covid-19 y otros fallecidos, cuyas familias no consiguieron una funeraria o cupo en otro cementerio.
Espera en Jardines de la Esperanza
Largas filas también hay en los exteriores de Jardines de la Esperanza, otro cementerio privado ubicado en el norte de Guayaquil, por lo menos 15 vehículos forman una columna.
Quienes lograron cupos permanecen sentado. El distanciamiento social no deja de se ser una sugerencia complicada de cumplir en esas circunstancias.
Esperan que algún funcionario diga su nombre para traer a su muerto y sepultarlo. Una mujer cubierta con un equipo de protección sale a los exteriores con un micrófono conectado a un parlante portátil.
“Los papeles tienen que estar firmados, coloquen sus correos electrónicos. Por favor tengan todo a la mano para poder ayudarlos”, grita. “¿Alguno de ustedes tiene una pregunta?” les dice a quienes se agolpan tras las rejas.
Muchos alzan la mano y se agrupan en torno a ella. No parecen recordar que hay una pandemia y que la distancia segura es de dos metros.
El artesano Óscar Vera es uno de ellos. Su padre de 76 años murió el martes con síntomas de coronavirus aunque nunca pudo hacerse la prueba.
“No tuve problemas para conseguir la funeraria. Pagué USD 750 por la caja y el servicio”, narra. Se siente afortunado porque ha escuchado el drama de otras personas con familiares fallecidos.
Un sobrino suyo está adentro y está a tres turnos de ser atendido. Y esa es una ventaja porque la media de atención diaria es de 50 personas. El resto se queda para el siguiente día.
Con el visto bueno de Jardines de la Esperanza, Óscar Vera traerá el cuerpo de su padre, que aún permanece en casa, pero embalado y en ataúd.
El mismo tumulto hay en el cementerio Ángel María Canals, en el suburbio de Guayaquil. Allí nadie usa mascarillas y los vendedores informales se acumulan en la entrada.
Las puertas están cerradas porque adentro maquinaria municipal aplana el terreno. Son las obras de ampliación que lleva adelante el Cabildo guayaquileño para aumentar la capacidad del cementerio.
Esos trabajos, y otros que se harán en más camposantos, son los esfuerzos de la ciudad para crear 12.000 tumbas adicionales.
Guayaquil se prepara para lo peor.
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