Presos de Latacunga pasaron de fiestas y descontrol a tener tres horas de patio
PRIMICIAS recorrió las instalaciones de máxima, mediana y mínima seguridad de la Cárcel de Cotopaxi. El régimen militar transformó el centro.
Militares vigilan a presos del CRS Cotopaxi, mientras realizan la limpieza de su pabellón, el 22 de febrero de 2024.
Rodrigo Buendía / AFP
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"Queremos más comida. Tenemos hambre. No nos dejan salir ni al patio. Nos quitaron nuestras cosas. Ayuda". Estas son algunas de las frases que los presos del CRS Cotopaxi gritan desde las angostas ventanas de sus celdas, cuando se percatan de la visita de algún particular en la cárcel.
Un equipo de PRIMICIAS lo constató el 22 de febrero de 2024, durante un recorrido en esa prisión. Los gritos fueron una constante en los patios de mediana y mínima seguridad. También al pasar junto a las celdas de varios pabellones y en la etapa femenina.
Los detenidos sacan camisetas, medias y sus manos para llamar la atención. Desde el 8 de enero de 2023, las 36 cárceles del país están en estado de excepción. Los presos no han recibido visitas y el tiempo fuera de sus celdas se ha restringido notoriamente.
Además, para retomar el control de los centros penitenciarios, al menos, una decena de estas cárceles fueron intervenidas por las Fuerzas Armadas (FF.AA.). Ese es el caso del CRS Cotopaxi, mejor conocido como Cárcel de Latacunga.
A menos de 10 minutos de esta prisión está ubicado el Fuerte Patria, un destacamento del Ejército. Ese es el punto de concentración que la milicia utiliza para controlar el centro de detención.
Más de 1.000 agentes militares están destinados a esa labor. Hacen turnos rotativos de 12 horas. Por lo que siempre hay, al menos, 600 militares en la cárcel. Cuidan a más de 4.000 presos. Es decir, cada uno tiene siete a su cargo.
Antes de la intervención militar, en el sitio había -en el mejor de los casos- 70 guias penitenciarios. Es decir, que cada uno tenía más de 60 a su cargo. Teniendo en cuenta, además, que los guías no tienen el armamento ni la formación de las FF. AA.
Un cambio extremo
El cambio en el CRS Cotopaxi, con el régimen militar, se nota desde los ingresos. La cárcel tiene 14 escáneres para evitar el ingreso de objetos prohibidos como armas, drogas, celulares y otros aparatos.
Todos están dañados. Ni el Servicio de Atención a Privados de Libertad, ni la Policía o las FF. AA. dicen oficialmente que pasó. Pero fuera de micrófonos, la verdad es un secreto a voces: las bandas delictivas, con complicidad de funcionarios y agentes corruptos, los deshabilitaron.
Técnicos e ingenieros militares trabajan para tratar de arreglarlos con sus propios medios, sin invertir en repuestos o servicio técnico. Dos ya están funcionando, pero todavía están en etapa de prueba.
Mientras tanto, los propios militares funcionan como 'escáneres humanos'. Nada ni nadie entra o sale de la prisión sin ser requisado -al menos- tres veces. Ese es el número de filtros que se han instalado.
Se revisan una y otra vez las fundas con los kits que los familiares de los presos llevan. Estos contienen ropa naranja, una vajilla e implementos de aseo.
Tras su llegada, los militares ingresaron a las celdas y les quitaron todo a los presos, desde ropa hasta implementos de aseo.
Ahora, obligatoriamente, los detenidos deben vestir de naranja. Y la ropa que encontraron está en una de las salas de visitas conyugales de máxima seguridad. Cuando alguna persona es liberada o va a una audiencia en el exterior de la prisión, pasa por ahí y escoge un cambio de prendas.
Al interior, solo pueden usar lo que sus familiares les envían en su kit. Así, por ejemplo, han reducido las extorsiones. Antes cada preso debía pagar a las bandas criminales entre USD 20 y USD 50 para acceder a una visita o recibir una encomienda de su familia.
Ocho años de abandono
Aunque la cárcel de Latacunga fue inaugurada recién en 2014, sus instalaciones -afincadas en más de 14 hectáreas- muestran un deterioro mayor. Este centro ha sido escenario de motines y masacres que han dejado destrucción.
Inteligencia militar calcula que desde 2016, el Estado perdió el control de esta prisión, que empezó a funcionar bajos las reglas de las mafias. Sobre todo de Los Lobos, banda que tiene el control del centro.
El nivel de caos y descontrol empieza por la higiene. En varios sitios de la cárcel se observan montañas de basura y los militares dicen que el centro está infestado de ratas y otros roedores. Los presos se acostumbraron a tirar los desperdicios por las ventanas.
Desde el 14 de enero de 2024, cuando empezó la intervención, los militares ya han evacuado 170 volquetas de basura y creen que todavía falta mucho.
Además, el caos se refleja en la seguridad. el SNAI, entidad encargada del sistema carcelario, tiene varios espacios de uso exclusivo en esa cárcel. Por ejemplo, en la etapa de máxima seguridad hay una zona administrativa.
En esta edificación hay letreros que señalan que en el lugar deberían funcionar oficinas del SNAI, la Defensoría Pública y dependencias educativas, psicológicas y una barbería. Pero, tal parece, eso estaba bajo control de las mafias.
En ese espacio, las FF. AA. encontraron televisiones de última tecnología, mesas de billar. Cerca del desagüe del baño había una caleta, donde se halló armas y municiones. Pero, lo que más llamó la atención fue que en una de las oficinas se estaba cavando un túnel, que ya tenía una extensión de seis metros y que, aparentemente, se dirigía hacia afuera del centro.
Extrema seguridad
La parte más grave del descontrol que vivió la cárcel tiene que ver con la seguridad. Los militares dicen que los presos hacían lo que querían, no tenían horarios y que se regían bajo sus propias 'reglas'.
Ahora, los presos tienen poco tiempo libre. Cuando van a audiencias, citas médicas, a botar la basura, recoger comida o encomiendas, siempre están acompañados de uno o dos militares.
Al patio solo salen tres horas al día, como máximo. Y lo hacen para hacer ejercicio físico y actividades lúdicas y de limpieza, bajo control y adiestramiento militar.
Los cambios empezaron por la comida. Pese a ser una prisión tan grande, ninguna de las etapas ni pabellones tiene comedores. Los presos no tienen donde alimentarse, ni los proveedores donde servir la comida.
Entonces, lo que pasaba es que los alimentos llegaban a cada pabellón y las bandas se encargaban de repartirla. La porción y frecuencia de la ración dependía de lo que los presos pagaban a manera de extorsión y de su pertenencia a una banda.
Ahora, los militares se encargan de repartir la comida. Tres veces al día cada preso recibe una porción. Los propios militares los acompañan mientras comen en el patio de cada pabellón. Todos reciben la misma comida.
Otro tema que evidencia el cambio tiene que ver con las celdas. En cada zona de la prisión hay celdas para dos y hasta cuatro personas, dependiendo del nivel de seguridad.
Cada pabellón está separado por una construcción, a manera de torres, que según la planificación inicial debía usarse para que los funcionarios del SNAI pudiesen vigilar a los presos dentro y fuera de sus celdas.
Pero esto no ocurría así. Con maquinaria y la mano de obra de los propios presos, los cabecillas rompieron las paredes e hicieron que sus celdas se extendieran hacia esas edificaciones administrativas, de las que se apropiaron.
En esos sitios instalaron camas de dos y hasta de tres plazas. Anaqueles con tragos y otros productos que, al interior de las prisiones, se consideran lujos. Había discotecas, jacuzzis, comedores.
En una de esas cedas de mediana seguridad, por ejemplo, habría estado Leandro, 'el Patrón', Norero. Y otros cabecillas de Los Lobos como 'Gordo Lucho'.
Además, como fue pensado como un puesto de vigilancia, estas habitaciones tenían vidrios blindados y puertas reforzados, por lo que los líderes criminales gozaban también de esas seguridades.
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Las dudas
Aunque todo parece estar controlado, aun con la presencia militar, la seguridad del CRS Cotopaxi todavía está en duda.
Información policial señala que el 21 de febrero de 2024, tres presos habrían burlado las seguridades y se escaparon del CRS Cotopaxi, según confirmó el SNAI.
Además, los propios militares han señalado que no hay una seguridad de que no haya más caletas con armas y explosivos en el sitio. "Para asegurarnos habría que demoler y construir una nueva cárcel", dijo un agente de manera reservada.
Y es que los militares siguen escarbando aleatoriamente, y las armas siguen apareciendo en lugares escondidos. La otra duda es qué pasará cuando los militares se vayan y vuelva el SNAI. Por ahora, los oficiales dicen que no tienen fecha de salida y que estarán hasta cuando sea necesario.
Aunque, en días pasados, el presidente de la República, Daniel Noboa, confirmó que la presencia de las FF. AA. se mantendrá al interior de los centros de rehabilitación social, por ser puntos críticos desde los cuales los grupos terroristas operan.
Finalmente, una duda general es qué pasa con los derechos humanos de los presos. Estos se quejan de poca comida y pocas horas de patio. Aunque los militares descartan cualquier tipo de violación, sino que todo se trata de poner orden y de que los presos se rehabiliten.
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