La estación San Francisco se consolida como la nueva puerta del Centro de Quito
El Metro ha cambiado la dinámica de la esquina de Sucre y Benalcázar. La estación San Francisco lleva más gente a la zona, pero también más vendedores.
Entrada de la estación San Francisco.
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A simple golpe de vista, la estación San Francisco del Metro de Quito pasa desapercibida. Si se la mira desde la plaza o la calle Sucre, y a la velocidad de un peatón de entre semana, que camina hacia trámites u ocupaciones, es una casa más del Centro Histórico.
Solamente unos discretos símbolos del Metro en los ventanales y los letreros de la fachada comienzan a delatar que no se trata de un inmueble típico de la zona, con locales comerciales o restaurantes en su interior.
Lo que sí confirma que estamos ante la nueva gran puerta del Centro Histórico es la cíclica oleada de personas que salen, todas de golpe, cuando un viaje ha terminado. Tras abandonar el Metro, los viajeros suben desde las entrañas de la Tierra (de las 15 estaciones, la de San Francisco es la más profunda) y se elevan hasta la calle Sucre, para diluirse en el mar de gente.
¡Y cuánta gente! Por ahí pasan 11.200 viajeros en promedio cada día, según las cifras de diciembre y enero. Son más de once mil almas que han convertido a San Francisco en el nuevo punto de acceso al Centro y también en un punto de encuentro, aunque sea uno fugaz.
La febril actividad de los vendedores ambulantes, que rondan la esquina de Sucre y Benálcazar, es el primer indicador de la nueva realidad.
Cuando sale la gente, María Samueza comienza a vocear. Su balde con claveles y rosas reposa en la esquina de Benálcazar y Sucre. Ofrece sus ramitos, a dólar las cuatro flores. Grita y vende hasta que un agente metropolitano se acerca para desalojarla. Pero ella, que ya se ha acostumbrado a esta rutina, se marcha primero.
Desde que la estación San Francisco se abrió, el 1 de diciembre, el gentío aumentó en esa parte. Y, con los paseantes, llegaron los vendedores, que serpentean por los adoquines. María Samueza, vendedora ambulante de 48 años, procura aprovechar ese pequeño lapso porque vende más que en otros lugares por los que camina.
Lo mismo hace Julia Ronquillo, que vende espumilla a 60 centavos. Y María Chasig, que ofrece pañitos húmedos, a dólar los cien, con aloe vera. Algunos ambulantes pasan un momento, una fracción de segundo por la entrada de la estación San Francisco, siempre vigilada por la autoridad.
Todos coinciden que logran vender más ahí que en otros sitios.
Quien no logra sacar provecho de esta situación es Manuel Quishpe, uno de los betuneros de la Plaza. Con 65 años, su puesto con silla y parasol está situado al frente a la estación del Metro, cerca a los graderíos.
Pocos caballeros se acercan a lustrarse el calzado, una tendencia desde la pandemia que no se ha revertido. Antes dejaba relucientes 25 pares de zapatos al día. Hoy, con todo y el Metro, apenas llega a 10 en un buen día. Qué desconsuelo.
Mejor le va al restaurante La Capilla, el único vecino directo de la estación con actividad comercial. Porque los demás sitios son el Museo Numismático de la calle Sucre y el acceso a la residencia de los padres jesuitas, al frente de la estación.
Francisco Córdova, gerente de La Capilla, está feliz con su nuevo vecino, sobre todo los fines de semana, cuando los clientes llegan en Metro a pasear. Incluso asesora a los desorientados comensales que vienen de los valles y que desconocen cómo llegar por la estación.
Ayuda mucho la ubicación, pero también la constante seguridad en la calle Benalcázar, que despeja de ambulantes la vereda. Además, los 20 empleados que laboran en La Capilla el fin de semana utilizan el Metro. Mejor socio, imposible.
Los servicios turísticos también comienzan a reconocer a la estación San Francisco como el portón de referencia. Desde la señalética de la misma plaza, cuyo mapa ya muestra a los peatones dónde está la estación, hasta los servicios turísticos.
El hotel Gangotena, por ejemplo, ya explica a sus huéspedes cómo usar el Metro. "The San Francisco Station is located in the heart of Quito’s vibrant Historic Center", dice su guía oficial, que califica a la estación como un edificio icónico.
El edificio de la estación San Francisco también es utilizado como proveedor de sombra. Es constante que algunos peatones, cansados y asoleados, se sienten los alféizares de los ventanales que dan a la calle Benalcázar. Incluso, es posible entrar al edificio, sentarse y admirar la plaza.
Pero es lo único que se puede admirar desde ahí porque, por dentro, la casa de antaño, levantada a mediados del siglo XIX, ya no existe. No quedan rastros de la agencia del Banco Pichincha y los otros negocios que ahí operaban antes de la expropiación para construir la estación.
Menos aún, el recuerdo de la venerable sastrería Juan José León ni de la residencia de la familia Navarro. No quedaron ni los fantasmas. O quizás sí. Luego de pagar y cruzar los torniquetes, el viajero que sale de San Francisco se topa con un holograma de Don Evaristo Corral y Chancleta, interpretado por Armando Rivas.
Antes de bajar por las gradas eléctricas, este Don Evaristo exclama que el Metro está alhaja, pero todos, chullas y chagras, deben ayudar a cuidarlo. Y con este pedido, el viajero desciende y se despide de la estación San Francisco.
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