Testimonio de la exembajadora de México: "No puedo concebir que hayan hecho algo tan desproporcionado"
Raquel Serur, exembajadora de México en Ecuador, cuenta cómo vivió el asalto a la sede diplomática mexicana en Quito.
Raquel Serur Smeke, exembajadora de México en Quito, habla el 7 de abril tras su salida de Ecuador.
EFE
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Por El País
La embajadora de México en Ecuador, Raquel Serur, fue declarada el 4 de abril persona non grata por el Gobierno ecuatoriano, que ordenó su salida inmediata del país tras una serie de declaraciones del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador.
En cuestión de horas, se desató un conflicto diplomático entre ambos países que se saldó con un asalto, por parte de la Policía ecuatoriana, a la Embajada en Quito la noche del 5 de abril y la detención del exvicepresidente Jorge Glas.
Serur cuenta, en primera persona, las horas en las que la crisis se precipitó y cómo vivió la irrupción de los agentes a la sede diplomática. Este es su relato.
Jueves 4 de abril, por la mañana
Un día complejo en la Embajada. En medio de varios pendientes por resolver, me atraviesa una inquietud: “¿Qué asunto querrá tratar la canciller [Gabriela] Sommerfeld por la tarde? Pienso en dos posibilidades: o bien me va a pedir el beneplácito para alguna propuesta de embajador o hay algún tema sensible, algún “irritante”, y quiere entregarme en persona una Nota Verbal…” Sigo con mis actividades y decido no pensar en el asunto para no distraerme.
Jueves 4 de abril, por la tarde
Llego puntual a la cita. Son las 17.30. Me reciben con la amabilidad de siempre y me conducen al despacho de la canciller Sommerfeld. Me hace pasar y, efectivamente, se trata de un “irritante”: “El comentario de nuestro presidente en la conferencia mañanera”.
Todavía pienso que puedo poner en contexto lo dicho, cuando sin mayor preámbulo me entregan una notificación declarándome persona non grata y me instan a salir del país en un plazo no mayor a 72 horas. Siento como si un rayo me atravesara el cuerpo. Sigo sin entender, me parece desproporcionado, totalmente fuera de lugar y me retiro. “No hay nada más que hablar”, digo. Me tiemblan las piernas. Subo al auto y miro al majestuoso volcán Pichincha, testigo de tanta historia… Ahora que lo escribo me escurre la primera lágrima. No he podido desahogarme. Tengo los sentimientos contenidos y agolpados en un cuerpo adolorido que no pareciera ser el mío.
Jueves 4 de abril, por la tarde-noche
Llego a la Embajada y le comento al personal que todavía se encuentra en ella lo que acaba de suceder. Nadie da crédito. Trato de ser fuerte, les indico que tenemos poco tiempo y mucho quehacer. “Es una decisión soberana del Ecuador y no queda más que aceptarla”, les digo. Me escucho como si fuera otra persona la que hablara por mí. Se esparce la noticia. El celular no deja de sonar. Mensajes y llamadas. Notifico a la Cancillería mexicana. Nadie entiende qué pasó ni por qué pasó. Le doy la noticia a un hijo y después al otro. Siento que me tiembla la voz al hablar. Me duele su dolor.
Jueves 4 de abril, por la noche
No logro conciliar el sueño en toda la noche. Mensajes y llamadas con el embajador [Pablo] Monroy. Pensamientos desordenados invaden mi cuerpo. Escenas de los últimos tiempos se agolpan en mi mente. Carros de policía afuera de las puertas de la Embajada de manera permanente; militares fuertemente armados; revisión de las cajuelas de los empleados locales. Siento una tensión y rigidez que todavía permanecen mientras escribo. Trato de reprimir esos pensamientos, pensar en las cosas que tengo que cerrar, pero me asaltan imágenes de una violencia sorda que ahora cobran otro significado. Me preocupa cómo se va a recibir la noticia en México.
Viernes 5 abril, por la mañana
Me alivian las declaraciones del presidente López Obrador, quien indica que no piensa actuar de la misma manera; que él no va a expulsar al embajador de Ecuador, ni va a romper relaciones. Habla de manera gentil y cariñosa sobre mi persona e indica que va a enviar un avión de la Fuerza Aérea para que me traiga de regreso a México. Me siento protegida y me relajo un poco. El celular sigue sonando sin parar. La canciller Alicia Bárcena me llama consternada. Me dirijo a la Embajada para dejar los menos pendientes posibles. Trabajamos todo el día, sólo con una interrupción para almorzar con algunos de los diplomáticos y algunos empleados locales.
Almuerzo tenso, muestras de afecto, lágrimas, palabras de apoyo y yo sigo tratando de transmitirles fuerza y recurro al sentido del humor. El almuerzo era la despedida. Fue rápido y entrecortado por llamadas y mensajes. Volvemos a la Embajada. Hay muchas cosas que resolver y poco tiempo. Veo el rostro triste de Karina, mi asistente. Pregunto a qué hora entró el trámite del sobrevuelo y me dicen que a las 4.04. “Un problema menos”, pienso. Converso con el embajador Monroy y siento su preocupación por mí. Seguimos enfocados en el trabajo y convoco a una reunión con todo el personal local. Les comunico lo ya dicho y trato de que sea breve porque para esos momentos siento que puedo soltarme a llorar y no quiero. Sigo contenida para que no me vean quebrada. La Cancillería mexicana publica un comunicado informando que otorgó el asilo a [Jorge] Glas el 4 de abril.
Viernes 5 de abril, por la tarde-noche
Al terminar la reunión, aviso que me retiro para empacar. El ministro Roberto Canseco decide seguirme porque había la instrucción de no dejarme sola por el acoso que veníamos sufriendo tiempo atrás, pero todavía con mayor fuerza el jueves y el viernes. Llego a la residencia y recibo la visita de dos amigas de la urbanización. Trato de dar una imagen de fuerza, pero me quiebro en momentos. Me preguntan qué me preocupa. Les digo que todo sin dar mayor explicación. Quizá, por ahora, me inquieta una declaración de la canciller Sommerfeld alrededor de las 17.00, donde dice que no ha recibido ninguna solicitud de permiso de sobrevuelo cuando yo tengo la certeza de que fue enviada a las 16.04.
A las 20.30 les pido que se retiren para poder descansar un poco. Me tiro en la cama y trato de conciliar el sueño. No lo logro del todo. Entro en una especie de duermevela con una profunda tristeza que invade todos los poros de mi cuerpo. A eso de las 22.00 escucho que suena el teléfono de la residencia. Me avisan que Eva Martha Balbuena, nuestra administradora, me llama de emergencia. Tomo la bocina de inmediato y siento un estremecimiento, una temblorina en todo el cuerpo. Una suerte de presagio de lo que comienzo a escuchar. Entre pausa y pausa me dice: “Entraron a la Embajada”… “Se están llevando al ingeniero Glas”… “tienen sometido al ministro Canseco”.
Siento una impotencia mayúscula mientras ella narra lo que está sucediendo, hasta el momento en que me dice: “ya salen”… “El ministro está golpeado, pero estamos bien”. Todo fue muy rápido. No puedo llorar. Me tiembla todo el cuerpo. Miro ondear nuestra hermosa bandera por la ventana y no puedo derramar ni una sola lágrima. Respondo incrédula, desesperada, mientras Eva Martha continúa describiendo lo que pasa. Me invade la rabia, la desesperación y la tristeza. Me tiembla más y más fuerte el cuerpo. Pienso en mis hijos. Todo a un tiempo. Les pido que cierren todo y vengan con cuidado a resguardarse a la residencia.
Le llamo a Martín Borrego [jefe de la oficina de la secretaria de Exteriores] para que le avise a la canciller Bárcena, pero la llamada presenta problemas de recepción. Mis hijos llegan a la residencia y conversamos por varias horas sobre lo acontecido sin poder digerirlo. “Me tranquiliza que al menos estemos juntos”, les digo.
Pensamos y repensamos todo mientras visualizo las consecuencias de semejante atropello. Una consternación me invade, tengo miedo. “¿Qué más pueden hacer?” Trato de serenarme, “no van a hacer nada más”, me repito. De pronto detengo mis pensamientos: “Esto es un atropello a nuestra soberanía. Entraron a la Embajada, sustrajeron a una persona, golpearon al ministro, empujaron a Eva Martha. En realidad, es una invasión a nuestro territorio”. No puedo concebir todavía que hayan hecho algo tan desproporcionado. Siento un miedo que se mezcla con indignación.
Pasan las horas y en la conversación llego a conclusiones: “Tenían todo planeado”. “Sólo esperaron a que saliera”. Eva Martha es la última en salir de la Embajada. La siguen, la hostigan, se asusta y regresa a la Embajada para sentirse segura. Llama al ministro Canseco, quien acude de inmediato al llamado. Mientras conversan en la parte posterior de la Embajada, empieza el operativo. Someten al guardia, le quitan el arma y el control remoto de la puerta del garaje. Al escuchar los ruidos, Eva Martha y el ministro se acercan para ver qué pasa.
Lo que ocurrió después es de todos conocido y se resume en unas cuantas frases que conmocionaron al mundo en el transcurso de unas horas. La fuerza pública irrumpe en la Embajada de México con lujo de violencia. Sustraen al ingeniero Glas. Lo meten a un auto blindado y se lo llevan. Al enterarse México de lo sucedido esa noche, rompe relaciones con Ecuador. ¿Qué los llevó a actuar de esa forma tan desproporcionada? ¿Cómo se atrevieron a romper con la inviolabilidad de una sede diplomática? ¿Con qué derecho agreden físicamente al personal diplomático? ¿Con qué derecho hirieron nuestra dignidad? No existe justificación alguna para hacer lo que hicieron. México en todo momento actuó conforme a derecho, y las dos naciones tenemos una larga relación de afecto y cooperación.
Sábado 6 de abril, por la mañana
No pudimos dormir la noche anterior y para la mañana del sábado era claro que todos teníamos que salir. La red de la Cancillería mexicana, en alerta desde el jueves, seguía la escalada de los acontecimientos; en todo momento dispuestos a ayudar: la canciller Bárcena, el embajador Monroy, Martín Borrego, nuestra subsecretaria Laura Elena Carrillo, ellos y sus equipos, todos pendientes. Ahora no sólo se necesitaba un avión pequeño como era el que iba a venir por mí, sino un avión que albergara a los diplomáticos y sus familias: en total 18 personas y tres mascotas. No había permiso de sobrevuelo todavía. Llamé a México y pedí que saliéramos todos en una aerolínea comercial para evitar más problemas. Así fue.
Sábado 6 de abril, por la tarde-noche
Llegamos a la Embajada para, en una pequeña ceremonia, arriar la bandera que ondeaba imponente. El sargento Cervantes baja lentamente la bandera mientras cantamos el himno nacional. Todos nos sentimos conmovidos, tenemos chinita la piel. La doblamos y me la entrega. ¡Qué duro momento! Bajo el mismo cielo estrellado cerramos nuestra Embajada en Quito.
Domingo 7 de abril
En un nuevo y hermoso amanecer, y con el acompañamiento de los embajadores de Alemania, Cuba, Honduras y Panamá, salimos a las 6.30 de la residencia rumbo al aeropuerto. Durante el vuelo me invaden múltiples recuerdos de lo que han sido para mí estos casi cinco años en Ecuador. No sólo el desafío profesional que significó asumir la titularidad de la Embajada, sino también las gratificaciones que implica un oficio lleno de sutilezas, de matices; descubrir sus complejidades y admirarme de la capacidad, disciplina y generosidad de mi equipo. Lo maravilloso de hacer amistades dentro y fuera del cuerpo diplomático, dentro y fuera del Gobierno. Lo conmovedor que me resultó caminar por las mismas calles del centro que había recorrido con Bolívar, mi marido. ¡Cuánto gané y cuánto he perdido!
El enojo, el desconcierto, la tristeza y la nostalgia fueron las emociones que viví en ese vuelo. A la llegada a México nos reciben cariñosamente la canciller Alicia Bárcena y el maravilloso equipo de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Un alivio muy grande pisar suelo mexicano. ¡Gracias México!
Reflexión final
El derecho internacional no puede ignorar este ilegal y brutal atropello. Hacerlo es aceptar que en la comunidad latinoamericana prevalecerá el reino de la arbitrariedad con repercusiones muy graves para todas las naciones. Es el respeto a la ley o la barbarie.
Artículo publicado el 14 de abrilde 2024 en El País, de PRISA MEDIA. Lea el contenido completo aquí. PRIMICIAS reproduce este contenido con autorización de PRISA MEDIA.
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