La vida como pista de nuestros demonios
Dos amigos, dos gigantes de los autos, muchas ambiciones en juego y la línea de meta dispuesta para un solo ganador. Contra lo imposible no es solamente una película. Es un boleto para subirse a la montaña rusa de las emociones humanas en un potente auto de carreras diseñado y conducido por Mat Damond y Christian Bale.
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La rivalidad entre Ford y Ferrari se convierte en un pretexto para competir y esa disputa pone en marcha las dualidades más intensas de la vida. Durante dos horas y media no hay tregua: el espectador se queda atrapado en una telaraña muy bien tejida. Carroll Shelby, un diseñador de autos y Ken Miles, un corredor apasionado, son dos personajes que saltaron de la vida real al guion de Contra lo imposible.
Vaya a Verla
Contra lo imposible se estrena este viernes 15 de noviembre en todas las salas de cine, a nivel nacional. Es apta para todo público.
En esta propuesta, dirigida por James Mangold, no hay resquicios. Todo está perfectamente compactado, tal como lo están los bólidos que desfilan por la pantalla. Contra lo imposible pone en escena la complejidad de dos personas que no conciben vivir sin la libertad que supone reventar los límites de la velocidad.
La caracterización es impecable. Los rostros duros, las facciones delicadas, las miradas infantiles… Todo encaja de manera natural. La historia de la película es totalmente creíble. Hay mucho cuidado en la composición de cada elemento que aparece en la gran pantalla. Nada está ahí por casualidad. La ambientación, los colores de los 60s, los autos -verdaderas piezas de colección- se instalan en encuadres muy detallistas.
En este contexto, los demonios de los personajes toman el volante y hacen estallar la sensibilidad de los protagonistas: dos chicos malos, ex combatientes de guerra.
Como si esto fuera poco, existe algo por lo que definitivamente hay que hacer cola para ver Contra lo imposible, y es la calidad interpretativa de cada uno de los personajes. En este aspecto, Contra golpe no da cabida a las medias tintas. Como en una carrera se va con todo, calienta el motor a niveles que trascienden cualquier expectativa y no deja de pisar el acelerador, hasta que el espectador se agarra fuerte del asiento para no ser devorado por las curvas del camino, y aún así termina con los ojos pegados a la pantalla y el pecho hundido por las emociones.
Estamos frente a una película que nos acerca al precipicio de nuestros demonios internos: la ambición, la pasión, el miedo, la resignación. Vale la pena lanzarse al peñasco y verla desde la experiencia personal de cada uno.
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