Lionel Messi, parábola y talento
Lionel Andrés, mientras tanto, varón libre, que tendría permitido hacer o decir cualquier cosa, porque lo adoraríamos igual, ha elegido ponerse límites: elige no sólo no ser una personalidad, sino casi ni siquiera tenerla.
Lionel Messi y una imagen para el recuerdo, el 18 de diciembre de 2022 en Lusail, como campeón mundial en Qatar.
EFE
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Por Hernán Iglesias Illa*
Hoy quiero escribir sobre Messi, porque cumplió 37 el martes, porque ayer terminé Ya está, el nuevo libro de José Santamarina sobre Leo, y también porque vi la excelente entrevista que le hizo esta semana Juan Pablo Varsky. En plena Copa América, todo esto me hizo pensar un par de cosas. (Ya no puedo escribir “en plena” no irónicamente, después del abuso del “en plena dictadura” para cualquier cosa ocurrida entre 1976 y 1983 y del “en plena pandemia”, para cualquier desvío en 2020 y 2021.)
Lionel Andrés, mientras tanto, varón libre, que tendría permitido hacer o decir cualquier cosa, porque lo adoraríamos igual, ha elegido ponerse límites: elige no sólo no ser una personalidad, sino casi ni siquiera tenerla. Es el mejor futbolista de la historia, una de las personas más queridas del mundo, pero qué mérito tiene eso. “Dios me eligió a mí”, le dice a Varsky. “No hice nada para ser el jugador que era de chiquito”. Reconoce que después aprovechó y multiplicó el don divino, como el siervo bueno de la parábola de los talentos según San Mateo. No se hizo el vago, no se conformó con lo que tenía, no lo desperdició en alcohol y boliches. Todo eso es cierto. Pero el talento, siente Messi, se lo dieron. “Es un don que Él me dio”, agrega, estirando la metáfora bíblica (que refuerzo yo con esa “e” mayúscula). Hasta Messi, respiramos aliviados, tiene síndrome del impostor, visible en las caritas que pone cuando le dan los Balones de Oro: no me merezco todo esto, nací así, qué le voy a hacer.
Quizás por eso siempre hubo en su carrera, y esa sensación queda del libro de Santamarina (autor de Seúl), un aire de inevitabilidad, de predestinación. Sabíamos, desde aquel Mundial Sub-20, que todo lo posterior, o una versión parecida, iba a pasar: ya desde 2005 Leo Messi iba a ser el mejor jugador del mundo. Con cada gol increíble, cada título, simulábamos sorprendernos, pero en el fondo sólo confirmábamos lo que ya estaba escrito. Por eso fue tan protagónico Messi en el cuento que nos contamos sobre el Mundial de Qatar: nos alegramos por él, por supuesto, nosotros y millones alrededor del mundo; pero también nos alivió que aquella predestinación, vista hace casi 20 años, estuviera cumpliendo su capítulo definitivo, el final del via Crucis. Con Messi campeón, el universo recuperaba su orden.
En Ya está, Santamarina cuenta una saga que todos conocemos pero leemos, en los detalles y en la mirada, de una forma nueva. No se engolosina y mantiene cierta distancia, por pudor o por oficio, o un poco de las dos cosas, ambas positivas. Cuenta un partido, un gol y su festejo con los brazos al cielo, “donde cree que está su abuela”. Un autor enogolosinado, con menos pudor o menos oficio, habría escrito “para su abuela que está en el cielo”. Pero José mantiene el plano medio, ni cerca ni lejos, sabiendo que no va a resolver el enigma Messi, de quien conocemos todo y no conocemos nada. El propio Varsky no sabe cómo tratarlo: sentado a dos metros, sin el refugio que da la página escrita, le dice “pero vos sos Messi” cuando el otro le habla de Michael Jordan, y se ruboriza cada vez que sale el tema de la fama o el genio. Cuando hablan de fútbol, los dos mejoran y encuentran un tono: el nacimiento del “falso nueve”, las copas América de 2015 y 2016, sus distintas posiciones en la cancha.
Pero cuando tiene que hablar de sí mismo, Messi sigue sin encontrar las palabras justas. Quizás no las haya. Santamarina cita una frase muy reveladora de Maradona cuando ya Messi iba derecho a heredarlo: “¿Sabés el jugador que hubiera sido si no me drogaba?” Ese reconocimiento, honesto, casi tierno, parece dirigido a Messi, que no sólo no se droga sino que es un ciudadano y atleta modelo. Dos ensayistas gringos que leo y admiro, muy distintos entre sí, Ta-Nehisi Coates y Ross Douthat, dicen que han elegido vidas ordenadas en lo personal para poder ser radicales en su trabajo creativo. La paz del hogar sostiene la ambición intelectual o literaria. Siento que Messi, sin elegirlo, como no eligió nada, porque las cosas le fueron ocurriendo, eligió o le ocurrió algo parecido. Para ser revolucionario en la cancha durante 20 años debía ser conservador en su vida: marido enamorado, padrazo de varones, amigo de sus amigos, nunca una palabra fuera de lugar.
Estos valores tradicionales de Messi –la familia convencional, las referencias religiosas, su mínimo interés por la política– son elogiados por quienes los comparten y criticados por quienes no. La última andanada de críticas a la selección, con Messi a la cabeza, por no pronunciarse sobre la complicada situación económica fue hace apenas una semana. Y el Messi favorito de Cristina Kirchner, el del “anda p’allá bobo”, es precisamente la imagen de sí mismo que a Leo menos le gusta. Cristina aquella tarde lo vio “maradoniano”. Quizás Messi, aunque adora a Diego, también, y quizás por eso decidió disculparse.
De lo más valioso de esta selección, que en parte es mérito de Scaloni pero también de Messi, es que casi nunca se victimiza ni sobreactúa ni encuentra su identidad en conflictos con otros. A contramano de la época, donde cada uno tiene culpables para todo, jamás se ponen a la defensiva. No se agrandan (tampoco se achican), no hablan de más, no patotean en la cancha. Las excepciones son pocas, y por eso visibles. El arco narrativo de Messi es contra su enfermedad inicial, las inyecciones en las piernas, los desafíos de ser chiquito. En su película no hay villanos. Cuando le echaron del Barça parecía, como bien escribe Santamarina, más confundido que rencoroso.
¿Es por esto que es casi universalmente querido? No lo sé. Puede ser. Hay algo en su timidez, en sus dificultades para relacionarse, en su incomodidad cada vez que cruza la línea de cal hacia afuera, que lo hace entrañable, humano, conmovedor. Y al mismo tiempo un enigma. No lo conocemos y lo queremos igual. En la cancha, donde hizo de todo y difícilmente sea superado en nuestras vidas como el mejor jugador de la historia, muchas veces pareció no-humano. Pero, como dice José en el libro, Messi no es alguien a quien te morís de ganas de invitar a un asado. Para hablar de qué.
Un día se le acabará el fútbol profesional y deberá seguir con su vida. Más supermercado, más buscar a los chicos en el colegio, más Netflix. Por un lado parece preparado, entero, como para afrontar el desafío, que tantos atletas describen como el más difícil. Por otro, a Leo sólo le interesa el fútbol, y ha hecho todo lo que ha hecho por su manía con el fútbol. "Ya saben cómo soy", le dice varias veces Messi a Varsky, cuando explica su timidez o, rasgo humano, sus enojos. Pero no creo que sea cierto. Nadie sabe.
Parece que Messi no va a jugar el sábado, pero sí el jueves que viene. Treinta y siete años es la primera respuesta que recuerdo de mi viejo cuando le pregunté cuántos años tenía. Nos vemos ahí, quizás sea su penúltimo (siempre es el penúltimo) partido en la selección. Pero no pensemos eso.
- Extracto de texto publicado por Hernán Iglesias Illa, en el newsletter Partes del aire, de la revista digital Seúl.
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