El Tour de Francia llega al Mont Ventoux, un mito, dos ascensos
Pocas cimas han alcanzado las proporciones legendarias del Mont Ventoux en el Tour de Francia, un puerto situado fuera de los grandes macizos, que emerge como un gigante invitado en la llanura de la Provenza y que ha marcado a sangre y fuego la historia de la carrera.
El británico Chris Froome, con el maillot amarillo de líder de la clasificación general, corre sin bicicleta en la Etapa 12 del Tour de Francia, el 14 de julio de 2016, después de que su bicicleta se dañara.
Reuters
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En la edición 108, los organizadores del Tour de Francia han previsto, por vez primera en la historia, un doble ascenso al 'monte calvo', cuyo paisaje lunar, desprovisto de vegetación, esculpido por el sol y el viento extremos que han deparado su peculiar estampa.
La Etapa 11, de 198,9 kilómetros entre Sorgues y Malaucène, aparece como una de las más complejas, situada poco después de haber abandonado los Alpes y antes de adentrarse en los Pirineos, una jornada que se anuncia crucial.
Con sus 4.500 metros de desnivel, ninguna etapa propone tantos en esta edición, concentrados en el tramo final y repleta de guiños a la historia de un puerto único. El clima se anuncia caluroso, lo que hace todavía más duro un ascenso que los ciclistas califican de "interminable".
El pelotón comenzará la dura jornada con el ascenso al Col de la Liguière, un puerto de primera categoría de 6,7 kilómetros al 9,3% de pendiente, para ir entrando en calor, antes de, casi sin reposo, adentrarse en el primer ascenso al Ventoux.
Este se hará por la vertiente de Sault, considerada la más suave de las tres que llevan al ya mítico observatorio blanquirojo que culmina el puerto, pero también la más larga.
Los ciclistas pasarán 22 kilómetros de subida con una pendiente media del 5% que se endurece en el tramo final, porque a partir del Chalet Reynard la pendiente no es negociable. El puerto ha sido catalogado de primera categoría.
Todos los observadores auguran que esa primera ascensión será más de desgaste que de ataque, porque aún quedarán 76 kilómetros para la meta.
La bajada hacia Malaucène, en su primer paso, es más rápida que técnica y los velocímetros de las bicis pueden marcar hasta 100 kilómetros por hora.
A ese ritmo, tras un corto paso de transición, los corredores se toparán de nuevo con el Gigante de la Provenza, aunque esta vez por la localidad de Bédoin, la más dura y clásica que lleva hasta el mismo observatorio rojiblanco, pero en esta ocasión de forma más directa, en 15,7 kilómetros, y más intensa, con una pendiente media del 8,8% que sitúan esta subida como categoría especial.
Una de los cuatro ascensos fuera de categoría de la presente edición del Tour que promete, esta vez sí, una selección dura entre los favoritos, obligados a mostrar sus fuerzas sin posibilidad de esconderse.
La cima, que contará con una bonificación especial de 8, 5 y dos segundos a los tres primeros que la coronen, abre de nuevo la puerta a otro vertiginoso descenso por la misma carretera, ancha y casi recta, por la que habían pasado unas dos horas antes.
De nuevo en Malaucène, un nuevo ciclista inscribirá su nombre en la leyenda del Ventoux, que se subió por vez primera en 1951 y que, desde entonces ha sido coronado en 16 ocasiones, la primera con meta en 1958, una cronometrada que el luxemburgués Charly Gaul completó en una hora.
A partir de ahí, su nombre se ha abierto un hueco entre otros mitos, como el Alpe d'Huez, que también fue ascendido dos veces en 2013, aunque su emplazamiento le coloca en menos ocasiones en el libro de ruta del Tour.
La leyenda negra
Allí ganaron Raymond Poulidor en 1965 y lo coronó en cabeza Julio Jiménez en 1967, un año marcado en negro en la leyenda del Ventoux, porque a 2,5 kilómetros de la meta allí desfalleció el británico Tom Simpson, que falleció minutos más tarde en el helicóptero que le evacuaba al hospital de Aviñón.
Un monumento recuerda el lugar del drama y desde entonces, el nombre del Ventoux está sumado al del miedo, a sus interminables rampas expuestas al sol, al viento, a la naturaleza amenazante con toda su crudeza.
Merckx ganó en 1970 y Jean-François Bernard se impuso contrarreloj en 1987 y se vistió de amarillo en un monte que en 2000 vivió el renacimiento de Marco Pantani y en 2009 el más importante triunfo de Juan Manuel Gárate.
Los últimos recuerdos del Ventoux están ligados a la figura de Chris Froome. El británico se impuso en 2013 camino del primero de sus cuatro Tours y, tres años después, cuando se disponía a ganar el tercero, dejó en sus rampas una de las imágenes más icónicas de la carrera.
En una edición en la que el viento obligó a recortar la etapa e impidió alcanzar la cima, el público se amontonó en un espacio más reducido y dificultó el avance de las motos y los ciclistas. Víctima de un choque contra una moto, Froome, que vio como su bicicleta estaba averiada, víctima del pánico, comenzó a correr con destino a la meta hasta que un vehículo de apoyo le prestó otra máquina.
Aquel recuerdo es el último que resta del Ventoux hasta que los ciclistas escriban una nueva línea de su leyenda.
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