Cerro Blanco: ¿qué especies atesora y por qué es importante para Guayaquil?
El bosque protector Cerro Blanco, una reserva privada en el noroeste de Guayaquil, es hogar de especies en peligro crítico como el papagayo y atesora árboles de más de 100 años.
Vista panorámica de Cerro Blanco, pulmón de Guayaquil, en abril de 2023.
AFP
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En Guayaquil, una ciudad donde los árboles nativos y las áreas verdes son escasos, se levanta un bosque virgen y que atesora especies en peligro de extinción. Se trata de Cerro Blanco, que hoy suma una nueva amenaza: la eventual construcción de una carretera hacia el nuevo aeropuerto en Daular.
Durante un enlace radial, el alcalde de Guayaquil, Aquiles Alvarez, se refirió a esta reserva, administrada por la fundación ProBosque, y señaló textualmente que un primer tramo de la nueva autopista "atravezará Cerro Blanco y terminará en una importante empresa de la vía a la Costa".
Horas después, y ante la ola de críticas por sus declaraciones, Alvarez explicó que en el Municipio no son irracionales y que "nadie va a tocar ningún Cerro Blanco".
Del proyecto de construcción de la autopista se habla desde 2020, pero aún no se conocen todos los detalles, puesto que se encontraría en etapa de licitación.
Pero en medio de la discusión sigue el bosque que en sus casi 6.000 hectáreas posee especies de flora y fauna emblemáticas para Guayaquil.
PRIMICIAS hace un repaso de lo que tiene Cerro Blanco, una 'isla verde' en Guayaquil, poco conocida y apreciada.
Árboles centenarios
Ubicado en la vía a la Costa, un sector del noroeste de Guayaquil y considerado clave para el desarrollo inmobiliario, Cerro Blanco tiene fauna y flora propia del bosque Seco de la Costa.
Este último es un ecosistema en peligro crítico, y en todo el mundo, queda apenas el 10% de extensión original de bosque seco tropical.
Precisamente, el remanente virgen de bosque Seco que existe en Cerro Blanco es uno de los pocos en Latinoamérica.
En este hábitat, hay árboles que superan los 100 años, como los Fernán Sánchez, Guasmos, Pigios o Ceibos.
Algunos son tan altos como un edificio de 20 pisos, y su valor ecológico es inmenso para Guayaquil, que no cumple con los parámetros de la OMS de tener nueve metros cuadrados de áreas verdes por habitante.
Hogar de especies en peligro
En números, 6.000 hectáreas protegidas de bosque suenan enormes para cualquier ciudadano. Para los ocelotes o los osos hormigueros, animales propios del bosque Seco Tropical, implican una jaula natural.
Una jaula con aguas cristalinas que bajan de la montaña, y donde por las tardes se reúnen los monos, guatusas y zarigüeyas en época de sequías.
La reserva también es refugio de 60 tipos de mamíferos, como el jaguar, el felino más grande de América.
Además, en estos enormes árboles de Cerro Blanco anidan unas 250 especies de aves y una de ellas es emblemática para Guayaquil. Es el papagayo de la Costa, un ave que cuenta solo con unos 60 ejemplares en libertad, según expertos.
Y por si fuera poco, abundan variados tipos de hongos, algunos de ellos púrpuras, pegajosos y otros negros muy finos, conocidos como "mano de muerto" porque emergen como garras de la tierra.
Un pulmón a media marcha
Antes de ser privado, Cerro Blanco era la hacienda de un terrateniente de los años 50 que fue expropiada por el Estado y vendida en 1989 a la cementera Holcim.
La empresa suiza decidió proteger 2.000 hectáreas como parte de un plan de compensación ambiental y delegó la reserva a la Fundación Probosque.
Debe su nombre a la piedra caliza que hay en sus montañas, y que son la materia prima para la producción de cemento.
Y esta también ha sido una maldición, porque estas minas atraen a canteras de piedras, que por años, se han ubicado en los alrededores de Cerro Blanco.
Unas 36 canteras devoran la vegetación de la zona aledaña al bosque. Diez están a cargo del municipio y las demás tienen autorización de la estatal Agencia de Control Minero, aunque pobladores sostienen que algunas operan de manera ilegal.
Además de las canteras, otra amenaza para el Cerro son las invasiones, porque al norte colinda con los asentamientos irregulares de Monte Sinaí y Ciudad de Dios.
Tres Bocas es el sector más peligroso, custodiado por dos guardaparques desarmados que poco pueden hacer ante los traficantes de tierras o quienes provocan incendios forestales para aplanar el terreno y construir más viviendas.
Pese a que este pulmón verde respira a media marcha y enfrentando tantas amenazas, los pocos visitantes que tiene, todavía se maravillan con su biodiversidad.
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