Una Habitación Propia
Este zeitgeist y este rivotril
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Zeitgeist, como tantas palabras alemanas, es un término muy poético. Zeit, palabras más palabras menos, vendría a significar tiempo, época, atmósfera y geist, fantasma, espíritu.
Así, la unión de ambas sería espíritu de los tiempos o de la época.
Para qué los voy a engañar: el espíritu de nuestros tiempos es espeluznante. Vivo en España, donde cada verano las olas de calor se suceden hasta el punto de solaparse y los meses de junio, julio y agosto se convierten en un solo gran infierno que dispara las peores violencias en la naturaleza y en la gente.
El campo y los bosques, secos e hirvientes, se queman y la gente, desvariando de calor, se golpea y se asesina.
Es contra natura -nunca mejor dicho- vivir tantos días con tanto calor. O con tanto frío. En el otro hemisferio están helándose con olas de frío que, otra vez, se solapan hasta hacer de los meses de invierno un constante congelador.
Otra vez la naturaleza se resiente: otra vez se pierden cosechas, otra vez los animales se aturden y enferman, otra vez las personas, sobre todo las personas sin hogar, mueren de frío.
Se llama cambio climático y es una realidad tan palpable, tan violenta, tan verdadera, que negarla es actuar como aquellos que aplaudían el traje nuevo del emperador a pesar de que el emperador iba en pelotas. Y, sin embargo, la derecha y la extrema derecha niegan el cambio climático.
En este zeitgeist, con este fantasma penando en nuestros días, estamos a las puertas de unas elecciones presidenciales. El partido de derechas más importante de este país es, según las encuestas, el que más opciones tiene de gobernar, pero no lo hará en solitario, no. Hay otro partido, llamado VOX, de extrema derecha, cuyo poder e intención de voto no deja de subir.
Para gobernar, el partido de derecha tendrá que pactar con el partido de extrema derecha y tendrá que someterse a sus exigencias si quiere poder legislar.
¿Qué quiere la extrema derecha? Ya se lo imaginan: quitar derechos a la ciudadanía y dárselos a las grandes fortunas y a las empresas millonarias. O sea, quiere devastar, deforestar, explotar, aniquilar, usufructuar, colonizar.
Y más: quiere frenar el avance de las libertades sociales y sexuales de miles de personas o, seguramente, hacer que esas libertades retrocedan hasta los sótanos, los armarios, la clandestinidad.
Vivo en un país que vivió una dictadura fascista, que recuerda casi todos los días el terror del franquismo, los desaparecidos, las fosas comunes, los exilios políticos, la persecución y el espionaje que ejercían las fuerzas de seguridad del estado, pero también los vecinos.
Hermanos contra hermanos.
Con el corazón inenarrablemente roto, créanme, miro las encuestas y escucho las propuestas electorales del partido de extrema derecha y no puedo creer que este país esté permitiendo que la historia vuelva a repetirse después de tanto dolor y tanta represión.
No puedo creer, digo, que esté pensando a dónde emigrar después de las elecciones. No quiero vivir en un país que me odie.
La extrema derecha odia la diferencia y a las minorías: mujeres, inmigrantes, personas LGTBI son algunos de sus enemigos, aunque, en realidad, somos todos los que pensamos diferente, es decir, pensamos con libertad, con empatía, con solidaridad.
Sí, eso abarca también a los artistas, a los librepensadores, a los periodistas que no se pliegan al régimen.
Sé que se considera manido y exagerado apelar al nazismo cuando asciende un partido de extrema derecha, pero si leen la propuesta electoral de VOX en lo que se refiere a, por ejemplo, migración, encontrarán que por ahí asoma una especie de estrella de David para identificar a las personas que están indocumentadas. No se les permitirá regularizar su situación bajo ningún aspecto: marcados, señalados, parias, indeseables.
Hace ya algún tiempo que me asaltan ataques de llanto mientras hago cosas habituales: lloro lavando los platos, escribiendo, viendo alguna película boba.
Ayer lloré en un audio de Whatsapp a mi mejor amiga porque me siento vieja, me siento sola, me siento perseguida y, porque después de veinte años de haber salido de mi país, me siento cansada, increíblemente cansada de seguir peleando por mi derecho a vivir, a ser, a echar raíces.
No quiero volver a irme, no quiero no poder quedarme.
Y probablemente tenga que hacerlo: dejar la casa que elegí.
No quiero que el gobierno al que pago mis impuestos me odie. No quiero que la gente que está en el poder gracias al voto de mis vecinos me odie porque eso quiere decir, entre otras cosas, que mis vecinos también me odian o, al menos, les importo un pito.
Un día, en un ataque de ansiedad, fui a la psiquiatra y me mandó tomar rivotril cuando me sintiera así de desesperada, así de rota, de impotente. ¿Cómo le explico que es por el zeitgeist? ¿Cómo le explico que no se me va a pasar, sino que va a ir a peor después de ver el resultado de las elecciones? ¿Cómo le explico que mi depresión íntima viene de la política?
Tal vez no me entienda.
Y ustedes, ¿me entienden?