Yunda: el reflejo de las tradiciones políticas más oscuras
Es Ph.D. en Economía. Docente-investigadora de la Universidad de las Américas. En sus investigaciones combina sus dos pasiones: la economía y la ciencia política.
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Durante varios meses, el exalcalde del Distrito Metropolitano de Quito, Jorge Yunda, ocupó la primera plana de la mayoría de portales noticiosos.
Los escándalos en los que se vio envuelto abarcaron varias aristas: los contratos otorgados de manera directa a sus amigos; los mensajes de WhatsApp de su hijo en los que negociaba contratos a cambio de patrocinios; los mecanismos poco éticos a los que recurrió para mantenerse en el cargo.
En fin, la lista es larga. Una vez que ha concluido este oscuro capítulo en la historia de la capital debemos preguntarnos, ¿qué nos enseña Yunda sobre nosotros mismos y sobre la ciudad que lo eligió para dirigirla?
Con dos años en la Alcaldía, Yunda demostró ser el reflejo de las tradiciones políticas más oscuras de todos los tiempos. Su historial de escándalos de corrupción se remonta a la época correísta en la que, de manera ilegal, accedió a varias frecuencias del espectro radioeléctrico.
Sin embargo, aquellos que residimos en la capital, haciendo gala de nuestra mala memoria, lo elegimos como Alcalde.
Su peculiar campaña ya mostraba indicios de lo que sería su administración, pues adoptó un eslogan que no era más que una burda copia del que usó Donald Trump en su campaña presidencial en Estados Unidos: 'Quito grande otra vez' ('Make America great again').
Yunda no es simplemente otro político corrupto, de los que tenemos muchos. Yunda sobresale por su habilidad para utilizar la negación, la exageración, la fabricación y la victimización como herramientas para desviar la atención de temas delicados, transferir la culpa a otros y manipular a la ciudadanía.
Durante su administración mostró ser uno de los alcaldes más deshonestos, egoístas y peligrosos que haya tenido la capital. Puso en riesgo a toda la ciudadanía quiteña con su desastroso manejo de la pandemia.
Promovió una agenda política que fomenta las divisiones sociales. Sus artimañas para mantenerse en la Alcaldía dejaron en evidencia su cinismo inquebrantable y su voluntad de mantenerse en el cargo sin importar las consecuencias.
Es tentador pensar en Yunda como un paréntesis en la historia de Quito, como un capítulo aislado que nunca más se repetirá. La corrupción, el cinismo y la victimización que rodearon su administración son elementos muy perturbadores como para aceptarlos como parte de los principios fundamentales de la ciudad.
Sin embargo y, lastimosamente, Yunda es el espejo que expone las contradicciones de nuestra ciudad. El hecho de que todavía tenga el apoyo de una parte de la ciudadanía debería obligarnos a reflexionar sobre el sistema, las creencias y las prácticas políticas que permitieron que fuera electo.
Que haya sido destituido no es suficiente. Debemos luchar contra la normalización de la corrupción, la victimización y el cinismo como formas de hacer política.
Si en algún momento logramos ganar la pelea contra estos males, podremos concluir que Yunda era el espejo que Quito necesitaba para cambiar y mejorar.