Al aire libre
Yoga en el bosque de pinos
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Cuando tenía 15 años alguien me habló de unas clases de yoga, así que fuimos con una amiga para ver de qué se trataba. Me acuerdo del sitio, estaba en la calle Santa María, en La Mariscal. Fue tan extraño…
Las luces eran tenues y unas cortinas se movían con el viento del atardecer. Me gustó, hasta el rato en que el profesor nos mandó a tomar una ducha de agua helada. Entonces, pese a sus protestas, tomamos nuestros bolsos y escapamos.
Años después tuve otra clase al pie del mar. La experiencia fue hermosa; terminé relajada y flexible.
Me interesé de nuevo cuando escuché de una sesión de 'Yoga en el bosque de pinos'. La organizadora, Sofi Lira, dueña del Flow, me habló de estos encuentros exteriores antes en el Ilaló y, ahora, en el bosque de pinos del Cotopaxi.
“Fuimos un grupo pequeño” –dice Sofi- “y mientras caminábamos yo agradecía a Dios porque todo era perfecto. Llegamos a un claro y cada uno escogió su árbol y fue cuando más silencio hubo. Aunque estábamos abrigados, nos íbamos quitando la ropa. Yo caminaba entre ellos con los ojos cerrados y sentía que estaban anhelando que la intención con la que vinieron para su práctica sucediera, tal era su concentración”.
El verse las caras de frente y no detrás de la pantalla les hizo sentir que todos estaban pasando por el mismo encierro y que necesitaban ese espacio de aire puro, comenta Sofi.
“Durante la caminata les dije que nos acordemos que el sufrimiento es la incapacidad de aceptar. Si te resistes, sufres. Si quieres que sea diferente, sufres. El aprendizaje de esta sesión fue aceptar que esa condición está en nuestra cabeza”.
La postura en yoga no es física, es mental. Es controlar la mente, controlar a los ‘monos locos’ que están contando cuentos todo el día, repartiendo miedo.
Una persona que trabaja en su cuerpo y abre el espacio de las vértebras y afloja las caderas, recibe en su vida más espacio para las cosas buenas que vienen sucediendo. Es una ley física: si generas espacio todo empieza a movilizarse. Es palpable.
Para hacer yoga, ya sea en la casa o en una de estas sesiones externas, se necesita ropa cómoda y un mat o alfombra de yoga. Sofi recomienda prender una vela, encontrar en la casa o jardín un lugar agradable que sea propio. “Así, cuando busques cualquier respuesta, aliviar algo, vas allá para estar en silencio. Honrar ese espacio contigo mismo es rico”.
El yoga es alcanzable, es accesible. Si eres activa, tu medicina es sentarte a meditar porque te saca de tu zona de confort, y lo que te cuesta, te enseña. Te da equilibrio: al tener menos ansiedad comes menos, bebes menos alcohol, respiras más, te aceptas tal como eres.
Sofi comenzó practicando hot yoga en Canadá, en una sala a 43 grados. Se enganchó. Finalmente, después de mucho caminar, abrió el Flow.
¿Cómo se puede ser constante en el yoga? Sofi dice que cuando te llega, es que ya estás lista. Lo que le quieras dedicar: una respiración de 10 minutos o sentarte a meditar 15 o puedes hacer una práctica de yoga de una hora o más. Ese espacio de estar quieta, sin que te estén molestando, se vuelve un pequeño ritual.
Requieres humildad, apertura, curiosidad para hacer yoga, es el encuentro con uno mismo.
“A ti te gusta correr” –me dice Sofi, “llegar a la casa con la adrenalina y el cansancio… así es el yoga, vuelves igual, pero no estás agotada”.
Puedes llegar al mat porque te duele la espalda o quieres bajar de peso, y no porque quieras meditar o ser un maestro. Pasa por la puerta por el motivo que sea y después, la respuesta llega sola. El mat es un lugar de respuestas.
Quizás por eso cuando llegaron a ese lugar lleno de energía, al pie del Cotopaxi, con el aroma de los pinos, el comentario fue: oigan no pasa nada, no está pasando nada, todo está en nuestras cabezas.
Esa práctica fue un regalo para mí y para todos.