Contrapunto
Yahaira Recalde y la literatura ecuatoriana pospandemia
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Escribir o no escribir, parece ser el primer dilema de quien incursiona en el ámbito de las letras y eso tal vez pensó Yahaira Recalde (Quito, 1973) con la publicación de su primer libro de relatos a modo de crónicas: 'Y eso sería todo, básicamente'.
El título es lo primero que llama la atención, así como el lugar del 'lanzamiento' (siempre prefiero escribir presentación porque la palabra habla más de una flecha o un cohete) en la plaza Churchill, donde también se suele presentar la Orquesta Joven del Ecuador, que dirige Diego Carneiro.
Apenas cruzamos unas pocas palabras con la autora (dedicatoria incluida), quien estuvo de acuerdo que se hable bien o mal de su libro editado por Rayuela, dentro de la colección 'Decires de la memoria'.
El libro surge de los talleres sobre narrativa dirigidos por Mónica Varea y Adelaida Jaramillo. Ellas descubrieron las capacidades de Yahaira para contar historias del día a día, algo así como un diario de vida, pero sin cursilerías.
La primera pregunta planteada como lector es ¿por dónde va este libro? No es un texto de crónicas, pero algunas historias están narradas en ese género. No son cuentos, a pesar de que algunos relatos rozan ese estilo, son entonces microcuentos.
La primera observación es que faltó estructurar mejor los tiempos; se aprecian algunos saltos de épocas y también historias sueltas, que no se enlazan unas con otras, como sí ocurre al final: 'Diario de una pandemia'.
La otra pregunta que podría plantearse el lector ¿lo que lea me será útil? Y la respuesta es sí, comenzando por la narrativa ágil, gramaticalmente bien escrita y con algo que podría marcar la diferencia con otras historias: el lenguaje.
En el relato se puede palpar el acento quiteño y jovial de la escritora, su sintonía con las experiencias pasadas del colegio, de la universidad, de la relación con la familia e incluso con un Quito que dependía, por ejemplo, de las acometidas del IETEL para conseguir un teléfono fijo.
La narración a ratos es irreverente, pero la escritora -aunque parecen no faltarle motivos- no putea a nadie (por si acaso el verbo putear según el RAE significa fastidiar, perjudicar a alguien y, como segunda acepción, injuriar, dirigir palabras soeces a alguien).
Es la historia de tres hermanas, Yahaira la mayor, que pierden muy pronto a su madre; en tanto que su padre -el conocido periodista deportivo Enrique Recalde- se queda solo con las tres hijas.
El tema familiar lo aborda sin drama. Recurre a su fino sentido del humor para relatar las dificultades con su casi inédito nombre. Sugiere que se lo pusieron en común acuerdo entre sus padres y recurre a un diálogo inventado en el que la mamá decidió Yahaira y el segundo nombre, Emperatriz, fue idea del papá.
Con esos nombres -escribe- "los seres que más me amaron y me amarán en el mundo, me insertaron en este mercado inclemente".
Recuerda que sus compañeras de la escuela tenían nombres fáciles como Ana, María, Belén. ¿Cómo carajo hace una niña de seis años para escribir nombres que suman 17 letras, dentro de las cuales hay una Y, y una H intermedia que, además, no es muda?
Es probable que a muchas mujeres les haya ocurrido lo que escribe en el capítulo 'El oficio de (no) ser mamá'. Se desahoga con todas las preguntas por el hecho de no haberse casado nunca: "se te está pasando la hora" o "¿y el bebé para cuándo?" o "¿Por qué nunca tuviste hijos (as)?"
O algo muy típico de la clase media con hermanas nacidas entre agosto y septiembre: una sola fiesta para las tres. Algo raro en un escritor (a) es el uso oportuno del oxímoron y en el relato de la pandemia lo usa así: "cuando comienza la noche, el silencio se hace ensordecedor".