Una Habitación Propia
El síndrome de resignación
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Últimamente me olvido de muchas cosas: nombres de artistas, de películas, a qué iba a la cocina, lo que iba a comprar en el supermercado, citas laborales o médicas, conversaciones enteras, de todo.
Soy Dory, la de Nemo.
Tanto es así que el otro día una amiga, a la que le está pasando lo mismo, me dijo ¿te acuerdas cuando conversábamos de corrido?
No, tampoco me acuerdo.
Esta especie de amnesia fragmentaria puede ser desesperante, pero a veces, sólo a veces, me parece una bendición. Olvidarme de ir a una cita de trabajo es terrible, pero olvidarme de palabras que me hirieron o de desplantes supuestamente inolvidables es una bendición. Mi alma está más en paz gracias a esos olvidos.
Reviso las noticias sobre las elecciones de nuestro país y pienso en eso: en la amnesia política e histórica de la que padecemos los ecuatorianos. De otra forma no se explicarían ciertas candidaturas.
¿Es eso? ¿Nos quedamos con lo bueno y olvidamos lo malo? ¿Somos los ecuatorianos un pueblo con amnesia selectiva?
Desde que tengo uso de razón cívica, nuestros gobiernos han sido desastrosos. El que no se llevó los dólares en maletas, los metió en paraísos fiscales. El que no está acusado de peculado está comprometido por favorecer a empresas extranjeras que han arramblado con el país.
Delitos de lesa humanidad, falta de ética, chanchullos económicos millonarios, atropello a los derechos humanos, complicidad con criminales, injerencia en el poder judicial, actitudes dictatoriales, en fin, ya saben a qué me refiero: Carondelet.
Es increíble cómo casi todos nuestros presidentes se van, en lugar de entre aplausos, con condenas, imputaciones, trapos sucios, porquería.
Sin embargo, elección tras elección, esos mismos -o sus títeres- reaparecen en las papeletas de votación frescos como una rosa. De alguna manera absueltos, de alguna manera limpios.
No me lo explico. ¿Ustedes?
Es verdad que somos un país sugestionable, es verdad que las mentiras de que viene el cuco y nos comerá corren entre la gente como verdades incuestionables y determinan los votos. Es verdad, digo, que nos pueden asustar como a niños.
Pero también veo con una alarma que me rompe el alma que el déjà vu electoral, el horrible eterno retorno, está a las puertas de las urnas. Los que ya tuvieron su oportunidad y demostraron que eran, más que incapaces, pillos, van a ganar otra vez o, al menos, van a tener presencia importante en la Asamblea.
Van a decidir sobre nuestras vidas aquellos que las arruinaron.
Nada va a cambiar. O sí, va a cambiar a peor.
Ecuador, ahora mismo, es un país del desconsuelo y del sálvese quien pueda. Una gallina sin cabeza. Leo que en Guayaquil ya no hay barrio que pueda llamarse tranquilo, que la policía no da abasto, que la gente prefiere quedarse en casa a regresar en un ataúd.
Leo también las listas de presidenciables y me agarro la cabeza porque no entiendo cómo es posible que puedan volver a gobernar quienes permitieron, a lo largo de muchísimos años, que este descontrol asesino y violento se haya apoderado del país.
No sé si sea mejor lo otro: olvidar que fueron ellos que abrieron las puertas a las mafias y al narcotráfico. Olvidar que se llevaron miles de millones por contratos con empresas que han expoliado y expoliarán nuestra riqueza y nuestra belleza.
Olvidar también que prometieron lo que ahora vuelven a prometer y que no sólo no cumplieron, sino que hicieron todo al revés.
No sé si solamente con la amnesia política se puede vivir con una cierta paz. O tal vez lo que yo llamo amnesia sea más bien el recurso del ser humano ante lo violento, lo vil, lo destructor: el síndrome de resignación, un letargo parecido al coma a causa de un trauma.
Y de eso usted y yo sabemos muchísimo.