De la Vida Real
Volver a la universidad
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Pasar por el edificio de la Universidad Andina siempre me ha servido para tener una orientación de tiempo y de espacio, porque para mí significa la entrada a Quito.
La veo, y me llegan lindos recuerdos de mi época de estudiante de posgrado. También me da mucha nostalgia, y acelero el carro para no pensar mucho. Si entro a averiguar cuánto cuesta volver, de ley salgo matriculada. Y en esta época tengo que concentrarme en pagar la educación de mis hijos y no la mía.
Para evitar la tentación pongo distancia emocional, como recomiendan los psicólogos. Y la Universidad Andina se convirtió en eso, en un edificio práctico para mi orientación.
El miércoles pasado, Enrique Ayala Mora, el lúcido historiador ecuatoriano, nos invitó a un almuerzo junto con algunos colegas periodistas y comunicadores. Fue raro volver a entrar a la Andina desde otra etapa de mi vida: casada, profesional y madre de familia.
Cuando abrí la puerta me dieron nervios, porque no sabía con quién me iba a encontrar.
Debo admitir que tengo serios problemas con el tiempo. Siempre llego muy temprano o muy tarde. No logro un equilibro en cuanto a puntualidad.
El miércoles, llegué 30 minutos antes. Me senté a esperar hasta que empezaron a llegar los demás invitados. Conversamos un poco, y luego Enrique Ayala con César Montaño, el rector de la Andina, nos invitaron a pasar a una sala que yo no conocía.
Había una mesa con muchos libros. Nos dijeron que tomáramos los que nos interesaran. Enrique nos contó que la Universidad ha tenido que reducir el presupuesto, pero el único rubro que no se redujo fue para impresión de libros.
Cogí seis, y los seis pensando en mi hijo, porque eran títulos que tenían que ver con fotografías e historias de Quito. Sabía que a mi guagua le harían feliz.
Después de hablar entre nosotros y reírnos un rato, nos invitaron a almorzar. Este salón tiene cuatro vitrales de las heroínas de la Independencia de América Latina. Me senté justo al frente, y mi imaginación se conectó con cada una de ellas.
Durante el almuerzo, no tengo idea de quién habló, porque yo estaba soñando con la Independencia, junto a Manuela Cañizares, Juana Padilla, Policarpa Salavarrieta y la Negra Fernanda.
No sé tanto de historia, pero me alucina saber que estas mujeres fueron las que lucharon y estuvieron al frente de la Independencia.
Enrique nos contó muchas cosas, pero hubo un dato que me impresionó: "Juana Padilla perdió a cuatro de sus hijos porque se enfermaron de malaria. Volvió a quedar embarazada, luchó contra los españoles y después dio a luz a su hijo".
Y en pleno relato hizo una pausa. Pensé que iba a venir alguna otra tragedia, y continuó:
-Siempre les pongo ese ejemplo a mis estudiantes cuando se quejan a la hora de terminar su tesis y de las dificultades. Si Juana pudo sobrevivir a tanto dolor y, embarazada, luchó a caballo y dio a luz en plena guerra, ¿cómo pueden ustedes quejarse de la tesis, con todas las comodidades que tienen? No se quejen y aprendan de las heroínas".
Después del almuerzo, nos invitaron a un tour por el campus. Y ahí la conexión que tuve con mi pasado fue inminente.
Porque, si bien la universidad está remodelada, hay partes intactas que hicieron que me acordara de esas mañanas frías en el tráfico pesado, en las que El Wilson, mi marido, y yo llegábamos a clases muertos del sueño.
Éramos enamorados y juntos decidimos entrar a estudiar. Luego de clases, cada uno se iba a su trabajo. El tour siguió.
Cuando una es estudiante, está más pendiente de ver los cuadernos, los libros y la computadora que las paredes, los pisos y los tumbados.
Y sí, ahora me detuve a ver con detalle los collages hechos con tela, los cuadros bordados, las esculturas, me fijé en el piso, que ha sido un mosaico de flores blancas con hojas verdes que dan el toque de frescura a la universidad.
Pasamos por la biblioteca. Cada detalle está pensado para que el estudiante esté en armonía, y se pueda concentrar. Las escaleras en forma de espiral hacen juego con el vitral gigante que también tiene ondulaciones.
Luego de 15 años, me encantó volver a la Universidad Andina. Pensaba que era un lugar en el que, si no estaba matriculada, no podría volver a entrar. Pero no ha sido así. Sus puertas están abiertas para cualquier persona.
Algún rato quiero ir con un libro a la biblioteca, a sentir que el tiempo no pasa, a leer como uno lee cuando es estudiante, sin apuros, en silencio.