Las viudas
Abogado, doctor en jurisprudencia y escritor. Es autor de nueve novelas. Su última obra es la novela 'Los crímenes de Bartow'.
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Cada fin de año las vemos aparecer ataviadas con sus vestidos apretados, enfundadas en medias nylon, practicando pasos de baile con zapatos de tacón, pintarrajeadas, alardeando con sus voces estridentes, fingidas, mientras los peatones u ocupantes de vehículos las contemplan en cada esquina y se divierten con ellas o las ignoran o las insultan o las agreden físicamente, porque en este país sobran los homofóbicos y los cavernícolas.
Este fenómeno tan particular es una estampa breve de lo que muchas personas, viudas del 31 de diciembre o no, viven a diario en una sociedad que, en general, las repudia y las discrimina por su orientación o su condición sexual.
Y es que detrás del travestismo y de la transexualidad verdaderas (también de la homosexualidad aunque no sea este el este artículo), hay un drama enorme que se magnifica en una sociedad conservadora, hipócrita y machista como la nuestra.
Ese drama aumenta de forma exponencial por la situación económica, pues mientras menos recursos tenga la persona que siente que su género no corresponde a su cuerpo, tendrá aún menos probabilidades de hacer realidad su sueño.
Pero esto no solo se trata de sueños o anhelos frustrados, porque lo más grave es que en nuestro país tanto los travestis como los transexuales están limitados, en una gran mayoría, a ejercer la prostitución u optar por trabajar como estilistas.
Todo esto sin tomar en cuenta el hecho de ser víctimas frecuentes de violencia o de problemas graves de salud, muchas veces fatales, a causa de procesos quirúrgicos furtivos o de tratamientos experimentales a los que se exponen.
Por el contrario, he conocido casos de personas con buena posición económica que tomaron la decisión de transformar su cuerpo e hicieron cuantiosas inversiones.
Todos ellos decidieron alejarse del país y lograron llevar una vida normal, tanto en lo profesional como en lo personal, incluso con parejas estables y matrimonios de por medio. Lo que en naciones avanzadas hoy resulta posible, aquí, en pleno siglo XXI, es aún impensable.
Nos falta mucho para convertirnos en una verdadera sociedad de derechos en la que el que quiera salir vestido como le venga en gana lo haga sin temor ni vergüenza.
Nos falta mucho para convertirnos en una verdadera sociedad de derechos en la que el que quiera salir vestido como le venga en gana lo haga sin temor ni vergüenza.
Y donde el que desee salir del closet o cambiar su cuerpo lo haga sabiendo que tendrá las mismas oportunidades que cualquier ciudadano y, sobre todo, que nadie los discriminará o matará por lo que decidieron ser.