En sus Marcas Listos Fuego
Las virtudes de la indignación colectiva
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Llevo dándole muchas vueltas a cómo abordar mis primeras impresiones sobre la desaparición de María Belén Bernal sin que me odien.
Luego me acordé de que las cabezas calientes odian y las cabezas frías procesan. Así que si están calientes hoy, lean esto cuando se hayan calmado.
Empecemos por lo primero. ¿Saben por qué se puso al Estado patas arriba para buscar a María Belén? Porque el caso se hizo público, porque los gritos indignados de una sociedad colocaron en jaque al Gobierno, porque el ruido de ellas funcionó como despertador.
Son cientos de María Belenes las que desaparecen al día y jamás el Estado (este o los anteriores) moverá más de un dedo para buscarlas. Las estadísticas oficiales (FGE) dicen que tienen registradas 42.953 denuncias de desaparecidos (hasta el 2021).
¿Ustedes vieron el despliegue gubernamental y las recompensas ofrecidas por 42.953 casos? La respuesta es no.
Yo les voy a explicar qué pasa aunque les duela, aunque me odien. Que el 99% de las personas desaparecidas son de escasos recursos, viven en un entorno tan distinto al nuestro que sus familias no tienen voz y, por ende, nunca nos enteramos ni de su existencia, menos aún de que desaparecieron.
¿Cuántas niñas desaparecen víctimas de la trata de personas en pueblos fronterizos, en el Guasmo, en algún comité del pueblo? ¿Por qué estos escándalos no se imitan en los casos de ellas? Pues porque psicológicamente sus desapariciones no nos generan algo que la criminología califica como "miedo a que me pueda pasar a mí".
Esto se llama 'proceso mental de relacionamiento y de asemejación', que significa que vemos como nuestro lo que nos es cercano y como ajeno lo que nos es lejano.
La primera muestra en nuestra sociedad de que la reacción social (sociológicamente hablando) se deriva del 'relacionamiento' que se genera con la víctima, fue el caso de Karina del Pozo.
¿Por qué la sociedad (la nuestra, la de redes, la de universitarios, con la que nos codeamos) reaccionó así con ella? Porque Karina podía ser nuestra hermana, nuestra hija, nuestra novia, nuestra vecina. Porque cuando no puede ser nuestra hermana, nuestra hija, nuestra vecina, no nos genera empatía y, por lo tanto, no tenemos nada que exigirle al Gobierno.
Lo siento, pero las cosas como son. María Belén tiene la suerte de haber estudiado una carrera universitaria, de ser abogada, de manejar redes sociales, de ser de clase social media y que hace que sus iguales reaccionen.
Porque si María Belén fuese una vendedora ambulante del Carchi, les apuesto mi riñón, la noticia de su desaparición hubiese sido un mero dato estadístico, incluso menos importante que algún reporte climático.
Pero no se alarmen, que esta columna no es solo una reflexión social, sino el reconocimiento de que solo cuando ellas levantan su voz, entonces esa gran máquina oxidada llamada Estado se pone en marcha.
Si ellas no hubiesen levantado la voz, no tendríamos 400 policías buscándola, sino solo un caso más en Fiscalía, donde se asignaría el caso a un Policía Judicial para que haga averiguaciones básicas y presente su informe en 90 días, como en un caso cualquiera.
El reto es: ¿cómo hacemos que ningún caso sea, nunca más, un caso cualquiera?
Por eso yo felicito a las voces, altas e indignadas, de ellas, porque si María Belén aparece con vida, habrá sido gracias a quienes despertaron al Gobierno y le obligaron a actuar. Porque si no aparece con vida, la captura y enjuiciamiento de quien le hubiere arrebatado la vida será gracias a la indignación popular.
Porque colocar un reflector sobre un caso, hace que ese caso no quede en la impunidad.
Pero lo que debe suceder luego, luego de que se administre justicia ante la injusticia, es que debemos regresar a la racionalidad, pues el ruido jamás se lo hace desde la cordura, sino desde la locura colectiva que pone a temblar a los que tienen el poder, donde no importa si quienes gritan tienen la razón, porque el dolor genera ciudadanos indignados a los que nuestros gobernantes deben responder con resultados y no con recompensas.
Pero en los albores de la indignación pulula también el pendejismo tan normal en el ser humano indignado que, debe arrebatárselo cuando cesa la indignación, so pena quedar pendejo hasta la vejez.
El mejor ejemplo fue un tweet de alguien que colocó la fotografía de Sweet & Coffee de la época de la invasión criminal a Quito en la que ofrecían su apoyo a los Policías que luchaban por salvar a la ciudad.
Sí, relacionó la desaparición de María Belén con una cafetería por haber apoyado a los policías "porque todos los policías son femicidas". Yo entiendo la indignación, pero de la estupidez sí se regresa y le deseo a esa almita en pena, que cuando haya dejado de jadear, regrese a poder pensar.
Dicen con indignación que decir "no todos los policías son malos" es el nuevo "no todos los hombres son malos". Ajá, es correcto, porque quieran o no admitirlo, un caso o varios casos no hace que todos los casos sean iguales.
Demonizar a los policías como institución, porque uno de sus policías comete un delito, significa decirle al policía honesto, que cuida de todos, que él también es un monstruo.
¿Qué los policías están llamados a protegernos y no a matarnos? Sí, de acuerdo, exactamente igual que una madre está obligada a cuidar de sus hijas y no a prostituirlas o que un padre está obligado a cuidar de sus hijas y no a violarlas. Que una madre o padre haga lo descrito no convierte a las madres en chulas y a los padres en violadores.
Por eso la indignación que enciende el motor del Gobierno y que logra visibilizar un caso para que no exista impunidad, cuando se respira profundo, debe bajar hasta la reflexión cuando se abandona el ruido.
Aplaudo las voces elevadas que lograron que el caso de María Belén entre en la agenda del Gobierno y no en el olvido de la historia, pero cuidado, que no se repita lo que sucedió en Karina del Pozo, donde el Estado, para satisfacer el clamor social, encarceló a los que eran y a los que no eran.
La justicia obediente del pueblo y no de la ley suele cometer injusticias para insertar placebos en la boca de los ingenuos. La justicia que busca sosegar a la sociedad suele entregar trofeos que calmen el estruendo. Ustedes decidirán, al final, si se dejarán meter el dedo en esa boca abierta que exige cualquier respuesta.