Una Habitación Propia
Ya viene el covidto jugando entre flores
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Ayer escuché el primer villancico de la temporada y hasta me mareé. ¿Ya es Navidad? ¿En qué momento pasó esto si ayer era marzo? En algún punto entre una cuarentena y otra y otra y otra hemos llegado a la época más dulce del año según los creativos de publicidad y los cursis, unos y otros batallando por mantener el espíritu vivo.
Pero, bah, hasta los más escépticos caemos en el jueguecito nostálgico de la Navidad y subimos un escaloncito desde nuestra apatía existencial hacia algo parecido a la alegría.
Ya sea porque el pan de pascua caliente con mantequilla es un maravilloso desayuno, porque el rompope termina por generar risitas flojas en toda la familia, porque siempre caen bien las pijamas que te regalan los parientes o porque las luces y los árboles recargados te hacen olvidar el pajonal apocalíptico de estar vivo.
Por todo eso, digo, o por quién sabe qué más (¿el cumpleaños del Niño Jesús?), lo cierto es que en estas épocas hasta las almas más fósiles entran en contacto con la ternura.
Este año es la primera Navidad del año 1 d.C. (después del Coronavirus) y, pese a que los expertos ya no saben más cómo advertir de que el riesgo de contagio sigue siendo altísimo, yo ya me olfateo en el aire, junto con el olor del chocolate caliente, que miles y miles van a hacer caso omiso de las precauciones porque, qué diablos (¿qué cristos?), es Navidad.
Entre la presión de los comerciantes y la presión del mensaje romántico de vuelve a casa por Navidad y esa otra presión, no menor, de pobrecita la abuelita cómo va a pasar solita la Navidad, nos veo despeñándonos en un fin de año de mortandades incontables.
La magia de la Navidad, a lo propaganda de Coca Cola, hará pensar a muchos que los contagios harán un paréntesis y que el virus mandará un Whatsapp a sus tropas diciendo paremos un rato, chicos, que esta gente tiene que celebrar la Navidad.
Pues no.
Bajo cada árbol va a estar, agachadito, el virus: un cariñito para los sistemas inmunológicos de los abuelos y las abuelas. En cada intercambio de regalos el amigo secreto va a ser el coronavirus. ¡Sorpresa! En cada taza de chocolate caliente flotará como un marshmello el contagio. Por la chimenea, ya lo adivinaron, en vez de bajar el gordito de rojo va a bajar la bolita verde con pinchos.
En cada abrazo vendrá una sentencia de muerte para nuestros mayores.
Como todo lo que hemos hecho este año infame, sería bueno que pospusiéramos las celebraciones para cuando podamos estar todos juntos en un mismo salón, beber y comer, dar regalos y abrazarnos.
Sentenciemos en nuestras casas que el 24 de diciembre de 2020 será un día cualquiera y que Navidad, lo que Navidad representa -el amor, la paz, la alegría- se celebrará cuando nosotros, pero sobre todo nuestros mayores, estemos vacunados.
Ojalá la sensatez de que no hay mejor regalo que proteger a los que queremos reine en cada casa esta Navidad.