El indiscreto encanto de la política
La vida del 'barrio', la libertad y nuestros entrañables amigos
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Recuerdo con nostalgia el barrio de mi infancia. Aquellos interminables partidos de fútbol en la calle, las largas sesiones de videojuegos, las aventuras en bicicleta, los paseos fuera de la ciudad, los juegos inventados. En definitiva, varios de los momentos más felices de la vida.
Y es que todos nos conocíamos dentro de ese espacio geográfico cuidadosamente delimitado que llamábamos 'el barrio', y tal convivencia permitía, a más de la intrépida vigilancia entre vecinos, una eficiente organización de actividades sociales y deportivas que se enmarcaban en ese espontáneo sentimiento de pertenencia a una vecindad.
El valiente, el chico de dinero, el 'buen quiño', el deportista, el estudioso, el músico… Cada personaje del barrio tenía alguna característica que aportaba una necesaria diversidad que, a más de fortalecer a la inocua pandilla, eclipsaba las naturales diferencias económicas y sociales, siempre presentes en cualquier grupo humano.
El valor fundamental de un barrio es su gente.
El sociólogo urbano, Robert Park, solía decir que "al hacer vida en los barrios, las personas nos rehacemos a nosotras mismas".
Sin embargo, hoy en día los vecindarios son muy distintos que los de hace un par de décadas. El intenso tráfico vehicular, la delincuencia, el abuso de la tecnología, en fin, son factores que disuaden a los padres de permitir a sus hijos vivir las experiencias antes descritas.
¿A qué mamá contemporánea -en su sano juicio- se le ocurriría dejar que su hijo adolescente salga a la calle a las dos de la tarde y regrese cinco horas después sin saber donde estuvo?
Los niños en la actualidad son, por decirlo de alguna forma, "más sanamente ocupados". Las actividades extracurriculares en los colegios, así como las academias de artes, las de idiomas y las de deportes copan las tardes de los jóvenes, suplantando aquellos espacios de socialización que se forjaban en los alrededores de la casa.
La señora de la tienda, el vecino gruñón, la casa con el perro bravo, el señor que no devuelve la pelota… Aquella vida de barrio quedó vedada para los niños que hoy crecen en urbanizaciones cercadas y privadas, custodiados bajo el atento 'ojo' (las o cámaras) de padres y vecinos.
Un escenario más seguro para las familias, sin duda. Sin embargo, esta nueva vida de barrio no se compara con la que nosotros pudimos vivir y que tenía ese agradable sabor a libertad y a rebeldía que solo se puede encontrar en un lugar: en la calle.