De la Vida Real
Entre buganvilias y mandarinas: Un viaje en soledad a Montaña de Luz
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Hace un mes, en Instagram, me salió una publicidad de un retiro de yoga en un lugar llamado Montaña de Luz, en Ibarra. Tuve todo el impulso de inscribirme, pero pensé que ni fregando podría ir sola. El taller decía: "Liberando el miedo, abriéndonos a la abundancia". Era una señal.
Les escribí y me dijeron que el taller era el domingo 28 y que debía pagar 21 dólares.
Como tenía que vencer el miedo y llamar a la abundancia, hice inmediatamente la transferencia. Le conté a Wilson, mi marido. Dijo que le parecía peligroso que me fuera sola, pero me dio la maravillosa idea de que viaje el sábado temprano y me quede a dormir en la hostería. Reservé una noche. No tenía idea a dónde iría, pero en las fotos se veía un lugar lindo.
Me daba tanta ilusión ir sola en el auto, oyendo mi música a todo volumen sin que nadie me criticara por mi gusto musical.
Salí de mi casa a las 09:30 hacia Ibarra. Gracias al Waze llegué a las 12:00 y de ahí a la hostería hice una hora y media más. Como estaba sola, tuve la libertad de parar sin que nadie me dijera: "¡Nooo, ma, vamos rápido! ¡No paremos!".
Me bajé en la plaza de Urcuquí y me tomé un helado de tomate de árbol. Moría del calor. Luego pasé por un pueblo mágico. Un señor me dijo que se llama Tambabiro. Cuando sea viejita quiero ir a vivir allá. También pasé por Pablo Arenas, que tiene un mirador con una vista increíble. A un lado hay una estatua de la Virgen y, al otro, una de un choclo. Tomé mil fotos y una selfie.
Luego de esta belleza de viaje en soledad, parando y cantando a todo volumen, llegué a la hostería. Lo que más me impresionó fueron las buganvilias de todos los colores imaginables, que se veían desde antes de entrar. Había también una plantación de árboles de mandarinas y un orquideario con más de mil orquídeas; el agua caía por una estructura de bambús gigantes.
Al llegar a la recepción me entregaron las llaves de mi cuarto. Dejé mis cosas y fui a almorzar. Delicioso: todas las legumbres eran de sus huertos. No sé si es porque estaba sola, pero de verdad todo me parecía tan lindo, rico y relajante.
Regresé a mi habitación, saqué un libro y me quedé profundamente dormida. No podía creer despertarme sin un grito que sonara: "¡Maaaaaaa!" o "¡Mi vidaaaaaaa!". No podía creer tanta dicha. Pero claro, la conciencia hizo que llamara a la familia y les dijera que les extrañaba mucho.
Salí a dar una vuelta, los jardines parecían sacados de un cuento de realismo mágico. No sabía qué me distraía más al caminar: si la cantidad de pájaros, los mosquitos o las flores.
Fui a cenar y luego a la fogata, donde me hice amiga de una chica que, igual que yo, viajaba sola.
A la mañana siguiente desayuné tortilla de verde con huevo frito, café pasado y jugo de níspero.
A las 09:00 debíamos estar listos para comenzar la clase de Kundalini yoga. Nos llevaron a un templo rodeado por montañas. Sentía que estaba en algún país oriental. La energía de este sitio es maravillosa. Y la profe, Siri, nos liberó del miedo porque con tanto ejercicio físico y mental, el miedo fue totalmente superado.
Luego, Claudia Echeverri nos dio un taller sobre la abundancia. Interesantísimo, porque aprendí que la abundancia no tiene relación solo con la plata, sino con el amor, la salud y el cariño. Todo lo bueno es abundancia. Y hay que aprender a quejarse menos y agradecer más.
Almorzamos y Paty Santacruz hizo una ceremonia para combatir el miedo. Fue muy interesante. Mientras hacía los rituales cantaba con una potencia hipnótica.
Lo que más me gustó de este retiro es que no fue nada de charlatanería o marketing místico sino un espacio real y guiado por gente que sabía lo que hacía y decía. Nadie nos vendió nada, ni nos cobraron más. Fue algo serio, bien organizado y muy profesional. Eso de verdad agradezco porque hace que la experiencia sea refrescante y sincera, y a un costo accesible.
Nadie nos vendió nada, ni nos cobraron más. Fue algo serio, bien organizado y muy profesional.
No me quería regresar. Además, ya eran las 16:00 y un chico dijo que a esa hora había demasiado tráfico.
Le dije a mi nueva amiga, Monse, que nos quedáramos una noche más y que saldríamos juntas a las 06:00 Fue la mejor decisión.
Esta escapadita me reinició por completo. Ahorita, con la Monse y Carina (otra amiga a la que conocía allá) queremos volver para hacer el temazcal.