De la Vida Real
Cómo viajar sin billetera y perder a una abuelita en el aeropuerto
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Tuve que armar viaje de un rato para otro, dejar organizada mi familia e ir al aeropuerto.
Mi mamá, con gesto de súplica, puso sus manos juntas y me vio como solo las madres miramos a nuestros hijos: con ojos casi llorosos de amor e idolatría. Y con miedo de que me pasara algo grave, me dijo:
-Tinita de mi corazón, por Dios, no comerás tonteras.
Mi marido:
-Chi, no gastarás mucho. No compres nada que no sea 100% necesario. Y no hables con desconocidos.
Mi papá:
-Negrita mía, disfruta. Concéntrate para que no te pierdas. Verás que esté todo lo que necesitas en tu mochila.
Mis hijos:
-Chao, má. Te amamos. Nos vemos en diez días. Contestarás el teléfono, que te hemos de llamar. Tráenos muchos chocolates.
Subí al avión, y junto a mí se sentó una adolescente de 18 años que iba a su año sabático a Australia.
Conversamos todo el viaje. Sentí la unión de dos mundos. Me contó que su mamá era solo tres años mayor que yo. No paramos de hablar por cuatro horas.
Me sentí responsable de ella, aunque en el aeropuerto, cuando llegamos, fue ella quien hizo gala de toda la experiencia del mundo. Al primer descuido me perdí, y Sara fue quien me rescató.
Pero Sara tenía una mayor responsabilidad: le habían encargado a la abuelita de un amigo, que viajaba en silla de ruedas. Y, mágicamente, la abuelita se perdió.
Nunca disminuimos el ritmo al caminar rápido ni tampoco la preocupación por encontrarla. En los aeropuertos todos caminan muy estresados y acelerados.
Llegamos a migración. Pasamos una eternidad en la fila. Salimos a buscar nuestras maletas y, con beso y abrazo, Sara y yo nos despedimos.
Le aconsejé, cual persona adulta responsable a una adolescente: "Cuídate mucho y disfruta de tu sabático. No harás tonteras".
Me sentí un poco anticuada, pero me consolé al pensar que en menos de una semana ya cumpliría 40.
-Tú también, que pases lindo con tu prima. Cuídate, espero que volvamos a vernos algún día.
Y al mismo tiempo dijimos:
-¿Qué será de la abuelita?
Seguro alguien de la aerolínea se hizo cargo. Ese fue el punto final de nuestro encuentro.
Llegué a la casa de mi prima y dormí delicioso, sola, sin que nadie se pasara a mi cama, sin la responsabilidad de levantarme temprano para preparar a mis guaguas para la escuela.
Me desperté pasadas las diez de la mañana. Salimos con mi prima a pasear. Cada vez que me ponía la mochila en la espalda, me acordaba de mi papá, quien me decía que no me olvidara de nada.
El primer día, llegando al centro de Miami, me di cuenta de que me había olvidado de la billetera. Lo tomé como señal divina para no gastar en nada que no fuera necesario y me acordé del Wilson:
-Chi, no gastarás en huevadas, porfa.
Sin billetera, ¿cómo gasto? Le pedí a mi prima que me prestara USD 50.
Pasamos por unos restaurantes cubanos que se veían tentadores. Entramos a uno y nos pedimos una colada, que es un café espeso, dulce, y las famosas croquetas.
Le comenté a mi prima que mi mamá estaría orgullosísima de mi elección. Hasta ese rato no había comido nada que no fuera sano y nutritivo.
Pero luego nos fuimos a un lugar de churros. Me acordé de mis hijos que estarían felices y me comí tres, uno por cada guagua.
Cada vez que agarrábamos el metro, pensaba en El Rodri, mi hijo que ama locamente cualquier cosa que suene a aventura.
Y cada vez que veía a una niña rubia con cola de caballo, pensaba en mi hija Amalia.
Cuando entraba a un centro comercial, me acordaba de El Pacaí que, con lo adolescente que está, me hubiera atormentado cada diez minutos para que saliéramos de ahí.
Y cada vez que veo a una señora en silla de ruedas, me acuerdo de la Sara y pienso: "¿Y si es ella la abuelita perdida?"
Al pasar los días, solo me sentía más acompañada por la gente ausente. Y me di cuenta de que, cuando una viaja, va también con todas las personas que se quedan. La mente evoca a los amigos, a la familia y los recuerdos mientras se van generando otros nuevos.
Y así, día a día, hasta que me tocó regresar, desde aquí cada segundo les extraño y les pienso a mi prima y a su hija que se quedaron allá y me acuerdo de que el chocolate que estoy comiendo me lo regaló mi prima con un consejo sabio:
-Valen, prueba estos chocolates, pero no pienses a tu mamá. Solo disfruta y dale uno a ella de mi parte.