De la Vida Real
Con el verano, la radiación y las vacaciones llega el estrés
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Primero llegó el verano, y dos o tres semanas más tarde las vacaciones de los niños. El césped se secó, el agua empezó a escasear y la radiación solar apareció –término nuevo desde hace unos años–.
Y sí, junto al verano llegó el estrés. ¿Qué hacer con los niños estos dos meses del año? No es fácil tenerlos en casa el día entero, y no nos coinciden las fechas de los campamentos vacacionales.
Los guaguas se aburren y la creatividad se descontrola. Apenas van una semana sin clases y ya me tienen loca. Pelean la mitad del día y la otra mitad preparan comida y comen.
Con mi marido, decidimos planificar las vacaciones, cosa que jamás hemos hecho. Pero este año tengo tanto trabajo, que si no me organizo, voy a colapsar, así que sacamos papel, lápiz y calendario. "Veamos cómo nos va", pensé.
El verano para mí ha tenido muchas etapas y una infinidad de recuerdos. Es una época complicada pero feliz. Tiene algo el viento soleado que hace que los días de vacaciones sean mágicos cuando uno es niño. No sé si para mis hijos sea igual. Ahora que soy mamá, veo las cosas distintas.
Cuando era niña, mis abuelos nos llevaban a la playa, y pasábamos semanas enteras ahí. Nunca sentí que ellos se estresaran –o tal vez sí, pero jamás me di cuenta–.
También íbamos a la hacienda en Santo Domingo, y como no había agua, nos bañábamos bajo la lluvia o en el río. Tuve una infancia sin complicaciones.
Pero claro, era la perspectiva de una niña despistada. Tal vez para mis abuelos hacerse cargo de sus nietos era un peso terrible.
Poniendo en perspectiva las cosas, mis papás no se harían cargo de mis hijos por semanas jamás. Así que mis abuelos eran unos héroes.
Mis primos nos invitaban también a su hacienda en Cayambe. Pasábamos hermoso el día. Montábamos a caballo y luego mi prima –que ama caminar– organizaba unas caminatas interminables.
Acabábamos agotados. Mi tía nos preparaba un baño en tina. Era el mejor plan que podía existir, hasta que llegaba la noche y no dormía nada, porque tenía terror de los fantasmas.
El viento domina la oscuridad del verano. Sentía que los árboles de eucalipto se caían sobre el techo de esa casa vieja y gigante.
Juro que el rugir del viento era un sonido fantasmal. Lo único quería era llegar a mi casa y dormir abrazada por mi mamá. La noche se me hacía infinita.
Algún rato, mi ñaño y yo crecimos y el verano se convirtió en un tormento porque llegaron los supletorios. Todos los años teníamos que esperar a terminar esas dos semanas: la de recuperación primero y luego la de los exámenes para recién salir a vacaciones.
Los planes de siempre: irnos a la playa en Esmeraldas, luego a la hacienda en Santo Domingo y prepararnos para ir con mis primos a Cayambe, pero mis primos eran buenos alumnos y jamás se quedaban a supletorios. Coincidir cada año se complicaba más.
Con el tiempo, los veranos se hacían más solitarios. Es una época maravillosa que siempre nos recuerda algo que hicimos el año pasado o dos años atrás.
El verano es un presente que siempre nos obliga a ir al pasado. Ahora que soy mamá, trato de organizarme para estas vacaciones y solo me acuerdo del verano anterior y de lo hermoso que la pasamos.
Nos fuimos a Bahía, pero tuve que trabajar un montón. Mi error fue llevar la computadora, error que no cometeré esta vez.
Según mis recuerdos, comimos delicioso y nos reímos un montón. Mis hijos gozaron como nunca, como gozan todos los veranos, aunque solo les ponga una piscina inflable en el jardín seco con el sol lleno de radiación. Los niños siempre pasan bien.
Y los padres nos olvidamos de cuanto nos enervan los hijos en esta época del año.
El cerebro guarda el recuerdo de haberlos visto felices, y Google fotos, año a año, nos recuerda también con imágenes el maravilloso verano que tuvimos.
Estoy segura de que si les pregunto a mis papás cómo se organizaban con nosotros en los veranos y cómo hacían entre el trabajo, los campamentos vacacionales, las idas a la playa y los supletorios, no se van a acordar de ningún detalle.
Pero si saco el álbum de fotos familiar y les pregunto de cuándo fue esa foto, les apuesto que me van a decir, sin importar la fecha: "Fueron las mejores vacaciones que hemos tenido”.
El verano es una época única del año. Como madre, ahora veo lo importante que es darles alegría y solaz a mis hijos en estos días soleados.