Al aire libre
Venezuela, el Taichí y la Navidad de 2020
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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Fui a Caracas de vacaciones hace 24 años, cuando Venezuela era un país de libertad y paz y a nadie se le ocurría huir de ahí.
Veía desde la ventana de mi habitación a una chica que hacía taichí en un pequeño parque y su armonía de movimientos me cautivó.
Al volver a Quito decidí tomar clases de taichí en la universidad donde estudiaba.
El profesor José Salazar nos enseñó la técnica y la filosofía de este arte marcial milenario. Nos contaba que en las madrugadas en Beijing, donde vivió durante años, veía a hombres y mujeres de todas las edades practicando taichí o T'ai chi ch'üan en los parques y a orillas del río.
"Yo era el único negro moviéndome entre los orientales" -decía con una amplia sonrisa. "Me veían asombrados, abriendo un poco los ojos rasgados".
Lo que más necesitamos en 2020 fue paz, tranquilidad. Nos ha revolcado una ola de sentimientos encontrados: angustia, incredulidad, agradecimiento, miedo, unión, empatía, inquietud…
He buscado -y seguro a muchos les ha pasado-, rincones en la casa y el jardín, para momentos de reflexión, de silencio, de taichí.
Los ecuatorianos vivíamos desaforados, entre el estrés, el consumo, el tráfico y el apuro de acaparar los "combos dobles" y seguir las tendencias.
El 15 de marzo todo se cerró.
Vimos desde la ventana de nuestro computador, celular, desde la televisión, cómo el personal médico y sanitario, con trajes de astronautas, ponían máscaras de oxígeno a gente como nosotros… leímos sobre amigos y conocidos que enfermaban y partían.
Al primer estornudo sudábamos frío. "Soy el siguiente caso de Covid-19", pensábamos.
Este año hemos cambiado, el mundo cambió.
Un amigo fotógrafo acaba de hacer una sesión de fotos a grupos pequeños de niños y adolescentes de un colegio. Qué sorpresa sus caritas sonreídas, cachetudas, porque han engordado, con una naturalidad y soltura que me recordó a mis alumnos cuando volvían de vacaciones, quemados por el sol y como pajaritos salidos del nido.
¿Podrán conservar esa sensación al volver a clases?
Es Navidad y es hora de cerrar los ojos, respirar y regalarnos los momentos dulces de este año, de hogar, de sopas y estofados preparados al apuro entre las reuniones laborales de Zoom y los textos en la laptop. De ver por la ventana los colibríes, las nubes y los niños de la casa vecina jugando afuera en pijama.
En el silencio está la felicidad, nos decía el Sifu Rama, a quién conocí buscando otro espacio para practicar taichí. Vi el libro 'La Fuerza Serena', de Adelaida Nieto y Sifu Rama, en la casa de mi amiga Berni.
Otra vez quedé cautivada.
La Berni me conectó con ellos y fui a la Montaña Azul, en Costa Rica. Sus enseñanzas y poder me mostraron otra forma de hacer Chi kung y taichí. Viví espacios "sin tiempo" entre jardines, senderos y ríos.
En el taichí se encuentra el equilibrio (de cortisol, de hormonas y otros efectos del estrés) y el despertar de percepciones inimaginables. Como ver colores más fuertes y sentir nuevos niveles de amor y compasión.
En el confinamiento he practicado chi kung con el Sifu José Torres que desde México nos enseña la quietud y fuerza del kung fu, la interiorización de algo tan básico y necesario como la respiración.
Empecé este artículo con Venezuela, país del que quedé enamorada. Era un lugar para visitar, bucear en Morrocoy, caminar por la arena blanca de Los Roques, tomar un cóctel en Margarita, hacer taichí en un parque apacible de Caracas. Hoy todo eso es imposible.
Por Navidad y por siempre: ¡que vuelva la paz y la libertad a esas tierras!