El Chef de la Política
Vendo banco: bueno, bonito, barato
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Así podrían titular al anuncio de venta del Banco del Pacífico. Bueno, bien situado en el espectro nacional, solvente, líquido y con perspectivas de crecimiento.
Bonito, su imagen está presente entre la ciudadanía desde hace varias décadas y a pesar de los cambios en la administración, su famoso jingle (este es tu Banco, Banco, cada día crece más...) pronto evoca de cuál institución financiera se está hablando.
Barato, de acuerdo con lo señalado por su actual presidente, USD 820 millones es el punto de partida para la venta y eso, en el mercado en el que se ofrece este tipo de negocios, se dice que es un precio interesante. Todo o casi todo a favor y poco, muy poco, en contra del paso del Banco, bueno, bonito y barato, a manos de algún inversor extranjero.
Además, en el plano de la discusión filosófica sobre el rol del Estado moderno, la idea que desde el sector público se maneje un banco comercial no resulta del todo coherente cuando se parte del supuesto de que el crédito para sectores clave de la sociedad se puede canalizar por otras vías.
Si a lo dicho se suma la grave recesión que viven las finanzas públicas, la llegada de ingresos frescos ayudaría al tan ansiado proceso de activación integral de la economía. Hasta allí el escenario no deja mayor espacio para las dudas y, aunque discusiones técnicas sobre el patrimonio del banco pueden existir, en lo de fondo la necesidad de transferirlo al sector privado es clara.
No obstante, existe un hecho del contexto que altera cualquier razonamiento puramente técnico o de planificación política. Ese hecho, que no puede ser dejado de lado, es que quien vende el banco público es al mismo tiempo dueño de uno de los bancos privados más importantes del país.
Ahí, cuando se incluye en el análisis este particular, las cosas cambian y las opiniones sobre la venta del Banco del Pacífico toman caminos diferentes, las elucubraciones aumentan y las dudas, justificadas o no, toman cuerpo.
Se puede decir que es el gobierno el que vende y no el Presidente. En rigor, eso es cierto. Sin embargo, no es suficiente para que las inquietudes de la gente se desvanezcan.
Si el que vende una cadena hotelera en manos del Estado es, al mismo tiempo, dueño de una cadena hotelera que lucra en el país, las críticas arrecian. Si el que vende una aerolínea pública, a la par, es propietario de una aerolínea que opera en el mismo territorio, las interrogantes aumentan. Si el que vende una empresa de transportes, administrada desde el aparato estatal, también es el titular de una empresa de transportes del mismo ramo, las conjeturas perniciosas florecen.
Esos son los costos que tienen que pagar quienes dejan los grandes espacios de negocios en lo privado para trasladarse a la administración de lo público. Por ello, se dice que no es buena la conjunción del poder económico con el poder que proviene de la política.
En algún momento los conflictos de intereses aparecen y ahí las decisiones desde lo público, por más pensadas, debatidas y argumentadas que sean, se prestan para que el ciudadano de a pie asuma que detrás de todo existe la intencionalidad de buscar el beneficio propio.
Con la venta del Banco del Pacífico pasa eso, lamentablemente. Sin embargo, si las cuentas están claras y lo que ha dicho el presidente de la institución es verdad, el gobierno podría tener algunas salidas para paliar, no eliminar, las dudas que se están generando entre la ciudadanía.
Una de ellas sería declarar de forma pública, directa y sin mayores dilaciones, que los ingresos que se perciban por esa transacción comercial irán a una cuenta especial que será dedicada única y exclusivamente a dos o tres temas neurálgicos para el país. La erradicación de la desnutrición infantil, la educación y el fomento de la cultura podrían estar en ese rubro.
Así, el dinero que el país reciba por la venta del Banco del Pacífico pasaría a invertirse en un portafolio que otorga los mayores rendimientos y regalías en el largo plazo: la formación de una sociedad más libre, sana, provista de valores democráticos, que se observa como igual y que siente que en Ecuador es posible estructurar un proyecto de vida estable y a largo plazo.
Sería un aporte trascendental del gobierno que luego de una década el jingle del Banco del Pacífico siga resonando en los corazones de los ecuatorianos aunque no por los servicios financieros que la institución brinda sino porque de los recursos de su venta la niñez se alimenta adecuadamente, recibe educación pública de calidad y tiene la capacidad de volar por el mundo con las alas que nos brinda, en sus diversas expresiones, la cultura.
De paso, y en forma sostenida, el gobierno estaría sembrando raíces profundas para que a futuro la inseguridad que ahora campea tienda a disminuir.
Si del corto plazo se trata, orientar los recursos que resulten de la venta del Banco del Pacífico a un objetivo social, como el aquí planteado, también podría reducir la conflictividad y pérdida de credibilidad que tendrá el Presidente de la República cuando avance el proceso de traslado de esa institución financiera al sector privado.
Nadie con mínima vocación cívica se opondrá a una decisión de ese tipo. Nadie con un sentido de comunidad dejará de mirar con buenos ojos que el fruto de la venta de un banco se revierta a la inversión en una sociedad menos desigual. Los organismos multilaterales, seguramente, también apoyarán esta iniciativa.