El Chef de la Política
Nuestras universidades: la intrascendencia en su máxima expresión
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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La universidad es uno de los espacios que más refresca a las sociedades cuando los problemas arrecian. Allí se debaten ideas, se contrasta evidencia empírica y se llega a acuerdos mínimos de cara a dar respuestas a la sociedad a la que se deben quiénes forman parte de una comunidad universitaria. La investigación que se desarrolla en la universidad, por tanto, debe estar orientada a resolver los problemas de la ciencia y la tecnología, desde luego, pero también a proveer de insumos a quienes toman las decisiones en asuntos públicos.
Por esas razones, y la pretensión de objetividad que rodea al discurso científico, los grandes dilemas de las sociedades modernas tienen en la universidad un referente de diagnóstico, evaluación y soluciones.
En lo dicho está una de las justificaciones, entre otras, para que el aparato estatal invierta parte de sus recursos en el mantenimiento de la universidad, esencialmente la de naturaleza pública.
En Ecuador, sin embargo, el citado rol social de las universidades prácticamente ha desaparecido. No hay debate, tampoco opinión y mucho menos aportes. Con dificultad se escuchan voces aisladas en determinadas temáticas, pero más allá de eso, poco o nada. Dicho en forma clara y precisa, el problema universitario del país viene dado por la ausencia de una agenda de investigación en torno a los temas que preocupan a la ciudadanía. Allí se explica por qué no tenemos propuestas específicas frente a la corrupción, la inseguridad, el desempleo, la salud o la seguridad social.
Así, mientras los actores políticos no atinan por dónde hallar salidas específicas a las demandas sociales y el común de los ciudadanos se sume en la frustración que genera la cotidianeidad, la universidad se encuentra allí, impávida, inmutable, ajena a la realidad del país y del mundo.
Aunque el resultado sea el mismo en lo referido a la opacidad de la universidad ecuatoriana, quizás las razones que llevan a ello varían entre unas instituciones de educación superior y otras.
- Hay un grupo, cada vez más grande, a los que se puede definir como los mercaderes de la universidad. A ellos no les interesa otra cosa que ganar mucho y gastar poco. Pagan salarios paupérrimos a sus docentes, ofrecen carreras en las que se tenga que invertir lo mínimo posible (ahí se explica por qué tanta oferta de Derecho y Administración de Empresas) y llegan de forma tácita a un acuerdo con su cliente (el mal llamado estudiante) por el que, a cambio de la entrega de determinada suma de dinero (a la que buscan darle alguna denominación que se escuche formal) le ofrecen en el corto plazo un título universitario.
- En otro segmento están los que quisieron hacer vida política y fracasaron en el intento. Sea porque sus referentes de vida se vinieron abajo, sea porque el dogmatismo les consumió, hallaron en la universidad el espacio para apaciblemente discutir sobre lo que no pudo ser. No hay interés, por tanto, en otra cosa que no sea adoctrinar a los estudiantes y convertirlos en parte de la cofradía. No ofrecen investigación sino discurso ideologizado. No ofrecen alternativas, sino banderas de lucha. Para ellos no hay diferencia entre pertenecer a una universidad y la militancia partidista o a la adscripción a un movimiento social. Todo el que no piensa como ellos es neoliberal o comunista. Nada hay en el medio.
- El tercer grupo es de los que viven en una suerte de paranoia académica. Temen que los demás quieran hacerles daño como represalia a su enorme bagaje cultural (del que dan crédito solamente ellos) aunque en realidad nadie los observa. Creen que cualquier información puede ser usada en su contra y, en general, no confían en nadie. Como consecuencia de esta sintomatología, viven en sus propios mundos y proyectan sus demonios hacia la sociedad. Están alertas al fin de mes y al sueldo que inevitablemente debe llegar independientemente de lo que hagan o dejen de hacer, pues aquello de exigencias laborales es una forma de represión y de ahondar en sus delirios. No investigan o si lo hacen, nadie se entera de ello, sea porque no difunden sus trabajos o porque el lenguaje utilizado es tan intrincado que ni siquiera sus propios colegas son capaces de entenderlo. La mansedumbre en su máxima expresión.
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Con una realidad como la relatada, es difícil hallar en la universidad un punto de referencia frente a los enormes desafíos que tiene el país. Allí, donde se supone debe primar la diversidad y el cuestionamiento, cada vez se concentra más el sectarismo y la pasividad.
No se investiga, no se propone, no se vinculan destrezas universitarias con necesidades del sector público o privado. No hay agenda de investigación. No hay referentes universitarios. Somos la intrascendencia en su máxima expresión.