Con Criterio Liberal
La única triunfadora del 'paro' en Ecuador fue la retórica
Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.
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Ecuador ha vivido otro 'paro nacional', que ha sido un rotundo fracaso se valore como se valore… salvo en la retórica con la que lo han presentado los medios.
Y es, precisamente, el que no se haya combatido con firmeza esa retórica lo que alimenta que se vuelva a convocar un nuevo 'paro nacional', pues se les dota de una heroicidad y legitimidad bastarda.
Los titulares de los periódicos no podían ser más favorables a los convocantes, diciendo que: "indígenas y trabajadores convocan"... asumiendo un colectivismo atroz, que reduce a todos los indígenas a una sola condición, como si no fuesen individuos, cada uno libre en sí mismo, y con la capacidad de pensar y decidir individualmente.
No se puede confundir a los "líderes de los movimientos indigenistas" con "los indígenas", pues es una tremenda falta de respeto a estos últimos.
Como no se puede confundir a "los trabajadores" con "los líderes de ciertos sindicatos", pues la mayor parte de los trabajadores de Ecuador no son parte de ningún sindicato, ni se sienten identificados por ellos.
De hecho, no se sabe a qué trabajo se dedican estos "representantes de los trabajadores" ni con qué autoridad hablan, supuestamente en nombre de "todos los trabajadores" (y peor, de todos aquellos que en Ecuador no tienen empleo formal, que son dos terceras partes de la población en condiciones de trabajar).
Decían los titulares que "los movimientos sociales" o las "organizaciones sociales" protestaban contra el alza de precios de los combustibles. Pero esto es también manifiestamente falso. No hay nada más opuesto al 'movimiento' que convocar un 'paro', y no hay nada que se mueva menos que estas personas con ideologías comunistas tan obsoletas.
No hay nada más desorganizado que estas supuestas "organizaciones sociales". Ni nada menos social que ellos, pues no representan ni a una ínfima parte de la sociedad, que la inmensa mayor parte o fue a trabajar o permaneció en sus casas amedrentada por ellos.
Y es que no son 'sociales' sino 'antisociales', pues antisocial es quien ejerce, ampara o justifica la violencia.
Y lo más estrambótico de todo es cuando los auto-proclamados 'defensores de los derechos humanos' salían a presentar supuestas denuncias; pero nunca para defender el derecho fundamental de los ciudadanos a circular libremente por el país, o el derecho a no ser amedrentados, sino supuestas agresiones de los policías, que tenían que repeler a aquellos que, a la vista de todos, arrancaban adoquines del Centro Histórico de Quito, y no precisamente con la intención de llevárselos de souvenir, sino de estrellarlos contra las fuerzas del orden público.
Y esta ceguera selectiva tan inmoral de estos 'activistas' que se arrogan la interpretación de los derechos humanos, que jamás exponen los actos ilegítimos de los manifestantes, pero siempre están prestos a señalar la reacción de las fuerzas del orden, alimenta que haya más violencia aún, pues da amparo y justificaciones a quienes sobrepasan los límites del legítimo derecho a la manifestación en democracia en nombre de la 'lucha social'.
Si seguimos titulando y nombrando con esta aureola de legitimidad, con esta romantización de las protestas, que en realidad son manifestaciones violentas; cada vez que se convocan, así sea que fracasen rotundamente, lo que trasladamos a la población es que era algo noble, legítimo y justo, pero que esta vez no funcionó, y que la siguiente podrá lograrse los supuestos objetivos (que nunca están del todo claros), alentando que se produzcan más paros y más violencia.
Hay que distinguir claramente el derecho a manifestación pacífica que existe en toda democracia, del uso ilegítimo de la violencia (cortar calles, tirar piedras, despilfarrar productos), y si mezclamos lo uno con lo otro, renunciamos a la convivencia pacífica para acabar atrapados en el chantaje de grupúsculos que se arrogan representaciones espurias que son refrendadas por la retórica con la que son presentadas en los medios nacionales e internacionales.
Si queremos una mejor convivencia debemos comenzar a llamar a las cosas por su nombre, y en esto tenemos responsabilidad tanto los medios de comunicación como quienes contribuimos a la conversación pública.