Una Habitación Propia
Tú tan porno, yo tan rosa
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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El otro día le expliqué a un hombre de mi edad la anatomía del clítoris. El clítoris, le dije, no es apenas esa bolita de carne que asoma al norte de nuestras vaginas, sino que tiene un cuerpo, unas raíces, que están ocultas y que es lo que permite la gran mayoría de los orgasmos femeninos.
Él me miraba con condescendencia, como se mira a un niñito que te dice que el sol por las noches se va a dormir, así que tuve que googlear la palabra clítoris y, puntero en mano, enseñarle los dibujos.
Había un punto de menosprecio en su mirada, como un profesional al que otra persona le quiere explicar su área de experticia.
Tenía la cara, digo, de alguien que está seguro que ha dado orgasmos infinitos a sus parejas sexuales para que venga una boba (yo) a explicarle lo de las miles de terminaciones nerviosas que tiene el clítoris y que sin estimulación clitoriana las mujeres sencillamente no llegamos al éxtasis.
Lo que trataba de hacer con esa conversación era reparar de alguna manera la (de)formación sexual de ese sujeto. Quiero decir, sus años y años de ver porno. La estructura de la pornografía, su simpleza de mete y saca, hace que los hombres crean que el clítoris es una verruga inútil y que lo que de verdad nos vuelve locas es que así, sin mucho preámbulo, nos penetren. Oh sí, eres maravilloso, qué semental, guau, nunca sentí algo como esto.
Amigo date cuenta.
Todas las mujeres que conozco han fingido acabar, ya saben, como Meg Ryan en Cuando Harry conoció a Sally, para dar por terminado un encuentro sexual insatisfactorio y para que el compañero no se ofenda.
Como a ellos los educa la pornografía, a nosotras nos educan las comedias románticas, así que ninguno de los dos en verdad sabe lo que quiere el otro ni cómo pedir lo que nos gusta.
Nosotras buscamos magia, ellos creen que la tienen en el pene.
Yo, créanme, lo intenté con esta persona (¡hasta usé dibujos por el amor de dios!) Pero a la hora de la hora pudo más su estricta fidelidad al porno que todo lo que le conté acerca de las glorias del clítoris, esa que hace que el mundo a nuestro alrededor desaparezca, nos elevemos del suelo, toquemos las estrellas y volvamos, drogadas de placer, a dárselo también a nuestra pareja sexual.
No hay nada más lascivo que una mujer de verdad satisfecha.
De lo que se perdió.