Tres problemas de la edad
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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MUNDIAL: En una civilización que adora enfermizamente la juventud, donde se gastan billones de dólares en cirugías plásticas y tratamientos y gimnasios, vitaminas y menjunjes mágicos porque nadie quiere envejecer, precisamente en el país donde se produjo la revolución juvenil de los años 60 que combatía a los viejos, se disputan la presidencia dos hombres decrépitos, con lagunas mentales y achaques físicos, que debieron jubilarse hace rato pues lo que está en juego es la supervivencia del planeta, ni más ni menos.
Aunque Biden estuvo contundente en su informe a la nación del jueves, en su respaldo a Ucrania y sus críticas al delincuente prorruso que amenaza destruir la democracia, es igualmente irresponsable de su parte volver a presentarse.
Muchos demócratas –no solo los que rechazan a Trump– temen que Biden pierda en noviembre. O, de ganar, que no pueda ejercer ni medianamente bien el poder ante enemigos jurados, como Rusia e Irán, que buscan destruir a la civilización occidental. (Para no hablar de la amenaza china, que ya mantenía insomne a Mafalda hace medio siglo).
Joseph Napolitan, el padre de la consultoría política, decía en su clásico manual que no aceptaba trabajar en la campaña de alguien mayor de 70 años. Pues esa norma debería aplicarse en todo el mundo de manera que no haya tipos con más de 75 abriles dirigiendo ningún país. Si los funcionarios públicos deben jubilarse obligatoriamente a los 70, con mayor razón los presidentes, cuyas decisiones afectan a millones.
NACIONAL: Hablando de jubilaciones, pero mirando a la chacra, la principal opción para evitar la quiebra definitiva del IESS es, por el contrario, aumentar un par de años la edad mínima de jubilación. Hay aquí mucha tela que cortar y son públicas las barbaridades que cometió el correísmo, pero el asunto de la edad viene de antiguo.
Recuerdo que en 1969, cuando empecé a estudiar Sociología, la esperanza media de vida era de 55 años para los hombres y algo más para las mujeres. Como no pocos jubilados fallecían tempranamente, los gastos en pensiones eran mucho menores. Es decir que, proporcionalmente, había mucho más gente aportando en relación con la que cobraba y requería servicios de salud.
Hablando en números, hacia el año 2000 eran 10 afiliados por cada jubilado; hoy solo son 5 y eso es insostenible. Ahora que la esperanza de vida ronda los 75 años, es imprescindible subir la edad mínima y los aportes y eso conviene, sobre todo, a los jubilados. Lograrlo es otra cosa: en Francia le incendiaron las calles a Macron cuando subió la edad de 62 a 64 años.
PERSONAL: Hay estadísticas y estudios objetivos a millares surgir, pero nadie habla de un factor subjetivo y existencial: la percepción del paso del tiempo, cosa que vamos aprendiendo a lo largo de la vida y con más agudeza al envejecer.
Cuando niños, un año lectivo parecía infinito y todavía se sentían largos los años en la universidad. Cuando tenías 20 años, planificar algo para los 40 años era inconcebible, era otra vida completa, si solo un fin de semana aburrido parecía interminable.
Por eso me llamó tanto la atención una línea del poeta Jorge Carrera Andrade que leí en esa época: “Con su celeridad acostumbrada, pasó el tiempo”. ¿Celeridad, humm, de dónde se sacó eso? Pues me faltaban unas décadas para saber que lo sacó de la vida.
Con esa sensación de un tiempo cada vez más fugaz, ¿cómo va manejar un mundo en guerra un anciano como Biden? ¿O estará pensando en cederle el puesto, tras un par de años, a Kamala Harris? De Trump mejor no especular pues este sería el menor de los problemas. En cuanto a los jubilados nacionales, quizás la percepción de un tiempo que pasa más rápido les ayude a despachar los años vacíos que les quedan por delante.