Lo invisible de las ciudades
Resucitar el Tren en Ecuador
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Escribo esta columna, mientras viajo de Madrid a Barcelona en el AVE. El vagón cuenta con una pantalla discreta, donde se alterna la temperatura exterior con nuestra velocidad de viaje. La velocidad que marca en este momento es de 298Km/h. Un viaje cotidiano que nada tiene de extraordinario en Europa; pero que sigue siendo una idea de ciencia ficción para nuestro país.
En varias ocasiones he abogado por la necesidad urgente de diversificar la conectividad nacional. Apostarle todo solo a las carreteras suele generar inconvenientes logísticos y abre el riesgo de incomunicación a comunidades distantes y vulnerables. Solemos pagar los platos rotos por depender tanto de las carreteras, cada vez que ocurre un imprevisto climático que genere incendios o aluviones. También nuestra red vial nacional es vulnerable durante los momentos de inestabilidad política. Los paros indígenas de los años 19 y 22 están aún en nuestra memoria.
Resucitar al ferrocarril ecuatoriano debe ser un objetivo prioritario a mediano plazo. Debemos aumentar las alternativas de transporte para carga y pasajeros dentro de nuestro territorio. Quizá debamos hacer esto, divorciándonos del romanticismo histórico, que solo cree posible semejante desafío, emulando los pasos previos del ferrocarril construido por García Moreno y Alfaro, durante el siglo XIX.
Aprovechemos los puntos clave de aquel trazado original. Sería tonto no hacerlo. Idealmente, el nuevo ferrocarril debería convertirse en dos troncales -una de costa y otra de sierra- que se comuniquen así cuando la geografía y la audacia ingenieril lo permitan.
Duele ver al pasado y revisar cómo la restauración del ferrocarril hecha por el gobierno de Rafael Correa fue una gran oportunidad perdida. En lugar de reestablecer un medio de transporte que permita la movilidad interna de bienes y personas, el gobierno en cuestión optó convertir el símbolo progresista del alfarismo en un carrusel para millonarios del primer mundo. Lindo como idea de marca país, ingenioso como marketing; pero pésimo e insostenible a mediano plazo como negocio.
Como resultado de aquel romanticismo, el gobierno sucesor encontró una empresa económicamente insostenible; y no encontró mejor opción que la liquidación.
En gobiernos posteriores al correísmo, algún funcionario habló de llamar a empresas interesadas a invertir en un “tren playero”. Y así, con un marketing absurdo, que evocaba a un tren con gente en traje de baño, se dejó pasar la oportunidad de crear un ferrocarril que mueva cargas entre Posorja y Guayaquil; mientras podía ofrecerse el desplazamiento diario de personas entre las poblaciones costeras y Guayaquil.
Quizá la mejor estrategia para resucitar el tren en Ecuador sea a través de planes regionales. A lo mejor debemos pensar en construir trenes de cercanías, vinculados con los principales centros urbanos, con troncales que se vayan desarrollando sucesivamente. Guayaquil podría pensar en un tren que la una con Durán, y que se prolongue hasta Yaguachi y Milagro. Del lado opuesto, un tren hacia la península podría facilitar el traslado de la pesca peninsular y aliviar el congestionamiento residencial de la Vía a la Costa, permitiendo que personas de diferentes ingresos puedan residir en Playas o Santa Elena, mientras trabajan en el puerto principal.
Quito tiene mejores condiciones de desarrollar trenes de cercanías; pues mucha de la infraestructura del ferrocarril antiguo se encuentra en condiciones aptas para la restauración y la reutilización. En el peor de los casos, podría establecerse una troncal en los valles orientales, que vaya desde Los Chillos, hasta Tababela. Cuenca podría desarrollar algo similar. Lo mismo el eje urbano Portoviejo – Manta – Montecristi.
Establecidos esos sistemas ferroviarios a escala regional, podría pensarse en la interconexión de estos. Y no me vengan con la cantaleta de que el tren es un mal negocio. Si así fuera, ¿por qué un país europeo insiste en perder plata, haciéndome viajar a 300Km/h?