Canal cero
Los rebeldes de los estancos. El trago hace héroes
Doctor en Historia de la Universidad de Oxford y en Educación de la PUCE. Rector fundador y ahora profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador. Presidente del Colegio de América sede Latinoamericana.
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El aguardiente de caña, o trago, ha tenido enorme influencia en nuestra historia.
No precisamente porque los protagonistas de hechos notables "se habían tomado sus tragos", sino porque la producción y distribución de alcohol fue, desde la Colonia, un gran negocio privado, que a veces monopolizó el gobierno con un estanco del producto.
Entre las reformas que la administración colonial trató de implantar en la segunda mitad del siglo XVIII estaba el establecimiento de una Fábrica Real de Aguardientes y de una Casa de Aduanas en Quito, que manejarían la producción licorera y el control del contrabando.
La medida afectaba la economía local, que sufría una prolongada crisis por el descenso de las exportaciones de textiles y las catástrofes naturales.
En Quito, la producción de alcohol era un gran negocio de los terratenientes criollos, que lo destilaban, y también de sectores medios y populares, que lo transportaban y lo vendían. El monopolio estatal afectaba, pues, a diversos estratos sociales.
Se dieron varias acciones para que las autoridades no llevaran adelante la reforma y un censo para mejorar el cobro de impuestos. Pero fueron infructuosas y se desató la 'Rebelión de los estancos' o de los barrios de Quito.
El 22 de mayo de 1765, cuando los barrios de Quito se preparaban para celebrar el Corpus, las campanas de San Roque tocaron para reunir al pueblo.
A la noche, una multitud marchó hacia la Casa de la Aduana y al Estanco de Aguardiente y se tomó los locales gritando: "Viva el Rey", "Mueran los chapetones", "Abajo el mal gobierno".
No se pudo contener a la poblada. El 24 se tomaron la Audiencia de Quito, derrotando a la guardia.
Por semanas los insurrectos mantuvieron un gobierno paralelo integrado por los notables terratenientes criollos, que habían alentado la revuelta, mientras los funcionarios de la Audiencia se escondieron en monasterios o haciendas.
Se pedía una forma de autogobierno e incluso se llegó a proponer que gobernara Quito el Conde de Selva Florida, quien no aceptó el ofrecimiento.
El virrey de Santa Fe de Bogotá tuvo que negociar con los sublevados, que lograron perdón para los participantes, suspensión del estanco y la abolición de la alcabala.
Pero no se logró apaciguar a los barrios. Varios notables solicitaron que se pusiera orden y algunos dirigentes del levantamiento fueron detenidos y maltratados.
Eso provocó una segunda insurrección, el 24 de junio, contra el corregidor de Quito, que mandó disparar contra la multitud. Los alzados atacaron casas de los chapetones (españoles) y las saquearon.
Para el 28 de junio las autoridades cedieron. Se separó a los directivos de la Audiencia y los españoles solteros fueron expulsados de la ciudad.
El 17 de septiembre, el Virrey de Santa Fe indultó a los revoltosos. El gobernador de Guayaquil actuó como pacificador y logró que volviera la calma.
En cuestión de meses se restableció el estanco sin oposición. Pero, sin duda, el trago había convertido en héroes a los dirigentes de los barrios.