La tragedia de los presos políticos
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Lo más indignante de los dictadores de izquierda es que se creen superiores moralmente: persiguen, torturan y matan a los opositores como cualquier dictadura de derecha, pero lo hacen en nombre de la Revolución y el futuro de la humanidad.
Por si fuera poco, desde los tiempos de Stalin, los revolucionarios han sido particularmente crueles con sus excamaradas que se jugaron la vida junto a ellos y cuya presencia los desnuda como un espejo.
El tema ha vuelto al candelero porque, la semana pasada, las mazamorras del sandinismo abrieron sus puertas para enviar al destierro a 222 presos políticos.
Mientras volaban a Washington, aturdidos aún por la inesperada liberación, los nicas eran despojados de su nacionalidad, de modo que aterrizaron apátridas.
Este miércoles, la justicia a órdenes de un Ortega paranoico y desbocado añadió 94 personas a la lista, incluyendo a los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, al obispo Silvio Báez y a otros periodistas, activistas de derechos humanos y excomandantes sandinistas, todos acusados de traición a la patria.
El personaje más emblemático entre quienes salieron de El Chipote es sin duda Dora María Téllez, que en su juventud guerrillera participó en la toma de la Asamblea Nacional de Somoza.
García Márquez la retrató entonces como una muchacha tímida y bella, "con una inteligencia y un buen juicio que le habrían servido para cualquier cosa grande en la vida".
Le sirvieron para convertirse en historiadora y ministra de Salud, pero al ver que los sandinistas mutaban en una banda de ladrones y abusivos, pasó a la oposición junto a Ramírez, Belli, Ernesto Cardenal y otras gentes decentes.
Finalmente, cuando Daniel Ortega encarceló a candidatos y opositores en vísperas de las elecciones presidenciales de 2021, Téllez fue a dar con sus huesos en una pavorosa celda de El Chipote, sin luz, ni libros ni posibilidad de hablar con nadie.
La idea del tirano era quebrarla sicológicamente, a ella y a los demás presos políticos, pero ninguno pidió perdón, todos resistieron.
Tal como había resistido, en la antigua URSS, el escritor Alexander Solzhenitsyn, que en novelas como 'Un día en la vida de Ivan Denisovich' y 'El primer círculo' dio a conocer al mundo la vida infernal de millones de confinados por razones políticas en el gulag soviético.
En 1970, Solzhenitsyn ganó el Premio Nobel, pero no acudió a recibirlo en Estocolmo por temor a que no le permitieran volver a entrar a su país, lo que finalmente aconteció cuatro años después cuando fue acusado de traición a la patria, despojado de su ciudadanía y expulsado de la Unión Soviética.
En la misma década, en Cuba, el poeta disidente Reinaldo Arenas sufría persecución, cárcel, humillación y tormento. Había luchado contra Batista y apoyó a la revolución, pero fue escarnecido por homosexual y por denunciar la discriminación.
Finalmente logró llegar a Nueva York donde publicó sus obras: entre ellas, la autobiografía ‘Antes que anochezca’ que se convirtió en una conmovedora película interpretada por Javier Bardem.
Hoy se pudren en las cárceles cubanas centenares de personas que, empujadas por el hambre y la desesperación, salieron a gritar "¡Libertad!" en las masivas manifestaciones del año pasado. Al capturarlos, la policía les daba de toletazos, tildándoles de mercenarios. Vista su desnutrición, son los "mercenarios" peor pagados del mundo.