La tragedia y los politiqueros
Abogado, doctor en jurisprudencia y escritor. Es autor de nueve novelas. Su última obra es la novela 'Los crímenes de Bartow'.
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Hace cuarenta y siete años, también una tarde de febrero, el barrio La Gasca de Quito sufrió una avalancha de más de cien mil metros cúbicos de lodo, agua y escombros que bajaron a gran velocidad, con furia descontrolada, por las laderas del Pichincha, arrasando con todo lo que encontraban a su paso.
La Gasca, uno de los primeros barrios que se construyó en el Quito moderno, cuyos límites se fijaron a partir del parque El Ejido hacia el norte, al igual que otros sectores de la misma zona occidental, se ubica en una pendiente pronunciada que resulta ser una peligrosa extensión de varias quebradas del volcán Pichincha.
No cabe duda de que la deforestación y la ocupación urbana de las faldas del volcán son uno de los elementos que agravan los riesgos en que se encuentra toda esa zona, pero también es cierto que en estos años poco o nada se ha hecho para proteger a la población y a las viviendas que están en aquella extensa franja que rodea al Pichincha.
La realidad, independientemente de quienes sean los responsables de esta nueva tragedia y de las normas legales y ordenanzas que se han violado o pasado por alto, es que hoy tenemos una nueva calamidad en un sector de altísimo riesgo al que se deberá proteger con reforestación, prohibiciones de nuevas construcciones, uso de tecnologías actuales y aplicación real y efectiva de la ley.
Ya llegará el momento de señalar a los culpables, aunque posiblemente jamás alcanzaremos a ver una sentencia en su contra y nunca nadie pagará por los daños que se han ocasionado, pues así funciona nuestra justicia, pero las familias de las víctimas y los damnificados al menos merecen saber qué se ha hecho en más de cuatro décadas para intentar proteger o defender de los embates de la naturaleza a una zona de alto riesgo.
Ahora debemos concentrarnos en ayudar a reconstruir lo que las aguas arrasaron. Esta es la hora de hacer silencio y recogernos como homenaje y recuerdo de las víctimas. Es el momento de apoyar a quienes han perdido bienes, viviendas y a sus seres queridos.
Sin embargo, esta tragedia también nos ha permitido identificar a esos politiqueros miserables que se aprovechan del dolor ajeno y de la muerte para emprender campañas electorales, montar tarimas sobre los cadáveres y sobre la angustia de la gente o señalar a sus opositores como culpables de una desgracia en la que todos los que han pasado por los distintos ámbitos del poder tienen su parte de responsabilidad.