Una Habitación Propia
Un Titanic cada verano
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Mientras escribo esto, las cinco personas que viajan en el submarino Titán de la empresa OceanGate están asfixiándose y, al terminar este texto, estarán muertos.
Las noventa y seis horas de oxígeno que tenían se terminaron hace un minuto exacto. Ya no existe la posibilidad de un milagro.
En este instante, por supuesto, están muriendo muchísimas personas en el mundo, pero estas en concreto están siendo televisadas, monitoreadas, tuiteadas y compartidas por millones de televidentes y usuarios de las redes sociales.
Ustedes están leyendo esto porque yo soy una de esas personas.
Sabía exactamente a qué hora los turistas del Titán, que pagaron hasta USD 250.000 por la 'aventura', empezarían a asfixiarse en esa cápsula hermosa y mortal que los bajó a las profundidades del océano, allí donde no llegan los rayos del sol y la supervivencia humana es inviable, a ver los restos del Titanic, hundido hace más de cien años.
Tal vez sea por morbo que he seguido la dotación de oxígeno del Titán, tal vez porque la ironía de que unos millonarios murieran por ver el esqueleto roído del trasatlántico en el que otros millonarios se ahogaron por creer, también, que viajaban en el aparato marino más cool del planeta, es demasiado tremenda para no comentarla.
El Titanic y el Titán, unidos en el fondo marino, velados por los seres luminiscentes de las profundidades abisales.
La vida real tiene eso, ¿no? Si lo hubiésemos visto en una película nos hubiera parecido un desmadre fantástico, algo únicamente posible en la ficción.
Hace unos pocos días, frente a las costas de la ciudad de Pylos, Grecia, una embarcación en la que viajaban entre setecientas y ochocientas personas, cien de ellas niños, naufragó.
Hasta ahora han rescatado a ciento cinco personas, más de ochenta cadáveres han sido recuperados y el resto de los viajeros sigue desaparecido. A estas alturas, se considera muy poco probable encontrar a alguien más con vida.
Recuperar a algún niño, por ejemplo, de los cien que viajaban en la bodega, es imposible
¿Habían escuchado algo de esta historia?
En el mismo mes, junio de 2023, cinco muertos en el mar han dado la vuelta al mundo, mientras que setecientos han ocupado muy poco espacio del cerebro digital que maneja nuestras vidas.
Unos eran millonarios aventureros, los otros, personas africanas que intentaban llegar a Europa a trabajar. Según denuncian, estuvieron horas pidiendo auxilio a la guardia costera griega sin recibir respuesta alguna. Algunos de los supervivientes cuentan que salvamento marítimo los rondaba, pero que no actuaron con eficiencia ni rapidez.
Es decir, que los vieron morir como en cámara lenta.
Era evitable, pero no lo evitaron.
Esa ruta, la del norte de África al Mediterráneo europeo es la más mortífera del mundo. Desde el 2014 han muerto más de 20.000 personas en esas aguas.
Sin embargo, cinco, apenas cinco, son más lamentadas que esas miles.
Compadezco a las familias de los turistas que viajaban en el Titán. Su gente los debe llorar mucho y debe estar pensando en qué forma tan idiota tuvieron de morir.
Sin embargo, mientras escribo esto, no puedo dejar de pensar en los cientos de hombres y mujeres muertos en el mar esta misma semana a los que nadie, o casi nadie, está llorando.