De la Vida Real
El reto de TikTok: Qué tarados, ya perdieron
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Llegaba a la casa agotada, cansada y de mal genio. En el hombro izquierdo tenía la cartera, en la mano una funda de mangos que compré en la calle y en la otra mano el termo y una funda de aguacates.
Como casi todas las tardes, llegaba a trabajar y a hacer los deberes con los niños. Seguro me tocaría lavar platos y arreglar la casa. Sí, llegaba con esa energía apática que me da por las tardes al llegar a casa.
La funda de aguacates se rompió, y se desparramaron por el jardín. Luego de una lista interminable de malas palabras no aptas para ser transcritas, miré hacia la ventana del comedor.
Ellos adentro y yo afuera. Ellos jugando con las manos y cantando "Me su, me su, me subo a la mesa, rompo una botella, mi mamá me pega, mi papá también, entro a mi cuarto, cojo la guitarra y canto esta canción…".
Me quedé mirando mi presente: mis tres hijos juntos jugando a algo que yo jugaba cuando era niña, un juego que hubiera jurado que estaba extinto.
¿Qué niño conoce ahora esos juegos de manos y canciones? ¿Dónde aprendieron eso? Sentí que el tiempo se congelaba en un espacio que vinculaba mi pasado con mi presente.
¿La escuela tendrá algún hechizo mágico donde las cosas no pasan de moda? ¿O tal vez será el ritmo de los padres que no nos damos cuenta de que el tiempo en los niños no existe, mientras el nuestro pasa cada vez a mayor velocidad?
Mi cerebro hizo cortocircuito. No sé cuánto tiempo me quedé mirando a mis hijos jugar, en calma y en paz. Sé que cuando no estoy ellos se portan increíble, según me han contado, pero hasta ese momento nunca lo había presenciado.
La Amalia me vio, pero no interrumpió el juego. Me imagino que le ha de haber costado mucho lograr sincronizar arriba, abajo y aplauso con sus manos, y retomar el ritmo le resultaría imposible.
Me sonrió sin moverse, como si yo fuera un reflejo más. El final de la canción decía: "Si te ríes o te mueves, te daré un trompón con todo y pellizcón". Los tres se quedaron quietos y ella gritó:
-¡Mi má llegó!
Los hermanos regresaron a ver felices, y ella les dijo:
-Qué tarados, ya perdieron.
Entre risas y gritos de acusaciones de trampa, salieron a ayudarme. Obvio, la pelea empezó por quién lleva qué cosas, quién recoge los aguacates y la contemplación a mis tres hijos se terminó.
Entramos a la casa, y habían hecho un pastel. La cocina estaba decentemente arreglada, y el air fryer prendido a la máxima potencia.
Mientras contestaba una llamada, El Pacaí, mi hijo mayor, me empezó a pasar miles de cosas, no entendía para qué. Ellos se reían a carcajadas, y yo aceptaba todos los objetos sin cuestionar.
Al colgar, me dijeron:
-Má, no puedo creer que no hayas visto ese reto en TikTok. Las mamás cuando están en el teléfono aceptan hasta piedras.
Mi cerebro volvió a tener un cortocircuito. Hace menos de diez minutos, contemplaba el pasado congelado en el tiempo, y ahora me salían con retos que ven en TikTok.
Me sentí una mamá entre anticuada, que anhelaba el pasado, y pendeja por no estar al día en las tendencias en redes.
Terminamos de arreglar el comedor y les pedí que se bañaran, mientras yo preparaba algo para comer. Estaba en la cocina y oía que El Pacaí llamaba a La Amalia todo el tiempo, y ella le decía:
-Ya, Pacaí, no molestes.
Pero, de verdad, El Pacaí no decía nada más que "Amalia, Amalia", y La Amalia gritaba:
-Yaaaaa, le voy a decir a mi mami que me estás molestando.
Otra vez mi mente se fue al pasado. Mi ñaño, ¡qué manera de hacerme maltrato psicológico! Me atormentaba el día entero sin decirme nada. Pero me atormentaba de verdad. Sentía un verdadero placer al verme llorar y muerta de las iras.
Mis papás decían con una pasividad indignante: "Pero El Samuel no te hace nada. No le hagas caso, Valen". Como si fuera tan fácil no hacerle caso al que molesta.
Para no repetir el patrón traumático de mi infancia, fui a la escena del conflicto. El Pacaí en la hamaca, aburrido, le decía a La Amalia que estaba en el sillón igual de aburrida:
-Amalia.
-¿Qué?
-So. Que-so-que-te.
-¡Ya Pacaí! ¡Mami, el Pacaí me está molestando!
Me quedé observando cómo mis hijos creaban sus propios recuerdos de infancia. Si intervenía, seguro les causaría traumas no superados en su adultez. Total, así es el paso de la vida, una eterna secuencia de recuerdos.