De la Vida Real
Las tías son tu complemento en la vida
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Toda mi adolescencia leí la revista 'TÚ'. Era lo más cercano a la estupidez que se podía encontrar, pero como a esa edad lo tonto nos encanta, no me perdía una sola edición de esa publicación mexicana.
Mi mamá me decía que leyera algo que me nutriera la mente, me recomendaba libros. Mi papá me daba revistas científicas o políticas, según él, con temas interesantes. Pero no, yo fiel a la idiotez.
Había una sección, que era mi favorita. Trataban temas de relaciones humanas: ¿cómo lograr que tu prospecto de hombre te haga caso? o ¿cómo tener una mejor relación con la mamá de tu novio?
Recomendaban, muy seriamente, la mejor estrategia para hablar con tus padres sobre temas que te dan 'pena', o sea, vergüenza.
Leía la revista de comienzo a fin, haciendo caso, sobre todo, al horóscopo que pronosticaba con qué signos podías ser compatible en el amor ese mes. Era el único material de lectura que tenía en mi velador. Ahora, mientras escribo este artículo, entiendo la desesperación de mis padres.
Una vez publicaron un artículo, que seguramente era muy interesante: "Las tías son tu complemento en la vida".
Ahora, 20 años más tarde, me doy cuenta de que tal vez esa revista tenía el mejor artículo de la historia y yo no lo leí con atención. No me acuerdo de nada del contenido.
Pero, ¿cómo podríamos vivir sin tías? ¿Qué sería de nuestros secretos si ellas no existieran? ¿Quiénes serían nuestras cómplices? Sí, la mamá está ahí, pero la relación con las tías es otra cosa.
Eran las seis de la tarde, esa hora insoportable de la playa. Los guaguas, cansados. Los mosquitos, sedientos de sangre serrana. Los adultos, deseosos de ron con cola.
Los días de vacaciones son realmente agotadores, al menos para quienes tenemos niños chiquitos. Sabemos que a las siete de la mañana debemos estar listos para la acción, y a los ocho de la noche se apaga el interruptor.
Pero ahí está, la tan temible hora limbo y hay que matarla como sea. Entonces, qué mejor que ir al parque.
Mis tías, muertas de la pereza, pero bastante entusiastas, alquilaron unos triciclos para mis hijos. Mi marido y yo nos sentamos a comer mango con sal, y ellas se encontraron con unas amigas. Las veía de lejos y pensaba cómo puede haber dos seres tan increíbles.
Nos invitan cada año a Bahía, saben el ritmo que tenemos y, sin embargo, hacen desde los sánduches para el viaje hasta el programa de actividades para cada día. Un itinerario impecable.
Mis hijos son de ellas, mis historias son con ellas. Las veía y solo podía sentir un amor puro, ese que se siente al atardecer.
Tal vez el artículo de la revista 'TÚ' describía este sentimiento con mucha lucidez, pero yo, claramente, no lo leí con atención.
Estaba en ese trance, pensando en mis tías Febres, cuando sonó mi celular. Era mi otra tía, la Águeda, la hermana de mi mamá. Mis tres tías estaban en ese momento conmigo, como lo han estado siempre desde que nací. Cada una sosteniéndome desde un lado distinto para que sea feliz. Así, a lo largo de mi vida, han sido mi soporte.
Son las que guardan las recetas. Las que me introducen en el mundo de la música del recuerdo y en las lecturas de Elena Ferrante. Las que me enraízan con las anécdotas de su juventud. Repiten una y otra vez las historias que sus papás contaban de otros.
Las tías son ese lazo que nos revela, generación tras generación, grandes secretos. Me cuentan sobre sus vacaciones en Salinas y me confiesan que mi abuela jamás se metió al mar.
Mi tía Águeda me cuenta por teléfono, de Sucre, de sus amores y sus triunfos. Discutimos juntas el libro que está escribiendo, hablamos de misterios no resueltos. Nos compartimos libros y maestros. Sé que ella es Libra y yo Escorpión. Hablamos de las cartas astrales y de energías renovadas.
Pero las tías, pensándolo bien, tienen otra misión en la vida, y es hacer que las tradiciones familiares no se pierdan.
Son las encargadas de que amemos a los muertos de la familia, aunque jamás les hayamos conocido. Como es el caso de mi abuelo, Rafael, quien murió cuando mi papá tenía 17 años, y es alguien a quien admiro y quiero profundamente solo por lo que me han hablado de él.
Tal vez la revista que leía a mis 15 años no fue tan mala opción, porque su recuerdo me hizo pensar en mis tías y estoy segura de que, cuando el tiempo pase, yo seré esa tía que ellas me enseñaron a ser y les contaré a mis sobrinos, una y otra vez, sobre las vacaciones en Bahía.