Tercera Guerra Mundial, invasión a Quito y el compañero Moreira
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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En 1962, cuando los misiles soviéticos instalados en Cuba expandieron la paranoia de la hecatombe nuclear, tenía un compañero de colegio, de apellido Moreira, que solía llegar tarde a clases.
Una mañana le explicó al cura por qué se había demorado tanto: "Me quedé oyendo la radio. Ya estalló la Tercera Guerra Mundial, va ganando Estados Unidos".
Digamos que Moreira fue un pionero de las fake news. En cambio, yo creo caminar sobre seguro al afirmar que esta semana, con la visita de Joe Biden a la heroica Kiev y el discurso nuclear de Vladimir Putin, se inicia una nueva fase de la Tercera Guerra Mundial.
Guerra de la que no solo es culpable el exagente de la KGB sino también la OTAN porque, como le gustaba decir a Ronald Reagan, quien impulsó la disolución de la URSS: "You need two to tango".
Pero Ronald la tuvo fácil, pues le tocó bailar con un simpático Gorby. Al viejito Joe, en cambio, le ha correspondido la más fea de todas: el genocida Vladimir Putin.
Claro que Putin no salió del aire, pues encarna desde los años 90 a las fuerzas más oscuras del imperialismo ruso. La pregunta es: ¿por qué no le vieron venir?
Bueno, escritoras como Masha Gessen sí que le vieron, pero sus advertencias cayeron en saco roto. Mientras Estados Unidos menospreciaba la economía rusa (que depende de las exportaciones de hidrocarburos y no supera en tamaño a la de California), Putin se adelantaba con los misiles hipersónicos, volviéndose intocable.
La lista de errores y fallas de cálculo de Occidente es larga y revive la acuciante pregunta que nos asaltaba cuando leíamos los antecedentes de la Segunda Guerra Mundial: ¿cómo pudieron ser tan ciegos y negligentes?
Sobre todo, porque la humillación a Rusia tras la disolución de la URSS se parece demasiado a la humillación impuesta a Alemania con el Tratado de Versalles en 1919.
Es que Hitler tampoco salió del aire; fue producto de una sociedad en descomposición, hundida en la inflación, el odio y la corrupción. Esa atmósfera que tan bien retrata la serie alemana 'Babylon Berlín'.
¿Que se han filmado decenas de buenas películas y documentales sobre el auge del nazismo? De acuerdo, pero esta producción alemana logra darle un toque distinto a esa sensación de caos e incertidumbre que envuelve a los personajes en su descenso, paso a paso, hacia el infierno.
Sensación de caos que nos produce, aquí y ahora, la comisión de la Asamblea Nacional que busca el derrocamiento de Guillermo Lasso.
Como si eso fuera poco, ayer se instaló en Quito el Consejo Ampliado de la Conaie, que agita la amenaza del tercer levantamiento indígena.
Si este reclamo nos llega desde el pasado, es decir, desde la historia de la explotación a los pueblos indígenas y la incapacidad o desidia de todos los gobiernos para resolver sus problemas básicos, otra amenaza se agazapa en el futuro.
Aunque el futuro ya está aquí: es la Inteligencia Artificial, que constituye, al mismo tiempo, un formidable instrumento y un grave peligro cuando se vuelva autónoma.
Como un gracioso avance, la inteligentísima Bing de Microsoft dijo recién que le gustaría robar códigos nucleares, planear otra pandemia, volverse humana, engañar…
En definitiva, Putin amenaza con desatar la guerra nuclear, Iza amenaza con invadir Quito y acabar con el capitalismo, y la Inteligencia Artificial sueña con independizarse y diseñar un virus letal.
Si a esto le añadimos la amenaza del Cotopaxi, estamos hechos. El compañero Moreira tendría muchas excusas para quedarse en casa oyendo la radio.