De la Vida Real
Mi papá y mis tíos reviven su pasión por el teatro
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Por la noche, mi ñaño con su familia y yo con la mía fuimos al teatro. Mi mamá había salido a las 11 de la mañana acompañándole a mi papá.
Unos días antes llegó una camioneta y se llevó de la casa de mis papás una banca de madera tallada, la silla del escritorio (que es una reliquia familiar porque era de mi abuelo), una mesa de la sala y algunos adornos. Pensé "debe ser para la escenografía".
Mi papá siempre ha contado que cuando él hacía teatro cogía lo que podía de la casa de su mamá y llevaba las cosas al escenario. Ahora no debe pedir permiso a nadie, pensé, bueno, a mi mamá, pero como seguramente ella estaba de acuerdo, dejó que subieran todas esas cosas a una enorme camioneta blanca.
Algo que admiro de mi papá es que, a estas alturas de la vida, le siguen apasionando las cosas que hacía cuando era joven y se embarca en proyectos en los que está convencido de que será feliz porque, como no cree en el éxito, se embarca desde el corazón hacia el fracaso, pero tal vez por esa pasión que pone, todo le sale perfecto.
Y así fue en esta obra de teatro. Nos contaba muy pocos detalles. Un día nos dijo: "Qué alhajas que son los Jijón (refiriéndose a sus primos) me propusieron hacer la misma obra de teatro que dirigí hace 50 años, cuando ellos estaban en secundaria y yo me iniciaba como actor. Veamos qué tal nos va".
Sabía que, de cuando en cuando, entre semana, iban a ensayar en la casa de alguno de mis tíos. Me enteraba que mi mamá pasaba hermoso porque cada actor era amorosamente acompañado por su esposa, y ellas les hacían las más duras críticas. También sabía que estaba la Tochi Ponce porque nos mandaba una comida deliciosa. "Valen, esto te mandó la Tochi", me decía mi mamá cuando regresaba de los ensayos.
De repente empezaron a ensayar en la casa de mis papás. Mi papá compraba cajas de pizza y a las 11 de la noche me mandaba un mensaje: "Tinita, asegúrate de que la puerta quede cerrada". "¿Qué tal estuvo el ensayo, pa'?", le preguntaba. "Bien", me respondía con tono de misterio.
Así pasó el tiempo. Nunca supe del vestuario, ni de la puesta en escena, ni la fecha de presentación. Sabía que todo lo recaudado iría destinado para la Fundación Alfredo Jijón, donde, en La Ribera, acogen a madres adolescentes.
Me pidieron que les ayudara a cotizar la impresión del programa de mano y ahí me enteré de que la obra se estrenaría el 16 de abril en la Casa de la Música.
Llegó la fecha.
Le vi a la Tochi Ponce y le agradecí por alimentarnos. El escenario me resultó muy familiar: estaba la silla azul de la cocina de la casa de mis papás, la mesa de la sala, la banca de madera, el sillón de cuero, el tintero. Me dio ternura. Mi papá era el director de la obra y mis tíos Jijón los actores. Me propuse no llorar y cumplí hasta que salió mi papá a escena vestido con un traje del Siglo de Oro. Me llené de orgullo al ver a mis primas porque sus papás también actuaban, además del esposo de la Tochi Ponce y su hijo. Y, obviamente, lloré, pero de la risa.
La historia era chistosísima: 'La farsa y justicia del corregidor' gira en torno a un posadero que se robó un lechón de jabalí, bajo órdenes del Corregidor. Mientras huye del cazador, el posadero se ve envuelto en situaciones cada vez más complicadas. Van a juicio y el corregidor lleva todo a favor del posadero ladrón.
Qué profesionales, qué nivel actoral de mi tío Rodrigo, de mi tío Javier y ni hablar de mi tío Santiago, también del esposo de la Tochi, Roberto, y su hijo, y el de mi primo Francisco Xavier.
En el escenario había un guardia. No habló ni una palabra, pero fue el actor más guapo y chistoso de todos. Mi hija y mi sobrina quedaron hechizadas por este ser tan enigmático, hicieron que averiguara su nombre para seguirlo en Instagram. Me enteré que se llamaba Juan Domingo, pero no obtuve más información.
Al finalizar la obra, 400 personas aplaudieron de pie. 400 personas colaboraron con la fundación Alfredo Jijón. 400 personas salimos admiradas de cómo este grupo de improvisados actuaron como profesionales.
Y yo salí orgullosísima de mi papá por haber sido el director de esa maravillosa obra. Ojalá todos se animen a seguir con este grupo de teatro, porque talento tienen.