"Te estás poniendo viejo, cabrón"
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Decía Milan Kundera que la juventud es un invento de los viejos, que nos damos cuenta de que fuimos jóvenes cuando dejamos de serlo.
Tremenda verdad. Ser joven es no tener clara conciencia del tiempo ni del peligro, pues la euforia de las hormonas nos induce a creer que así vamos a ser para siempre.
Sin embargo, los que nos criamos con una colección de tíos viejos y escuchando tangos desde niños, fuimos constatando día a día los estragos que causaba el paso del tiempo.
Por eso, en la época universitaria, cuando la discusión sobre el imperialismo, la oligarquía, la religión y otros males se volvía atosigante, yo insistía en que el único enemigo de verdad es el tiempo.
Lo que no sabía es que a medida que envejecemos, el tiempo pasa más rápido. Por eso siento ahora que cada rato es domingo.
Y cada rato compruebo que algo que ocurrió hace seis meses (para mí), en realidad pasó hace un año. O dos, porque la pandemia nos creó el vacío adicional de otro año.
Precisamente en medio de esa pandemia y en plena Ciudad de México, Alejandro González Iñárruti filmó 'Bardo'.
Una película inspirada en sus vivencias, un tumulto de imágenes inconexas a primera vista, que poco a poco van rindiendo su sentido.
Como la vida de cualquiera cuando se la mira hacia atrás. Acto que acostumbramos llevar a cabo cada fin de año, antes de que nos aturda el whisky y el ruido de la fiesta que consagramos al ominoso enemigo.
Por eso también, con estudiada puntería, Netflix subió a su plataforma este 16 de diciembre este filme desconcertante, en el que un periodista resentido le achaca al protagonista, en pleno club de baile: "Te estás poniendo viejo, cabrón".
Y Silverio, alter ego de Iñárruti, responde: "A esta edad la vida pasa tan rápido que más que vida, yo la siento como una convulsión, un tumulto de imágenes, trozos, instantes".
Pues resulta que esa es precisamente la película que estamos viendo, en la que Silverio, quien triunfó en Los Ángeles, hace un viaje a los orígenes que saca a luz sus fantasmas personales. Y los fantasmas de un país entero.
Temas como el hijo muerto se cruzan con la tragedia de los migrantes que avanzan por oleadas hacia el río Bravo, los femicidios impunes, la gente que desaparece, el racismo y el choque permanente de la avasallante cultura gringa con el mundo en español que resiste a duras penas.
Todo filmado con una cruel belleza. Porque cámara, actuación, edición, vestuario y música están a la altura de un capo como Iñárruti, quien ha hecho un balance de su propia vida, sacando a pasear a sus demonios.
Y a los demonios de ese país al que cada vez nos parecemos más, México, aunque Iñárritu tiene el buen gusto de no incurrir en el cliché del narcotráfico.
Pero sí retoma la transgresión de la frontera entre la vida y la muerte que Rulfo ahondó en 'Pedro Páramo'. Por eso, una de las posibles lecturas es que un Silverio ya muerto anda recogiendo sus pasos.
Aunque en el budismo, bardo se refiere a un estado intermedio entre el sueño y la realidad, lo que viene dando casi lo mismo.
No, este no es un spoiler. Por el contrario, mientras más sabes de qué va el rollo, mejor vas a apreciar la película.
No pasa lo mismo con la vida: sobre ésta no hay spoiler que valga porque nadie escarmienta en cabeza ajena.
Por instinto, para seguir siendo jóvenes, los jóvenes se resisten a aceptar consejos existenciales de los viejos, o a leer artículos como este, porque al final del día el mensaje es el mismo: esta pendejada no tiene sentido.
Feliz año viejo.