De la Vida Real
Amada y mimada: la solidaridad de la familia lo cura todo
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Hace un mes, El Pacaí, mi hijo de 12 años, se enfermó con una gripe terrible. Faltó al colegio, y entre La Yoli –mi ángel de la guarda– y yo, le llenamos de mimos y cuidados.
Le preparamos caldito de pollo, sopa de tomate, limonada caliente y té de jengibre con miel y limón. Hervimos Coca-Cola con panela, limón y canela para que sudara.
Según la Yoli, esa bebida saca el frío hasta del alma.
-Niña Valen, en la noche darale leche con ajo para que se cure breve mi guagua. Está fatal.
Me dejaba de recomendación antes de irse a su casa. También nos trajo flores de tilo para hacer agua. "Esto le va a ayudar", nos dijo. Y le daba la taza calentita sin endulzar.
El Pacaí faltó al colegio por prescripción médica una semana. No tuvo nada más que gripe y tos. Sus hermanos mellizos –que, por lo general, le hacen la vida imposible– se convirtieron en sus enfermeros particulares.
El Rodri le tomaba la temperatura con el termómetro digital cada 20 minutos, mientras La Amalia le ponía pañitos fríos, a pesar de que el termómetro marcaba 36 grados. Y lo obligaban a tomar todas las agüitas que La Yoli le preparaba:
-Pacaí, ahora te toca esta, que no sabemos de qué será. Pero toma.
Le dejaron ver todo el fútbol que quiso y le prepararon cada día una gelatina de distinto sabor. La cocina quedaba hecha un desastre, pero no les decía nada porque estaban siendo solidarios con su hermano mayor, cosa que jamás pasa.
Veía todos estos cuidados y pensaba para mí solita, sin decir palabra alguna:
-Qué ganas de pasar acostada, enferma en la cama un día, y que todos me mimen, así como le mimamos a El Pacaí. Y que La Yoli me prepare sopitas calientes, y los guaguas me hagan remedios caseros, y El Wilson, mi marido, se vaya a comprar las medicinas para la gripe.
Ese pensamiento apareció de pronto, pero cada vez se hizo más frecuente. En esos días estaba agotada: entre el trabajo, El Pacaí enfermo, los deberes, llevarlos a los cursos extracurriculares y en las noches terminar de trabajar. Así que pensé:
-Una gripecita sutil no me caería nada mal.
Al mismo tiempo, tenía conciencia de que no me podía enfermar porque, ¿quién me iba a reemplazar?
No soy Georgina para poderme dar esos lujos ahorita, pensaba. En realidad, tenía muchas cosas pendientes. La Yoli no puede con todo, El Wilson trabaja el día entero y mis papás estaban en la playa. No había opción alguna para que se cumpliera mi deseo.
Bastó con ponerle límites a mi mente para que mi cuerpo cayera rendido ante mis deseos más profundos: estar enferma.
¡Y me pegué una enfermada terrible! Me ardía tanto, pero tanto la garganta, que me dio miedo de que fuera Covid; así que yo sola, junto a mi enfermedad, fui a hacerme la prueba de Covid-19 y también la de influenza.
Salieron negativas las dos.
Cogí cita con la doctora que me revisó enseguida, porque la tos y el malestar me estaban matando. Me dijo que tenía no sé qué cosa complicadísima de pronunciar, pero en palabras simples se reduce a una gripe bastante fuerte. Me mandó antibióticos, unos antialérgicos y descongestionantes.
Llegué a casa, y La Yoli me preparó un té de manzanilla con limón y miel. Tomé todas las pastillas que me recetó la doctora, además de dos antialérgicos.
No sé qué efecto causaron, pero milagrosamente me quedé dormida hasta las cuatro de la tarde. Me despertaron mis hijos, llenándome de besos.
Estaba tan somnolienta que no pude ni siquiera llevarlos a sus clases de matemáticas. Dejé mi teléfono en silencio y, de vez en cuando, notaba que había mensajes y llamadas sin contestar.
Mis hijos entraban a mi cuarto a tomarme la temperatura, y mi marido me despertaba todo el tiempo preocupado:
-Mi amor, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?”.
Dormí delicioso, pero con demasiadas interrupciones. Me desperté a medianoche muerta de hambre. Comí un poco de sopa que había en la olla, pero me pareció demasiado salada. Para bajar la sal, tomé la limonada de la jarra, pero estaba dulcísima.
En la mesa del comedor encontré una nota escrita por mis hijos:
-Má, no sabemos cómo hacer sopa de sobre, y La Yoli no respondió los mensajes. Creo que pusimos demasiada sal a la sopa de fideo y muchísima azúcar en la limonada. Pero nos quedó bien rica. Te queremos. Mejórate. Mañana no podemos faltar a mate. Mi pá dice que no tomes más pastillas.
Al día siguiente, amanecí curada, feliz y radiante. Todavía tengo tos, pero me siento bien, y sobre todo amada y mimada.