¡Decidieron sobrevivir!
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Cuando asomaron los 16 sobrevivientes del equipo de rugby uruguayo Old Christians, cuyo avión se había accidentado 72 días antes en la cordillera de los Andes, se habló de un auténtico milagro pues todos estaban dados por muertos.
Era otra época y los chicos eran muy formales, apegados a Dios y a sus familias, todo bien, pero cuando a los 6 días confesaron que habían comido carne humana para sobrevivir, arreciaron las críticas morales y las acusaciones de canibalismo.
Para los tarados de siempre, esos que predican desde el confort de sus sillones contra el aborto o la eutanasia, el asunto tenía un lado oscuro que afectaría también a la relación de los sobrevivientes con las familias de quienes murieron en la nieve.
Aunque se escribieron libros y se filmaron películas y documentales de diversa calidad, la tragedia de los uruguayos estaba cayendo en el olvido. Pero ‘La sociedad de la nieve’, de Netflix, nominada al Óscar, ha vuelto a poner en el candelero ese canto a la vida, a la resistencia, al coraje y la solidaridad de todos los muchachos, aquellos que murieron y los que todavía viven ya viejos, canosos y famosos en su país.
Escrita y dirigida por el español J. A. Bayona, la película se basa en el libro homónimo de Pablo Vierci (que no he leído) y va tan ceñida a los hechos que fue grabada en orden cronológico para que los actores –tal como les sucedió a sus personajes de 1972– fueran perdiendo peso semana tras semana. Así bajaron hasta 20 kilos y eso lo observamos escena tras escena, acentuado por un gran trabajo de maquillaje, que también está nominado al Óscar respectivo.
Superado el shock inicial de alimentarse con el cuerpo de sus compañeros, al enterarse por un radio transistor –que rescatan de entre los restos– que ya no les están buscando, comprenden que están abandonados a su suerte en una ladera remota a 3.600 metros de altura. Entonces surge el gran mensaje de la película: deciden sobrevivir.
El fuselaje restante del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya les sirve de precario refugio, pero el mismo hielo que les atormenta será su salvación pues preserva los cadáveres como un frigorífico. Nada hay aquí de truculento ni de morboso: todo está cristalino como el agua que recolectan de la nieve.
Uno de ellos, Gustavo Zerbino, va guardando recuerdos de los muertos para entregarlos a sus parientes: una cruz, una medalla, un reloj, y lo que será el único testimonio escrito: las cartas que el otro Gustavo, quien morirá por la avalancha de nieve, escribe a sus padres y a su novia, contándoles con sencillez lo que está pasando: “Hoy empezamos a comer carne humana. Si llega el día en que yo pueda ayudar a mis amigos con mi cuerpo, lo haría con mucha alegría”.
Leídas post mortem, estas cartas nos recuerdan los mensajes de despedida que mandaron a los buzones de los celulares de sus seres queridos, el 9/11, los pasajeros del cuarto avión minutos antes de estrellarse contra el Pentágono.
Para ahondar en el tema miré el excelente documental ‘Milagro en los Andes’. Ahí, un andinista profesional que volvió a recorrer 20 años después el trayecto final de Nando Parrado y Roberto Canessa, destaca la increíble hazaña que fue haberlo logrado en esas condiciones, sin equipo ni experiencia, pero con una decisión inquebrantable, más allá de sus fuerzas, hasta que dieron con el arriero chileno que avisó a las autoridades.
Sí, esta historia perdurará pues es un testimonio vibrante y conmovedor de lo que somos capaces los seres humanos a la hora de enfrentar las peores adversidades. Y también a la hora de narrarlo pues todos, actores, camarógrafos, productores y demás, superaron las duras condiciones del rodaje para obtener una película estupenda.