Una Habitación Propia
Sobrevivir, no queda otra
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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He estado viendo entre aterrorizada y fascinada las imágenes de la erupción volcánica en las Islas Canarias de España. Mares rojos y naranjas, brillantes como celofán, bajan por las laderas y destruyen todo a su paso.
No es solo lava, la lava es un río dorado que atraviesa una montaña negra que son los elementos que expulsa el volcán.
Dicen los expertos que esto cambiará para siempre la orografía de las Islas. Es decir, no volverá a ser igual esa tierra, su mapa.
He visto en televisión a las personas que vivían en la trayectoria de la montaña negra de material magmático y la lava. He visto casas desaparecer en segundos, como casitas de papel de esas que usan en las películas para simular que los monstruos las aplastan.
Un monstruo las ha aplastado.
Pero lo que más me ha llegado es el dolor de la gente que hace unos días hacía la comida en su cocina y la siesta en su dormitorio. Gente que tenía gallinas y alguna cabra, que tenía el sueño de remodelar el comedor o la cocina, gente cuyos niños jugaban en el patio e iban a la escuela todos los días.
Personas, como usted y como yo, que cultivaban el mítico plátano canario y que iban a rezar a una iglesia que ya no existe.
He visto imágenes de camionetas llenas hasta los topes de colchones, de maletas de ropa, de juguetes de los niños, de álbumes de fotos en las que todos sonríen.
Eso pudieron hacerlo unos cuantos. Quince minutos tenían para recoger lo más posible a manos llenas. Saquear sus propias casas para llevarse lo más valioso: los animalitos, los recuerdos, una frazada con la que arropar a los niños.
Los otros ni eso.
Centenares de canarios perdieron la memoria del pasado, la ilusión del presente y las certezas del futuro. Todo, en un minuto, todo.
Me ponía en sus zapatos, ¿qué sacaría yo? Primero a la gente y a las mascotas, ¿y luego? ¿Mis libros más queridos? ¿Comida enlatada? ¿Velas, linternas? ¿Ropa cualquiera metida a lo loco en una maleta?
Me impresiona la capacidad de la naturaleza de dar y quitar. De darle a esos agricultores unas plantaciones riquísimas en plátano y otras frutas y de quitarles en un segundo, bajo el bramido aterrador del volcán y ese fuego líquido que baja sin parar, todo lo que llamaban vida, lo que llamaban realidad.
He visto hombres y mujeres llorando por igual. Aferrándose a los pocos recuerdos que les quedan, abrazándose unos a otros con la mirada perdida en una cancha deportiva adecuada para los damnificados.
Queda un colchón y una colcha regalada quizás por Cruz Roja.
Y nada más.
Sin embargo, ya están hablando de reconstrucción, de volver a empezar, de levantarse y decirle al volcán que no los ha vencido, que no los vencerán.
Veo la determinación de los canarios y pienso en mis propios problemas pequeñitos. Hay que sobrevivir aunque bajen volcanes y se traguen lo que considerábamos hogar, lo que considerábamos vida, lo que considerábamos lugar seguro.
Hay que sobrevivir, no queda de otra.
Volverán los plátanos canarios cosechados en otra parte, volverá la risa de los niños, la escuela, la iglesia.
Y si ellos volverán, ¿cómo no voy a volver yo?