Contrapunto
Sinfonías de Bruckner, monumentales y expansivas según plataforma musical
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Para cerrar este ciclo de artículos dedicados a Anton Bruckner, uno de los más importantes compositores del siglo XIX, al mismo tiempo el más incomprendido, digamos que sus sinfonías fueron “monumentales y expansivas”, tal como refiere la plataforma musical en streaming Spotify.
Se sabe que las primeras obras instrumentales fueron influenciadas por Mendelssohn y por Schubert, los grandes maestros del romanticismo temprano y que las últimas tuvieron todo el sello wagneriano, aunque es justo decir que la mayoría fueron originales.
Spotify, la plataforma musical que nació en Suecia, tuvo la gran idea de subir a su plataforma todas las sinfonías interpretadas nada menos que por el gran director sueco-estadounidense Herbert Blomstedt.
Blomsted, además de interpretar las obras sinfónicas del compositor danés Carl Nielsen, hizo lo mismo con Bruckner porque, de acuerdo con una entrevista publicada hace casi 10 años, todos sus colegas se dedicaron a tocar la música de Gustav Mahler.
“Las sinfonías (están) influenciadas hasta cierto punto por Wagner e identificadas con su escuela por el público vienés y son monumentales, expansivas en escala (aunque a veces gigantescas), rigurosas en diseño formal y a menudo elaboradas en una escritura contra puntual”, anota la plataforma.
En esa valoración coincide plenamente con varios musicólogos y pocos estudiosos de la obra de Bruckner, que este año tomó fuerza por causa del bicentenario de su nacimiento ocurrido en la pequeña ciudad austríaca de Ansfelden, el 4 de septiembre de 1824.
Spotify reconoce que fueron las sinfonías las que acentuaron la fama de Bruckner, pero recuerda que escribió una gran cantidad de música coral sacra, que incluye su Misa número 3, magníficamente concebida, y también la número 2, mucho más íntima; además de motetes que fusionan técnicas renacentistas y del siglo XIX.
Habíamos señalado en un artículo anterior que el músico austríaco compuso en total 11 sinfonías, pero las dos primeras prefirió no tocarlas mientras vivía y solo se las conoce con los números de la nada: el 0 y el doble 00.
Además, fue un gran profesor y organista de iglesias. Murió en Viena el 11 de octubre de 1896 y fue sepultado en la cripta de San Florián, debajo del que es conocido como el ‘Órgano de Bruckner’. En sus últimos años trabajó intensamente en su novena sinfonía, sin embargo, no la concluyó.
En el siglo XX hubo varios intentos de concluirla siguiendo algunos bocetos y borradores del maestro, pero la mayoría de los directores prefieren tocarla en sus tres movimientos, que incluye un scherzo de fantasía que ha sido motivo de profundos estudios acerca de su significado musical.
Hijo de un maestro de escuela, su padre le inculcó la vocación musical, especialmente el órgano de la iglesia de San Florián. Tenía 13 años cuando murió su padre y fue aceptado en el coro de la parroquia con la aceptación de Teresa, su madre. Luego se convertiría en maestro de coros para monjes, hasta que comenzó sus estudios de composición y contrapunto.
Tenía 37 años cuando aprobó los exámenes para ingresar al Conservatorio de Música de Viena, donde conoció al violonchelista y director Otto Kitzler, con quien estudió la obra Tannhäuser, de Richard Wagner.
Según biografías coincidentes Bruckner asistió al estreno de Tristán e Isolda de Wagner en 1865 y eso terminó de definir su admiración por el gran compositor alemán de óperas.
Sin proponérselo, Bruckner se encontró en medio de la polémica desatada en Viena entre Wagner y Brahms, dos escuelas que en la época se disputaban la hegemonía de la música europea.
Esa polémica terminaría en 1892 cuando Johannes Brahms e importantes músicos asistieron al estreno de la sinfonía número 8 dirigida por Hans Richter, un gran difusor de las obras operísticas de Wagner.
Fue tan grande la ovación que hasta el mismo Brahms se puso de pie para reconocer la calidad de la sinfonía que estaba dedicada al emperador Francisco José I.
Pero su fama Bruckner se la había ganado en 1884 cuando el director Arthur Nikish estrenó la Sinfonía número 7 en Leipzig, muy lejos de la complicada y competitiva Viena. Bruckner, consternado porque Wagner agonizaba, le dedicó esa obra sinfónica en la que incluyó en su orquestación algunas tubas wagnerianas.