Contrapunto
La Sinfonía 10 expresa el pavor de Gustav Mahler por la muerte
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Libro Mahler 2
Para llegar a una décima sinfonía primero había que superar la “maldición” de crear una novena: Beethoven murió después de nueve sinfonías, lo mismo ocurrió con Schubert, Bruckner y Dvorak; pero Gustav Mahler (1860-1911) lo logró, incluso después de la dramática número 9 llegó hasta la 10, inconclusa, pero completada sin alterar los esquemas que dejó escritos.
Como todo músico prolífico, desconfiado también, pidió a su esposa y a sus mejores amigos que era preferible que nunca se publique. Sin embargo, el compositor alemán Richard Strauss —su amigo y rival— se sorprendió al ver las partituras de dos de los cinco movimientos y sugirió a Alma Schindler que la publique después de que sea completada.
A finales de la Primera Guerra Mundial, Richard Strauss se quedó asombrado al descubrir que el Adagio, primer movimiento, y el Purgatorio, tercer movimiento, estaban completamente terminados, narra el crítico musical Norman Lebrecht en ‘¿Por qué Mahler? Cómo un hombre y diez sinfonías cambiaron el mundo’, Alianza Editorial, Madrid, 2011.
Explica en el libro que todas las partes instrumentales estaban escritas con precisión; el boceto podía convertirse en una partitura sin cambiar una sola nota, es lo que señalaba el músico alemán Strauss.
En el libro se afirma que el inicio del Adagio recuerda lejanamente el lamento de un pastor de Tristán e Isolda (una de las óperas wagnerianas); y que el Purgatorio evoca el rondó burlesque de la novena sinfonía mahleriana, en tanto que el segundo scherzo rememora la melodía báquica de ‘La canción de la tierra’
El finale de la obra comienza con golpes de tambor apagado y termina con “una ternura insoportable”, un dolor de anhelo y arrepentimiento, anota Norman Lebrecht, que, sin embargo, advierte: “de haber vivido un verano más habría cambiado el contenido y la textura, incluso el orden de los movimientos”.
Cuando el director italiano Claudio Abbado volvió en 2011 a dirigir después de diez años de ausencia en los escenarios interpretó la Décima Sinfonía con la Filarmónica de Berlín, además de Das Lied von der Erde (La canción de la tierra), considerada una de las composiciones más personales de Mahler.
Pero mucho antes, en julio de 1965, otro gran director, Leonard Bernstein, había interpretado la décima sinfonía con la Orquesta Filarmónica de Nueva York.
También en la novena, pero mucho más en la décima, Mahler expresa una soledad existencial y “el horrible temor de morir solo, sentirse abandonado (por Alma), haber perdido su amor y vivir en el terror de que su corazón le fallara", se dice en ‘¿Por qué Mahler?’.
En efecto, Mahler murió por causa de una endocarditis bacteriana subaguda, de acuerdo con la definición de los médicos; se trataba de una enfermedad relativamente desconocida para la ciencia en 1911.
Según Sigmund Freud (1856-1939), Mahler sufría de una “neurosis obsesiva”, que también se podría interpretar como hipocondría. Considerado el padre del psicoanálisis, mantuvo con el músico una cordial amistad y en la última sesión de más de cuatro horas le sugirió que deje la música y se dedique a rescatar su matrimonio con Alma, según el libro.
Abandonar la música es algo que nunca estuvo en los planes de Mahler, porque si deja de componer “la vida no vale la pena”, apunta Lebrecht. Asegura que para el siguiente verano planificó revisar su quinta sinfonía y concluir la décima, algo que definitivamente no ocurrió.
Si la sinfonía revela algo es que Mahler no se rindió al destino, tampoco a la depresión por la traición de su esposa, ni a los temores por su salud, ni a ninguna otra fuerza, excepto a su misión de componer música, insiste Lebrecht.
La décima es una sinfonía que sugiere “nunca nos demos por vencidos” y ofrece en su última página inconclusa un rayo de esperanza:
“Nuestro conocimiento de Mahler nunca será completo si no hemos escuchado su Décima Sinfonía”.
Anecdotario:
- Ordenó que cuando muriera le punzaran el corazón porque, aunque parezca extraño, era una costumbre de moda en Viena, donde la gente temía que le sepultaran con vida.
- Pidió que no hubiera ceremonia religiosa y que nadie guardara luto.
- El 23 de mayo de 1911, un día después del funeral del músico, Freud envió una factura a su albacea por 300 coronas por una consulta de cuatro horas en agosto de 1910 en Leiden.
- Dejó indicado que en la lápida, sin alborotos, simplemente se escriba Gustav Mahler: “El que venga a verme sabrá quién fui, el resto no necesitará saberlo”.